Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”
Si en vida de Franco no hubo propiamente el «desenganche», de que tanto se ha hablado, ¿en qué estuvo el problema? Estuvo en la presión de aquellos sectores intraeclesiales que, como se vio, se extralimitaban «reivindicando en exclusiva a favor de sus licitas preferencias políticas la autoridad de la Iglesia y del Concilio». Fue creciendo el número de Prelados que simpatizaban con esos sectores o deseaban no enajenárselos. No lo decían oficialmente, porque sabían que una cosa es urgir en conciencia ciertos valores, y otra imponer una fórmula política; y por eso nunca negaron la legitimidad de las Leyes Fundamentales. Pero no evitaron la ambigüedad, permitiendo que sus enseñanzas fuesen interpretadas a su favor por los impacientes rupturistas. Una preocupación por lo que podría suceder después de Franco, y razones de convicción personal o de acomodación a la corriente política y propagandística de los Aliados occidentales, vencedores en la guerra mundial, llevaron a actitudes que de facto servían de apoyo a los partidarios de determinadas formas de participación. Y estos funcionaron sociológicamente como «portavoces» de la Iglesia.
Se fue adoptando una llamada «línea pastoral» en materias discutibles, sin deslindar bien lo opinable y lo normativo. Años más tarde, en 1977, el Secretariado de la Comisión Episcopal de Apostolado Social, con partidismo no disimulado, divulgará como criterio para unas elecciones votar a los políticos que se propusieran dar a las Cortes «función constituyente». Se olvidó demasiadas veces que la inspiración cristiana de la acción de gobierno no da derecho a los Pastores a limitar la autonomía institucional. Se olvidaron las advertencias del Magisterio, que ha vuelto a recordar en 1991 la encíclica «Centesimus annus», cuando dice: «La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional” (núm. 47). O cuando afirma que una democracia sin subordinación explicita a una Verdad última, por encima de mayorías o de equilibrios políticos, no es auténtica y se convierte con facilidad en totalitarismo, visible o encubierto (cf. núms. 46, 47). Y también: «El análisis… del curso de los acontecimientos, para discernir las nuevas exigencias de la evangelización, forma parte del deber de los Pastores. Tal examen sin embargo no pretende dar juicios definitivos, ya que de por sí no atañe al ámbito específico del Magisterio» (núm. 3).
La tentación de aquel tiempo fue poner la autoridad en análisis históricos, como también en métodos de catequesis, con descuido del contenido magisterial. Consecuencias: división intraeclesial; despego hacia los discrepantes y marginación; heridas a la libertad dentro de la Iglesia. Fue algo comparable -en parte, coincidente-con la «línea pastoral» de algunos sectores de Iglesia en la Europa occidental, que asumieron el supuesto de que la historia avanzaba en el sentido del movimiento marxista: línea que ha llevado a una situación lastimosa, no sólo por el evidente error de previsión, sino porque implicó una marginación injusta de las fuerzas católicas que negaban valor «salvífico» a aquel movimiento. Ya en el Concilio se había trabado con maniobras antirreglamentarias la libertad de quienes querían proponer la desautorización expresa del Comunismo. Como resultado: pérdida de energías y peligroso debilitamiento.
Tres años después de la muerte de Franco se promulgó una nueva Constitución. El Episcopado implantó una línea, muy pregonada por el Cardenal Tarancón, orientada a «establecer una gran plataforma de convivencia, superadora de tantos enfrentamientos históricos». El Arzobispo Primado y ocho Obispos avisaron sobre las peligrosas grietas morales que había en el texto constitucional y que luego se han verificado en toda su gravedad. La mayoría apoyó el texto, sin reservas que influyesen en su aprobación. Las leves salvedades teóricas de las instrucciones episcopales quedaron desbordadas por el permisivismo cultivado en los grupos de presión. Durante unos años la posición de la Conferencia Episcopal estuvo marcada por tres postulados: a) Apoyo a una Constitución sin referencia a valores cristianos, abierta a un pluralismo moralmente indeterminado. -b) Decir que, para su misión, a la Iglesia le basta la libertad de predicar (si bien la predicación quedó largo tiempo inhibida). -c) Para favorecer la convivencia, impedir que los católicos se agrupen como tales en su acción política, moviéndoles a insertarse en cualquiera de los partidos, sin fijar condiciones por razón de Fe o Moral cristiana.