
Publicado por manuelmartinezcano | Filed under Artículos - Contracorriente
04 jueves Oct 2018
04 jueves Oct 2018
Posted in Mojones
Montserrat
Se dirá, de todos modos, que la libertad de expresión no sujeta a ningún criterio de verdad es entonces más “libre”. En realidad, cuando se postula tal premisa la consecuencia es otra: que no hay otro criterio que el de la voluntad superior del legislador humano. De donde se sigue que la libertad de expresión es defendida por el liberalismo en el discurso, pero no en los hechos sociales. Al no asentar el orden político en la verdad social, multiplica al infinito las posibilidades de tensión, de disensión, de quiebre entre las diversas expresiones individuales. (Julio Alvear Téllez – Verbo)
Tiende a integrarse activamente en los procesos humanos de conocimiento, de amor, de expresividad, de fundación de ámbitos de todo género: éticos, estéticos, religiosos. Autonomizado, reducido a sus propios límites objetivos, el cuerpo humano da muy poco de sí, como se desprende nítidamente de los dramáticos relatos de la filosofía existencial y la literatura del absurdo. Piénsese, por ejemplo, en La Náusea de Sartre y en El Extranjero de Camus. Asumido en un proceso expresivo integralmente humano, el cuerpo muestra virtualidades espléndidas e inagotables. (Alfonso López Quintás – Manipulación del hombre en la defensa del divorcio)
No se debe resistir ni combatir; lo que se debe procurar siempre es atraer. “Ahogar el mal con la abundancia del bien”, esta es su fórmula favorita, que leyó un día en Balmes por casualidad, y fue lo único que del gran filósofo catalán se le quedó en la memoria. Del Evangelio aduce únicamente los textos que saben a miel y almíbar. Las invectivas espantosas contra el fariseísmo diríase que las tiene él por genialidades e intemperancias del divino Salvador. A bien que sabe usarlas él mismo muy reciamente contra los irritables ultramontanos, que con sus exageraciones comprometan cada día la causa de una Religión que toda es paz y amor. (Sardá y Salvany – El liberalismo es pecado)
La primera dice relación con la libertad entendida como autonomía moral que permite que la conciencia devenga ley para sí misma. La segunda, en cambio, si recurrimos a un texto de Castellano ya citado, “es un acto de un juicio práctico que presupone, como condicio sine qua non de su existencia, le ley moral objetiva”. No puede haber conciencia sin una ley superior a ella misma, porque entonces pierde sentido una parte esencial del acto de la conciencia como es la discriminación entre los actos buenos y malos. Si la conciencia es ley para sí misma y goza de toda autonomía para determinar qué es bueno y qué es malo, entonces no se ve cómo un agente moral puede juzgar como malo un acto propio. (José Luis Widow – Verbo)
Como en la región heroica admirable, viril de Cataluña, a la que tantos vínculos de afecto me ligan, no sólo se siente el espíritu regional, sino que, animado y fortalecido por el tesón heroico de su raza, traspasa los linderos de su glorioso principado y desciende a otras regiones, levanto mi copa y brindo por la gloriosa Cataluña, que está defendiendo, ahora más que nunca, la causa común de España. (Juan Vázquez de Mella – El Verbo de la Tradición)
Una vez, después de la Santa Comunión, oí estas palabras: Tú eres nuestra morada. En aquel momento sentí en el alma la presencia de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, me sentía el templo de Dios, sentía que era hija del Padre; no sé explicar todo, pero el espíritu lo entiende bien. Oh bondad infinita, cuánto Te humillas hasta una miserable criatura. Si las almas quisieran vivir en el recogimiento, Dios les hablaría en seguida, ya que la distracción sofoca la voz de Dios. (Santa María Faustina Kowalska – Diario – La Divina Misericordia en mi alma)
El autor comenzó recordando a sus lectores de 1934 que aquel estallido de violencia de los separatistas de izquierdas no habría sido posible sin “el continuo fomentar de la rebeldía de Cataluña” por parte de la derechista Lliga de Cambó (quien luego fue, junto con Juan March, el mayor financiador del bando nacional) durante los cuarenta años transcurridos desde los días de las Bases de Manresa. Y junto a la acción de los separatistas, la otra clave de su éxito había sido, según Angulo, la complicidad de “la mayor parte de los políticos españoles de las tres últimas décadas, que se prestaron a ser juguete de los catalanistas a pesar de la diáfana claridad con que Prat de la Riba proclamó en La nacionalitat catalana sus ansias y sus propósitos separatistas en forma que al más necio no le podía caber duda de sus intenciones”. (Jesús Laínz – Razón Española)
04 jueves Oct 2018
Posted in P. Manuel Martínez Cano
Padre Manuel Martínez Cano mCR.
