Bueno, por fin la herida se cerró y pude regresar al Convento, como el médico me aconsejó que estuviese una temporada en completo reposo hacía corporales y purificadores, y también arreglaba túnicas y delantales de las monjas.
Así se pasaron tres años volando y el 19 de Noviembre de 1945 hice mi Profesión de Votos Solemnes. Mi principal obligación siempre fue obedecer, rendir el propio juicio y la propia voluntad y vivir una vida de fe viva y práctica, viendo siempre en todo a Jesús y estando unida a Él y a Nuestra Madre la Santísima Virgen y ofrecer todo por la conversión de los pecadores en reparación de los pecados que se cometen, pedirle a Jesús que se dé a conocer a todas las almas. Es que yo sentía que mi misión en el convento era la de los ángeles en el cielo: alabar al Señor cantando, bendecir su bondad, reconocer su grandeza y reparar ingratitudes.
ABADESA
Me gustaba que las monjas me vieran como la niña de los mandados de la Virgen. Así pasaron muchos años. Llegamos al 1960, año en que las religiosas me eligieron Abadesa de esta Comunidad. ¿Sabes con lo que disfrutaba un montón? Dando a conocer a la Virgen, regalando estampas, rosarios, incluso algún dulce a los enfermos para que estuviesen contentos y le rezaran a tan buena Madre del Cielo.
León XIII sucede a Pío IX en el gobierno de la Iglesia. Estamos a finales del siglo XIX. Las pasiones provocadas por la independencia se van calmando poco a poco en América, los recelos de las naciones hispanas hacia la Madre Patria desaparecen a medida que ésta deja de ser considerada un peligro. Surgen los primeros caballeros de la Hispanidad, que rompen una lanza por la tradición católica y española del continente. Hombres que reconocen noblemente su origen, y no se avergüenzan de su abolengo. El ambiente se hace más propicio para que los Papas —sin temor de herir susceptibilidades de nadie—puedan manifestar su parecer sobre el sentido de la gran proeza misionera del siglo XVI.
* Sonríe y sembrarás alegría.