jesusJosé Guerra Campos

Pero la fe, es decir, la revelación acerca de esa significación profunda de Cristo revivido, se inserta en la Historia. Primero, las apariciones sensibles de Cristo: sensiblemente vieron ya indicios de ese nuevo modo de vida, de esa capacidad de comparecer en lugar cerrado atravesando paredes, etc., y sobre ese hecho incide entonces la Palabra del Señor y la luz interior del Espíritu Santo, y entendemos el significado profundo: la fe. Pero, ¿no es evidente que esta fe se refiere al hecho y que es el hecho el que queda iluminado por la fe? Y, al mismo tiempo es Él, Cristo, y esta convicción que llamamos nuestra fe. Es absolutamente inseparable la fe del hecho iluminador, porque la fe cristiana es eso: algo fundado en un hecho tangible e iluminador, cuyo sentido profundo se penetra gracias a la Palabra del Señor y a la luz interior del Espíritu Santo. Hablar, pues, y sobre todo con suficiencia, de que no conocemos la Resurrección como hecho, sino únicamente como fe de los cristianos primitivos, o que lo importante es la fe y no el hecho, es jugar con las palabras. Y es cosa demasiado seria para jugar así.

Segunda y última observación: ayer señalé cómo, naturalmente, si la Resurrección está encuadrada en un marco de facticidad, de experiencias, de testimonios históricos, es lógico que toda clase de datos produzcan como una convergencia sobre este núcleo. Hasta el mismo Domingo, por el simple hecho de celebrarlo, es como una sobrevivencia, un testimonio viviente de que la Resurrección de Cristo desde el principio se entendió como hecho. Entonces anticipé una pregunta: ¿Y la Sábana Santa de Turín, de la que tanto se habla recientemente?

Ante todo tenemos que reconocer que este dato tiene lugar cuando tantos (incluso entre nuestros teólogos y exegetas) y con tantas pretensiones se empeñan en situar la Resurrección en la órbita de una fe que no tenga nada que ver con los hechos comprobables. A ciertos autores de nota que andan por ahí, que escriben negro sobre blanco, les molesta que se hagan alusiones a que el sepulcro contenía un cuerpo que luego desapareció y se transfiguró. Esas cosas tangibles les molestan, y dicen además que comprometen la pureza del mensaje de la Resurrección.

Según estos autores, la afirmación de la fe acerca de la Resurrección estaría menos ligada como historia atestiguada, y algunos, en nombre de la crítica, toman los datos primitivos -los Evangelios- y tratan de eliminar todo lo que sea información, para acentuar todo lo que sea simbolismo, significación. Cuando por la creciente distancia temporal van pasando los años, van pasando los siglos (¡veinte siglos!), parece en principio que cada vez sería más difícil mostrar la conexión de la fe con hechos tangibles y, sobre todo, contar con hechos nuevos. Por ello, es realmente pasmoso, sea cual sea el último resultado, que unos estudiosos, extraños en muchos casos a la Iglesia y a la fe, agnósticos y ateos, tomen la Sábana Santa de Turín (que es un hecho, una cosa que está ahí, indiscutible) y sometiéndola a investigaciones, absolutamente desinteresadas en muchos casos, analizando la huella de esa impresión,   bien  con  los   instrumentos  recientísimos   de  la prescultación fotográfica, o del análisis químico, etc., subrayan, nada menos, la facticidad de la Resurrección. Porque ellos deducen que esa Sábana no es el testigo de un muerto, es el testigo tangible del hecho de la Resurrección. ¡Es curioso! Aunque no fuera verdad, es una ironía de la Historia, que debería obligar a pensar.

Conviene notar una cosa muy importante: la relación de esas impresiones -de esa imagen aparentemente borrosa, que está en el lienzo de Turín: las impresiones de un cuerpo crucificado, sepultado, traspasado en el costado y coronado de espinas, que fue azotado, etc., como el cuerpo de Jesús- no es doctrina oficial de la Iglesia. Es una reliquia tradicional, venerada desde hace siglos y siglos, pero la Iglesia no ha dicho ninguna palabra oficial, de modo que yo, por ejemplo, como Obispo, no tendría nada que decir. Más aún: hay en la Iglesia reciente ciertos exegetas que se empeñan, un poco maniáticamente (cada profesión tiene sus manías y sus deformaciones profesionales) en desentenderse de este hecho. Ni siquiera quieren analizarlo: no quieren saber nada.