Nuestro Señor Jesucristo fundó su Iglesia sobre la roca inconmovible de Pedro. A él le dio la suprema autoridad y el don de la infalibilidad; y a él le prometió que la Iglesia permanecería hasta el fin del mundo. La verdadera Iglesia de Cristo será, pues, aquella en la que se encuentren todos los legítimos sucesores de San Pedro.
Sólo en la Iglesia Católica se da la sucesión histórica de los sucesores de San Pedro como obispos de Roma. Desde San Pedro hasta el Santo Padre Francisco en nuestros días, los católicos conservamos una serie ininterrumpida de 264 Papas, Vicarios de Cristo en la tierra.
El que quiera pertenecer a la Iglesia que fundó Cristo en Pedro, tiene que estar hoy en la Iglesia Católica.
San Ambrosio, refiriéndose al Sumo Pontífice, decía: «Él es Pedro, a quien Cristo dijo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Donde está Pedro, allí está la verdadera Iglesia de Cristo». Ubi Petrus, ibi Eclesia».
Cristo fundó su Iglesia con unas notas o características propias: unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad.
Jesucristo fundó una sola Iglesia. A San Pedro le dijo: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt.16-18) No dice el Señor «mis iglesias», ni «mil iglesias», sino mi Iglesia, en singular.
La voluntad de Jesús fue formar un solo rebaño bajo un solo pastor: «No ruego sólo por estos, sino por cuantos crean en Mí por su palabra, para que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti».
La Iglesia fundada por Cristo es santa. Así la presenta San Pablo en su carta a los Efesios: «Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable» (Ef. 5, 25-27).
La Iglesia fundada por Cristo es universal, católica, Cristo fundó su Iglesia para todos los hombres y pueblos de la tierra, convencido de que perduraría hasta el fin del mundo: «Id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación del mundo» (Mt 28, 19-20).
La Iglesia fundada por Cristo es apostólica. Jesús fundó su Iglesia sobre el Colegio Apostólico y, a los Apóstoles y a sus sucesores, les encomendó la extensión y perpetuidad de la misma Iglesia.
La Iglesia que reúna hoy estas cuatro notas, es la Iglesia fundada por Cristo.
La Iglesia Católica es la única que tiene las cuatro notas o características propias con las que Cristo instituyó su Iglesia.
La Iglesia Católica es una en su doctrina, en su gobierno y en sus sacramentos. Unidad de doctrina, creída unánimemente por más de mil millones de católicos de todas las razas, culturas y lenguas. Unidad de gobierno, con el Sumo Pontífice como Pastor Supremo de la Iglesia.
«Los hermanos separados, sin embargo, ya particularmente, ya con sus comunidades y sus iglesias, no gozan de aquella unidad que Cristo quiso dar a los que regeneró y convivificó para un sólo cuerpo y una vida nueva y que la Sagrada Escritura y la venerable tradición de la Iglesia confiesan» (Vaticano II, Decreto sobre el Ecumenismo, nº 3).
La Iglesia Católica es santa en su origen, en su fin, en sus medios y en sus frutos. Santa en su origen, por su fundador Nuestro Señor Jesucristo; santa en su fin, la gloria de Dios y la santificación de las almas; santa en sus medios: la Liturgia, el Santo Sacrificio de la Misa, los dones del Espíritu Santo, los sacramentos; santa en sus frutos, porque la Iglesia ha dado al mundo innumerables mártires y santos que han poblado las moradas celestiales; santa, en la Santísima Virgen María.
La Iglesia Católica es universal por su difusión en todo el mundo. Nuestra religión es practicada por gentes de todas las razas y nacionalidades. Por su presencia activa y por su extensión efectiva en todo el mundo, la Iglesia Católica cumple con esta señal o nota de la verdadera Iglesia de Cristo.
Entre herejes, cismáticos y protestantes, cuando hablan de nuestra Iglesia la llaman Iglesia Católica, pues no pueden darse a entender sino la distinguen con este nombre con el que es conocida en todo el mundo.
La Iglesia Católica es apostólica porque procede directamente de los Apóstoles de Jesucristo, a los cuales han sucedido continuamente los Obispos católicos y los Sumos Pontífices de Roma. Basta comprobar la sucesión apostólica de la Iglesia de Roma, porque el obispo de Roma es cabeza de toda la Iglesia.