Padre Manuel Martínez Cano, mCR
Religión es religarse con Dios. Tener relaciones con Dios, nuestro Padre Celestial. Amarle de todo corazón, más que a todas las cosas de este mundo. Más que a nuestros propios familiares. Tratarle con amor, ternura, cariño… Jesús -Dios hecho hombre- dijo: «amaros los unos a los otros como yo os he amado”. Durante nuestra vida, hemos de tratar de relacionarnos con muchas personas. Amándolas, como Cristo nos enseñó, seremos Santos.
Las relaciones de un cristiano con su prójimo deben elevarse al orden sobrenatural, encaminando las a nuestro último fin que es la eterna felicidad del Cielo. Las personas con las que tratamos son hijos de Dios y hermanos de Jesucristo. Son nuestros hermanos. Debemos respetarlas y amarlas. De esta manera honramos y amamos a Dios en ellas.
Hay relaciones con personas que pueden ser peligrosas o malas y pueden hacernos caer en pecado mortal. Debemos huir de estas ocasiones rápidamente. El placer sensible o sensual que puede sentirse ante ciertas personas, puede llevarnos al peligro de consentir. Debemos evitar esas ocasiones, fortaleciendo nuestra voluntad con oraciones y jaculatorias. Obrar de otra manera es poner en peligro grave la propia santificación y la salvación eterna.
Hay relaciones que no son buenas ni malas, son indiferentes. Según la intención, pueden convertirse en nocivas o provechosas: conversaciones, visitas, diversiones… el alma que busca la perfección cristiana procurará que sean útiles para la gloria de Dios y la santificación de las almas.
Nada de largas conversaciones ociosas, que no son más que pérdida de tiempo y ocasión para faltar a la humildad y la caridad. Que nuestras diversiones nos hagan volver a nuestras obligaciones relajados y no cansados. Y siempre en la presencia de Dios: » y todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él». (Colosenses 3,17)
En nuestra vida espiritual, lo primero y principal es asegurar nuestras relaciones con Dios: Santa Misa, meditación, lectura espiritual, Santo Rosario, visita al Santísimo, jaculatorias… nuestro trato con las personas en el propio trabajo, apostolado, amistad, debe ayudarnos para alcanzar la santidad. La Virgen Santísima siempre guiará nuestros pasos a la mayor de Dios.