D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
Si nos invade el desánimo; si a veces nuestra fe parece haberse desvanecido, acaso porque la hemos ligado en demasía con proyectos humanos que fallan; si no nos queda sino como un recuerdo nostálgico, a la manera de los discípulos de Emaús («Esperábamos»…), reavivemos el sentido de su presencia. El Señor iba con .ellos, aunque no le conociesen. El Señor va con nosotros. Y al reconocerle, llevemos la alegre noticia a los demás (8).
Como dice la Carta a los hebreos: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre. No os dejéis llevar de doctrinas varias y extrañas» (9).
Y el mismo Señor proclama en el Apocalipsis: «Yo soy el primero y el último. Estoy vivo, aunque estuve muerto; y ahora vivo para siempre, y tengo las Sigue leyendo
Es natural que, mientras caminamos, nos preocupe mucho la transformación inmediata de las condiciones del mundo. Sabemos que también ahí influye la presencia de Cristo resucitado.
La presencia de Cristo resucitado, Salvador todopoderoso, alienta al mismo tiempo nuestra acción y nuestra esperanza. El da sentido y vigor al esfuerzo humano. Él puede conseguir lo que no es posible a los hombres ni en el tiempo del vigor ni en el tiempo de la decadencia.
Por eso, la Iglesia, a través de los tiempos, da: testimonio de una Resurrección inseparable del misterio de la Cruz. ¿Qué es para nosotros .el misterio de la Cruz? Que el vencedor de la muerte, signo y prenda de nuestra victoria, esté con nosotros y, sin embargo, estemos todavía caminando entre sombras hacia la muerte.
En este tiempo pascual resuena, incitante, la groo noticia: Cristo, el que murió hace veinte siglos, ha resucitado. Está presente, sin límites de espacio .ni de tiempo. Es nuestra luz, es nuestra esperanza.