Sin embargo (basta decirlo muy de pasada), todos los que conocen el tema, que es muy complejo y muy interesante por otro lado, saben que se incurre muy fácilmente en equívocos y en ambigüedades lamentabilísimas. Porque, desde luego, es evidente que, analizando los escritos y comparándolos, se descubre enseguida que se trata de una predicación adaptada a las circunstancias y a las variedades de los destinatarios.
Por citar solo ejemplos de los más elementales -porque la cosa es muy complicada- es normal que citando un mismo texto, unas mismas palabras de Jesús, por ejemplo, en el llamado Sermón de la Montaña, san Mateo diga «Reino de los Cielos», y Lucas diga «Reino de Dios», porque la expresión «los Cielos», era inteligible en un ambiente judaico y no era inteligible en un ambiente helénico o romano extrajudaico. Lucas dirá: «Bienaventurados los pobres» y Mateo dice: «Bienaventurados los pobres de espíritu”. Lucas dirá: «Bienaventurados los que padecen hambre», y Mateo dice: «los que tienen hambre y sed de justicia». Lucas se contenta con resumir toda esa predicación en cuatro grandes afirmaciones o bienaventuranzas y Mateo nos da ocho, o mejor dicho nueve. Mateo dice en un cierto momento, en una parábola, puesta en labios de Jesús: «¿No se venden acaso dos gorriones por un as?”. Y Lucas dice: «¿No se venden acaso cinco gorriones por dos ases?». Mateo y Marcos ponen en labios de Jesús, dirigiéndose a los discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos». Y Lucas añade una explicación: «Guardaos de la levadura que es la hipocresía de los fariseos».
Mateo y Marcos, cuando se refieren al discurso escatológico, a lo que ha de venir sobre Jerusalén, ponen en labios de Jesús unas palabras muy judaicas, de la profecía de Daniel, unos novísimos: «Cuando veáis la abominación de la desolación mencionada por el Profeta Daniel, que está en el lugar santo, entonces…»511. Y Lucas, que se da cuenta de que esto solamente lo entienden los judíos lectores de Daniel, pero no un ateniense ni casi ninguno de los destinatarios de la predicación de san Pablo, lo dice de este otro modo: «Cuando veáis a Jerusalén rodeada por campamentos, entonces sabed que está cerca su desolación”, lo cual se entiende mejor. Mateo y Marcos, en las mismísimas palabras de la institución de la santa Eucaristía, dicen: «Esta es mi sangre de la Alianza”. Y Lucas y Pablo, dicen: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre». Mateo y Marcos dicen: «Que es derramada por muchos, por la muchedumbre» . Y Lucas dice: «Que es derramada por vosotros», etc.
De este fenómeno evidente, la escuela reciente bultmaniana deduce, propasándose al extremo, que lo primordial en este momento es la creatividad de una comunidad creyente anónima, que es la que realmente fabrica el pensamiento y los datos del Nuevo Testamento, descuidando, claro, el hecho mucho más evidente de que esta comunidad anónima es un mito, de que no existe, pues esta comunidad fue naciendo del núcleo de los Apóstoles. Cada predicador lo dice a su manera, selecciona a cada momento lo que le importa, compone, asume, adapta, extrae consecuencias; es lo propio de toda predicación. Pero es evidente que la finalidad en que convergen todos es presentar al mismo Cristo, es presentar el mismo mensaje.
Pero en todo caso, para no entretenernos ahora en esto (que es un tema demasiado extenso), hay que tener en cuenta una fácil distinción: este problema de las adaptaciones de una predicación viva (que no es la simple transmisión mecánica de unos textos que están congelados), como es lógico puede crear problemas y los crea, cuando se trata de determinar con precisión cuál fue exactamente el tenor literal de las palabras iniciales. Esto puede ser difícil. ¿Jesús dijo: «Bienaventurados los pobres»? ¿O dijo «bienaventurados los pobres de espíritu»? ¿O dijo las dos cosas? Es complejo de explicar, y tampoco tiene mucho interés, a no ser que nos empeñemos en dar importancia a tener estos textos en su tenor literal. Si nos contentamos con tener la identidad substancial del contenido y del mensaje, que esa sí la tenemos, si además no olvidamos el dato de que en cualquier supuesto lo que tenemos son traducciones (porque Jesús no predicó en la lengua en que se nos han escrito estos relatos), la cosa pierde importancia.
En cualquier supuesto, esta dificultad (que es real, que está ahí -valórese como se quiera-) apenas sí tiene aplicación alguna cuando se trata de ese hecho tan simple y radical que es la Muerte y la Resurrección. Jesús murió, Jesús resucitó: «Con Jesús estuvimos antes de morir, lo vimos morir, lo vimos enterrar y luego lo vimos vivo de nuevo y hemos estado con Él». Este hecho apenas depende de estas adaptaciones. Y por eso, a través de todas las adaptaciones, de todas las fórmulas usadas en las Cartas, en los Hechos y en los Evangelios (que lógicamente se adaptan a cada predicador, a cada escritor, aunque digan lo mismo en el fondo), ésta es la afirmación básica: Cristo muerto y resucitado, es como el núcleo, es el pivote sobre el cual está todo montado, es el eje de todo el pensamiento y de todas las condiciones.
