Yo, teniendo en cuenta el olvido en que te tiene la mayor parte de los hombres, y las ofensas que tanto de mí como de muchísimos de ellos recibes a cada instante, arrepentido en el alma de todas mis culpas, deseo como desagravio hacer contigo un pacto solemne, por medio del cual tribute de continuo nuestras alabanzas a tu amante Corazón.
Es mi voluntad, Corazón divino, que seas bendecido y alabado tantas veces cuantos son los granos de arena que forman las playas, cuantas son las gotas de agua que tienen los mares, cuantas son las estrellas lucientes que brillan en el firmamento.
¡Ojalá que estas bendiciones te fueran dadas por todos los hombres de la tierra! No es así, por desgracia; pero yo lo hago por todos ellos; por todos los que han existido, existen ahora y existirán en adelante, de tal modo que, si ninguno se acordase de Ti, yo deseo, Corazón divino, darte tanta gloria como todos los hombres juntos pudieran ofrecerte.
También quisiera que estos afectos saliesen de mi corazón tan encendidos como son las adoraciones que Tú recibes, en el cielo, de tu Madre Santísima, como son las reverencias que te ofrecen los espíritus angélicos, como son las alabanzas que elevan ante tu trono los Santos innumerables que forman tu corte.
Hago intención de repetirte todas estas alabanzas en todos los momentos que me resten de vida; y de tal modo, que aun cuando yo en adelante no volviese a pronunciar con mis labios otra vez este pacto, es ahora mi voluntad que se repita en cada uno de los latidos de mi corazón, en cada una de las respiraciones de mi pecho.
A cambio, Señor, de este ofrecimiento que te hago de todas mis palabras, pensamientos y obras, yo te suplico me concedas el perdón de mis pecados y el de los pecados de todos los hombres; que aumente en todas partes el número de los verdaderos devotos de tu amante Corazón y que derrames copiosas bendiciones sobre la nación española. Tú que todo lo puedes, haz que todos los españoles celebren también contigo este pacto que yo estoy formulando, para que de esa manera llegue pronto un día en que pueda decirse, con verdad, que, así como España es la nación predilecta del Sagrado Corazón de Jesús, así también el Divino Corazón de Jesucristo constituya el encanto y el amor predilecto de los españoles.