
D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
Ciertamente, no es imprescindible estudiar todos los textos de los concilios o de los Sumos Pontífices. Para fijar un rumbo inicial suficiente bastaría acudir, por ejemplo, a los viejos catecismos familiares (como el Astete o el Ripalda…). Sin duda, son resúmenes escuetos, que admiten desarrollo en varios puntos; pero es importante subrayar que ni una sola línea de estos catecismos ha sido cambiada por el Concilio. ¡He aquí, pues, una pista para comenzar a abrirse camino en la maleza de la confusión! Una pista con tres indicadores:
– no hay por qué aceptar nada que sea disconforme;
– si alguien dice cosas que parezcan diferentes, es posible que no hayamos entendido bien y que sean válidas; pero el que las dice, sea quien sea, laico, presbítero u obispo, está obligado en conciencia a mostrar su conformidad con la tradición de la Iglesia, y, mientras no lo haga, es un derecho sagrado de todos suspender el juicio;
– si alguno, en nombre del catecismo de «ahora» se atreve a proponer lo contrario a las verdades de fe y moral contenidas en el catecismo de «antes», por mucho que apele al Concilio, se le debe resistir en nombre del Concilio y de la verdadera autoridad de la Iglesia (8).
Termino con un ejemplo muy sabroso, ahora que estamos en vísperas del congreso eucarístico nacional de Valencia. Hay quienes, con disquisiciones o argucias más o menos habilidosas, inducen a despreciar la adoración al Santísimo Sacramento en el sagrario, intentando limitarla al momento de la misa. Pues bien, el Credo de San Pablo VI dice: «El Señor… sigue presente, después del sacrificio, en el Santísimo Sacramento que está en el tabernáculo, corazón viviente de cada una de nuestras iglesias. Es para nosotros un dulcísimo deber honrar y adorar en la Santa Hostia que ven nuestros ojos al Verbo Encarnado a quien no pueden ver y que sin abandonar el Cielo se ha hecho presente ante nosotros.»
Esta es la verdad. Con ella en el corazón, no podremos acaso evitar el dolor ante otros comportamientos; pero sí podemos impedir que nadie nos empuje a la confusión.
(15 de mayo de 1972.)
Nota:
(8) Porque sin duda estaría falseando el Concilio, que no ha sustituido ni suprimido una sola verdad de fe ni una sola norma de moral.



Pablo VI ha dicho no hace mucho tiempo: «No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas» (7).