El derecho a decidir es mentira. Siempre mentira. La misma mentira que pregonaban los revolucionarios cuando guillotinaron a Luis XVI porque habían decidido ser una república. La misma que alentó la destrucción del imperio español, porque los criollos habían decidido obedecer a otros jefes. La misma mentira que trajo a las Españas las «guerras de religión» en el siglo XIX porque los masones habían decidido construir entre nosotros un mundo sin Dios. Exactamente la misma que en boca de los ideólogos marxistas afirmaba que el pueblo -mentira- había decidido traspasar el poder de los caciques al comité central del Partido Comunista en los años 30. Es la misma mentira que nos trajo el divorcio destructor de la familia en la Transición, porque ¿cómo va uno a oponerse -decían los progres- al derecho de los individuos a decidir romper un juramento por más que sea un juramento sagrado? Y es la misma mentira que hace a los pro-muerte autodenominarse «pro-elección». Porque dicen que las madres (que son eso: madres), tienen derecho a decidir. (O sea, a decidir si van a dar a luz un hijo vivo o un hijo muerto).
En toda esta historia de mentiras constantes, de caprichos o injusticias cobardes escondidas detrás de la noble palabra «libertad», nos encontramos ahora con el derecho a decidir de los envalentonados separatistas catalanes. Porque dicen, y no les falta lógica revolucionaria, que no han de ser ellos los únicos que se queden sin explotar hasta la náusea este famoso y manido derecho a decidir.
Pues bien, frente a este falso derecho se levanta la verdadera obligación, el deber de las personas, las familias y las comunidades humanas de toda clase a permanecer fieles a la autoridad legítima; a la unidad que se ha construido con sangre, sudor y lágrimas; a la religión verdadera que alimentó a nuestros padres; a la voluntad verdadera del pueblo; a la bondad de las familias estables; al valor sagrado de la vida humana no nacida; a la hermandad fundamental que une a todas las regiones españolas.
La teoría del derecho a decidir, en realidad, sirve para simplificar las cosas. Porque sitúa a un lado a los partidarios del liberalismo disolvente, esa ideología que todo lo fundamenta en la pura voluntad desatada que sólo se ejercita desobedeciendo, rompiendo, apostatando, divorciando, abortando y separando. Al otro lado permanecemos quienes no necesitamos de la mentira del derecho a decidir. Porque ya hemos decidido que somos antiliberales. Y porque sabemos que la libertad no es una diosa sino un medio. Y porque sin tanta alharaca tenemos ya muy claro qué es lo que hemos decidido: obedecer, unir, creer, casar, respetar y hermanar.
(AHORA INFORMACIÓN)
Sí, estamos en camino como Juan, aquél que escribió el Evangelio. Lo primero que se encuentra, es con la dificultad social para aceptar que un Hombre sea Dios. Y por eso lo aclara al principio en aquel trocito que los curas, viejos hoy, rezábamos todos los días como final de la Misa: el verbo era Dios… Y brinda el autor una lista de atributos divinos. Y después de todo eso, minucioso y claro, dice que se hizo carne, que habitó entre nosotros y que mis manos lo han tirado y mis ojos lo han visto. ¿Alguien da más? (P. Gonzalo Vera Fajardo – EL PAN DE LOS POBRES)
* Todos los que promocionan aberraciones sexuales no han conocido lo que es el amor espiritual, el auténtico amor humano.
Llevamos muchos años escuchando, de unos y otros, que las cosas en España y en el mundo en general, no van bien, que hay que hacer algo para dar la vuelta a la situación. Lograr que en España se vuelva a respirar más en católico y conseguir para nuestras familias, y para toda la sociedad, un ambiente que nos ayude, a chicos y mayores, a estar cerca de Dios y alejados de los peligros del mundo.