Padre Manuel Martínez Cano mCR.
Jesús dijo a los fariseos y a los escribas: » bien profetizó Isaías de vosotros hipócritas, como está escrito (…) Moisés dijo: «Honra a tu padre y a tu madre y el que maldiga a su madre es reo de muerte». La reverencia o respeto debido a los padres es la materia del cuarto mandamientos de la ley de Dios: «Honra a tu padre y a tu madre» (Éxodo 20, 10) la Sagrada Escritura tiene expresiones severísima contra los que pecan contra este mandamiento: «Maldito quién deshonre a su padre o a su madre. Y todo el pueblo responderá: Amén. (Deuteronomio 27, 16).
Estamos en los tiempos del pecado contra Dios Creador, como ha dicho el Papa emérito Benedicto XVI. Los enemigos de Cristo y de la Iglesia quieren destruir la familia creada por Dios. A niños y jóvenes, se les está inculcando la rebelión contra los padres. Los hijos deben saber que deben obedecer a los padres: «Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque es justo». (Efesios 6, 1); «Hijos obedeced a vuestros padres en todo, que esto es grato al Señor». (Colosenses 3, 20). Esta obediencia tiene límites. Si los padres mandan alguna cosa contraria a la ley de Dios: robar, mentir, etc. no hay que obedecer porque: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres». (Hechos 4, 19).
El primer deber de los hijos para con los padres es amarles con el máximo amor. Amor afectivo de corazón, deseándoles toda clase de bienes y pidiéndole a Dios por ellos; y amor efectivo, manifestándoselo siempre, sobre todo en sus penas y problemas; defendiéndoles de los que les maltratan etc. Dice la Sagrada Escritura: «De todo corazón honra a tu padre y no olvides los dolores de tu madre. Acuérdate de que le debes la vida. ¿Cómo podrás pagarles lo que han hecho por ti?». (Eclesiástico 7, 29-30).
Puede llegar el día, en el cual los padres no puedan valerse por sí mismo, sin la ayuda de sus hijos. En estos casos los hijos -incluso los casados- deben socorrer a sus padres en todo cuando necesiten. La Sagrada Escritura exige de manera emocionante este deber de atender a los ancianos: «Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza. Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor. Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados. En la tribulación el Señor se acordará de ti, como el hielo ante el calor así se diluirán tus pecados. Quien abandona a su padre es un blasfemo, y un maldito del Señor quien irrita a su madre. (Eclesiástico 3, 12-16).
Familia que reza unida permanece unida.


El tercer extremo de la disyuntiva es la afirmación de la Iglesia y de la libertad. La potestad civil no es absoluta. La Iglesia, al afirmarse a sí misma con la jerarquía de sus principios y de sus derechos, madre fecunda de personas colectivas, defiende a todas las inferiores, que sucumben si ella, que es la más grande de todas, sufre detrimento en sus prerrogativas. Por eso toda opresión contra la familia, contra el municipio, contra la región, contra la escuela y la universidad, y contra las clases, es decir, contra todos los órganos de soberanía social, empieza siempre contra la Iglesia. (Juan Vázquez de Mella – El Verbo de la Tradición)