La Iglesia afirma la existencia del demonio, así como su acción sobre la creación, y enseña con qué medios podemos combatirlo. El Santo Papa Pablo VI decía: “Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su existencia; o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquier otra criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una pseudorrealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias… Este capítulo sobre el demonio y sobre la influencia que puede ejercer, tanto en cada una de las personas como en comunidades, sociedades enteras o acontecimientos, sería un capítulo muy importante de la doctrina católica que debería estudiarse de nuevo, mientras que hoy se le presta poca atención… Hoy prefieren algunos mostrarse valientes y libres de prejuicios, tomar actitudes positivistas, prestando luego fe a tantas gratuitas supersticiones mágicas o populares; o peor aún, abrir la propia alma -¡la propia alma bautizada, visitada tantas veces por la presencia eucarística y habitada por el Espíritu Santo!- a las experiencias libertinas de los sentidos, a aquellas otras deletéreas de los estupefacientes, como igualmente a las seducciones ideológicas de los errores de moda; fisuras estas a través de las cuales puede penetrar fácilmente el Maligno y alterar la mentalidad humana. No se ha dicho que todo pecado se deba directamente a la acción diabólica; pero es, sin embargo, cierto que quien no vigila con cierto rigor moral sobre sí mismo se expone a la influencia del mysterium iniquitatis, a que se refiere san Pablo (2Ts 2, 3-12), y que hace problemática la alternativa de nuestra salvación” (Audiencia general del 15 de noviembre de 1972).
No basta con creer en la existencia del demonio, sino que hay que conocer sus astucias para combatirlo adecuadamente al seguir a Cristo. San Ignacio de Loyola, heredero de la experiencia de los padres del desierto y de los maestros espirituales, aporta reglas de discernimiento muy instructivas para ello: la conducta del Maligno “es la de un seductor en querer ser secreto y no descubierto… Cuando el enemigo de la naturaleza humana quiere engañar con astucias y artificios al alma justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; pero cuando el alma las descubre a su buen confesor o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa al enemigo; porque colige que su malicia resultará impotente, al ser descubiertos sus engaños manifiestos… Así mismo, como un caudillo que pretende conquistar un castillo donde espera obtener rico botín, al asentar su real y mirar las fuerzas o disposición de dicho castillo, lo combate por la parte más flaca; de la misma manera el enemigo de la naturaleza humana, acecha a nuestro alrededor y examina todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos” (Ejercicios espirituales, núm. 326-327).