Benedictina de San
Benito de Montserrat
Hace unos meses se desató un gran revuelo mediático con la irrupción de la aplicación Pokémon Go en nuestros móviles. Millones de personas se la descargaron en sus dispositivos y comenzaban a vivir una doble realidad capturando a esos monstruitos virtuales a través de la pantalla de sus teléfonos. Le pedí a una amiga que mirara si teníamos algún pokémon en el monasterio, y sí, sí, estaba allí, delante de la portería, junto al campanario… “Cázalo, corre…”y así se le acabó la historia en nuestra casa… No tengo nada contra las nuevas tecnologías, lo he dicho otras veces, pero sí que esta revolución virtual me da qué pensar. Porque a veces parece que vivimos más una realidad inventada que la propia vida real. Aprendemos a mirar la vida a través de una pantalla y creemos que eso es lo real, y olvidamos levantar la cabeza, mirar a nuestro alrededor y contemplar, valorar y maravillarnos ante el magnífico escenario que Dios nos regala cada día.
¿Qué nos pasa? ¿Por qué huimos de la realidad que nos envuelve y nos refugiamos en una imagen que no es mucho mejor que la vida que vivimos? ¿Acaso tenemos miedo a enfrentarnos a la vida real? Y, en cambio, el verdadero camino para ser felices es experimentar esta realidad real que tenemos -nos guste o no- y aceptarla e interactuar con ella. Realidad personal, realidad social, realidad eclesial. No lo que nos gustaría sino la realidad real, la que tenemos. Yo, con mis luces y sombras, con mis necesidades encubiertas, con la grandeza que Dios me da y con la limitación que experimento. Nuestra sociedad llena de valores grandes y mediocres, capaz de lo mejor y de lo peor, inhumana a veces y deseosa de humanidad… Nuestra Iglesia, santa y pecadora, con los pastores que huelen a oveja y con los que no conocen a su rebaño, con sus estructuras necesitadas de renovación y su presencia heroica entre los que nadie quiere… Y aceptar esta realidad, con su crudeza, con sus esperanzas… sin botones virtuales. Aceptarla y aceptarnos con la mirada misericordiosa de un Dios que no nos cuenta por niveles de superación, sino incondicionalmente, con la sencillez de la verdadera realidad. Aceptar la propia vida y la propia realidad como el camino auténtico y real para ser un poquito más humanos y más felices. (Cataluña Cristiana)