No se ve en realidad por qué el hecho de las adaptaciones en la predicación ha de influir para nada sobre la solidez de este hecho. Cuando estos autores realmente creen que influyen, es porque aplican el a priori de que hemos hablado tanto. ¿Cuál es la aportación especial? Prescindiendo de este problema, ya la he anticipado: empeñarse en afirmar el valor de la predicación sobre Cristo resucitado, aun prescindiendo de la realidad de la Resurrección.
En realidad, después de la Primera Guerra Mundial, entre los protestantes (que es donde se fraguó todo este movimiento) se produjo una reacción religiosa contra el Protestantismo liberal. El Protestantismo liberal relativizaba el valor de las viejas palabras, de la llamada Palabra de Dios en los mismos protestantes, haciendo depender su valor e importancia de las interpretaciones históricas tan variadas, tan contrapuestas. Surgió, pues, una reacción tratando de reafirmar el valor religioso actual de la Palabra de Dios, con independencia absoluta de lo que digan los críticos, los historiadores y los que discuten sobre los viejos textos.
Este grupo de protestantes, que provenían en principio de una actitud que ellos llamaban liberal, es decir, escéptica y agnóstica en gran parte, se dividieron en dos direcciones, y sus máximos representantes (el máximo teólogo Barth 60 y el gran exegeta Bultmann), por un lado, se empeñan en acentuar lo más posible los contenidos de la fe y la realidad de la Resurrección, más que algunos católicos. Por otro lado, Bultmann inicia la corriente que, haciendo suyas todas las posiciones liberales y, por tanto, aceptando el agnosticismo -por lo menos la duda, si no la negación de la realidad histórica de los hechos de Cristo- sostiene que un cristiano debe renunciar a las representaciones objetivas de la fe, a todo lo que sean afirmaciones reales acerca de Jesús (Jesús es Dios, Jesús resucitó, incluso para algunos, Jesús vivió, sin más), considerándolas como mitos, y retener solamente el valor actual de la palabra que se predica acerca de Jesús no por lo que esa palabra contiene, sino por las actitudes que suscita ahora mismo en mí, en el oyente.
El único hecho importante sería esta actitud actual, no la referencia a lo que dicen las palabras en el tiempo antiguo. Nos limitamos a señalar muy esquemáticamente cómo exponen esta idea, primero Bultmann, que es su gran iniciador, y después (dejando aparte la turba de seguidores católicos y también protestantes que no hacen más que repetir y seguir una moda), un autor recientísimo protestante, Wilhelm Marxsen, que inspirándose plenamente en el método y en los supuestos de Bultmann, dedicó un estudio sistemático y especializado precisamente al tema de la Resurrección, mientras que Bultmann habló en general del tema del Nuevo Testamento, de Jesús y de la fe.
Empecemos por Bultmann, que escribe ya alguna de estas cosas en el año 1921, y después, más de frente (hablando de la mitología del Nuevo Testamento) en 1941 y en los primeros años 50 (1952-53). Según él, para entender la acción salvadora de Jesús, la fe cristiana, debemos desentendernos de toda objetivación, desinteresarnos de querer saber quién fue Jesús, qué hace, qué realidades o verdades aporta, porque esto es todo mitología; lo único que interesa de Jesús, según este planteamiento, es su significación existencial.
¿Qué significación existencial es esta? En la predicación de la palabra acerca de Jesús (por ejemplo, la que dice que ha resucitado, entre otras), se me invita a una decisión que transfigura mi vida, en cuanto que es una cosa que suena ahora en mis oídos y resuena en mi mente y en mi corazón. En definitiva, el hombre moderno se encuentra esclavizado por su propia concepción científica y técnica, quiere ser señor del mundo, y la concepción científica puramente positivista o materialista le convierte en el esclavo de las fuerzas del universo. El mundo, o es fatalidad y automatismo, o es azar. No queda espacio para la dignidad, la libertad y la esperanza del hombre, para la persona humana. Entonces, frente a esta situación de pensamiento positivista que ha dominado tanto al mundo moderno, la palabra evangélica despierta en el corazón del hombre una confianza en que, a pesar de todo, es persona; en que más allá de eso que es el mundo comprobable por la ciencia positiva, en esa realidad invisible hay algo (que no sabemos lo que es), que me permite afirmar que soy persona y, por tanto, me permite adoptar actitudes de auténtica libertad interior y de amor. Esto es todo.
