canoPadre Manuel Martínez Cano, mCR

La lectura espiritual es un alimento necesario para que las almas progresen en la perfección espiritual. En  primer lugar la Sagrada Escritura y, en especial, el Nuevo Testamento. En los Santos Evangelios aprendemos la doctrina y los ejemplos de nuestro Señor Jesucristo, para que los imitemos con devoción y fervor.

No entenderíamos que es la humildad, la mansedumbre, la virginidad, la caridad…, si no leemos y meditamos la vida de Jesús: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”; “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es verdad que filósofos paganos, en particular los estoicos, escribieron bellas páginas de algunas virtudes, pero aparece con frecuencia la soberbia del moralista, que se coloca por encima de los demás. Jesús enseña a practicar las virtudes dando testimonio de todas ellas con sublime sencillez. Y sólo busca la gloria del Padre que le ha enviado.

Leer la Sagrada Escritura con fe es gustar las enseñanzas divinas que ensancha el corazón con la práctica de las virtudes de la esperanza y la caridad. La lectura pausada de la Revelación divina es una meditación, un gozoso coloquio con Jesús, que fortalece el alma para seguir combatiendo los nobles combates de la fe.

Hay libros del Antiguo Testamento que debemos leer y meditar con fervor. En primer lugar, los Salmos. Es el libro de oración por excelencia. Es un lenguaje lleno de vida y afectividad, de amor a Dios, de adoración, de temor filial; junto con las más ardientes suplicas de un hijo cariñoso, un pecador arrepentido esperando la misericordia de Dios, un justo perseguido por su fidelidad a Dios. La lectura meditada de los Salmos, santifica nuestras almas.

Los libros Sapienciales -Job, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría, Eclesiástico- leídos con devoción son fuentes de sabiduría divina que nos ayudan a llevar una vida de santidad más perfecta. Nos recuerdan las virtudes principales que debemos practicar en nuestro trato con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos.

Los dieciséis libros históricos y los dieciocho proféticos del Antiguo Testamento, nos muestran la acción providencial y misericordiosa de Dios sobre el Pueblo escogido, para preservarle de la idolatría. En ellos vemos la debilidad de los siervos de Dios, sus buenas obras. Resalta la infinita misericordia de Dios que perdona siempre a los pecadores arrepentidos.

San Jerónimo decía que el desconocimiento de la Sagrada Escritura es el desconocimiento de Jesucristo.