Naturalmente, el fundamento de esta postura es poco sólido y eso es fácil de comprobar sin ser gran exegeta, porque se reduce exclusivamente a esto: unos exegetas que en virtud de la tendencia actual de la exégesis tienden en todo a no darle demasiada importancia a los textos como información, a no ver en ellos datos, sino únicamente significaciones, sin embargo, en este caso, cambian (lo cual es sospechoso) y se aferran, a la desesperada, a una pequeña variante que hay en los Evangelios, cuando se refieren de pasada a los lienzos con que fue envuelto el cuerpo de Jesús.

Es decir, los Evangelios sinópticos hablan de un gran lienzo, una sábana. Juan habla de lienzos, en plural, que ellos se empeñan en traducir como vendas. Entonces dicen: según los Sinópticos, Jesús habría sido envuelto en una sábana, un gran lienzo, pero en cambio según el Evangelio de Juan, habría sido envuelto en unas vendas como las momias egipcias. Reconocen que esto no era usable en Palestina, y como el mismo Juan dice, en ese mismo momento (en que lo enterraron según el uso de los judíos), esto debería bastar para no traducir así, sino para entender que lienzo y lienzos es una manera de referirse a lo mismo. O acaso como en Lucas, que usa las dos palabras por igual, refiriéndose a una gran sábana, o gran lienzo, que luego fue atado, ceñido por unas vendas, unas fajas más estrechas. Sería válida cualquier solución. A mí no me interesa ahora esta cuestión, como es natural. Quiero decir que esa es la razón de que algunos exegetas se desentiendan de la Sábana Santa. La solidez de la postura es nula: desentenderse.

Lo que yo quiero decir es (que quede claro) que frente a las posibles aportaciones de la Sábana Santa a esclarecer algo en torno a Jesús, sean cuales sean a última hora, nuestra fe está ahí antes de estos estudios de la Sábana Santa. Si la Sábana Santa aporta una comprobación, ¡bendito sea Dios! Y si no aporta nada, en paz. Las aportaciones no están influidas para nada por ninguna postura oficial de la Iglesia, ni siquiera por la postura de muchos de los sabios de la Iglesia.

Cuando a fines del siglo pasado, los químicos, los médicos, los analistas de la fotografía, señalaron lo prodigioso de la Sábana, los grandes opositores fueron los de la Iglesia, fueron investigadores católicos sacerdotes y religiosos. El hecho es que toda actitud que signifique desentenderse de un hecho es risible y es sospechosa y ahí tenemos un lienzo de 4,38 por 1,10 metros, no propiamente una sábana, sino una tira larga de un lienzo (como si fuera un fajo acabado de comprar en un comercio). Un lienzo perfectamente conocido: una sarga del cuatro que se ha examinado mil veces -lo sabe todo el mundo-, que viene siendo venerado desde tiempo inmemorial como el que envolvió el cuerpo de Jesús, y que los análisis científicos recientes, efectivamente, permiten atribuir a la época y al lugar de Jesús.

Ese lienzo presenta una impresión admirable del cuerpo yacente por delante y por detrás, unidos por la cabeza al doblar el lienzo. No es una pintura (está absolutamente demostrado), lo cual  era naturalmente la gran escapatoria. Y esa impresión, que es como un retrato del yacente, contiene todos los datos característicos de un crucificado singular, no de un crucificado cualquiera, sino de un crucificado coronado de espinas (a los crucificados no les ponían espinas, es un hecho típico de Jesús: la reacción de la soldadesca ante la pretensión de ser «rey de los judíos»). A los crucificados en general no se les daba la lanzada, aquí aparece la lanzada, y además entrando por el costado derecho y penetrando. Y lo mismo las huellas de los azotes -que se pueden contar una a una- y las huellas de los clavos (no en la palma, sino en la muñeca).