Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Publicaciones de la categoría: P. Manuel Martínez Cano

Jesús se aparece a su Madre

16 jueves Abr 2020

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Jesús resucitado se aparece a María

¡Viva Jesús Sacramentado!
¡Viva y de todos sea amado!

¡Viva María Santísima! ¡Viva!

Padre Manuel Martínez Cano mCR.

Hace muchos años, leí la meditación de la aparición de Jesús a la Santísima Virgen del Padre Granada. Tomé unos apuntes que ahora aprovechamos. En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola dice: «Primero, apareció a la Virgen María lo cual aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho diciendo que apareció a tantos otros, porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: (¿También vosotros estáis sin entendimiento?) San Ignacio amaba firmísima y tiernamente a la Virgen María, Madre de Dios.

Jesús amaba a su Madre con amor infinito. Si, pues, Jesús se apareció para consolar a los amigos ¿Cómo no iba a consolar antes y más cumplidamente a su Madre? El amor a su Madre hizo que Jesús acelerará tanto el instante de su resurrección que apenas pudiera decirse que quedaban cumplidas las profecías, cuando casi era de noche, en la madrugada del domingo, se alzó glorioso del sepulcro.

Nadie como la Santísima Virgen se había asociado a los dolores de la Pasión de Cristo era justo en consecuencia que ella fuera la primera en contemplar la victoria de su Hijo.

Terminada la sepultura de Jesús, María baja del Calvario, quizás con la corona en sus manos, y con San Juan y las piadosas mujeres se retira a Cenáculo.

¡Qué lentas pasaron aquellas horas desde la tarde del viernes al amanecer del domingo! En oración altísima, llena de dolor, recordaba las escenas que había presenciado, las palabras últimas de su Hijo, la agonía ¡Le veía muerto en la cruz primero y después en sus brazos!

Pero llena de esperanzas recordaba las palabras del mismo Salvador anunciando su resurrección al tercer día. Pasó el sábado, y alboreaba  la mañana del domingo, cuando, inundando su habitación de torrentes de luz gloriosa, se presentó su Hijo delante de ella. Como resplandeció en los ojos de la Madre aquel rostro lleno de gracia. Ver el cuerpo del Hijo resucitado y glorioso mirando los ojos divinos de su Hijo resucitado la Virgen queda extasiada.

Las aberturas de las llagas, que eran para la Madre cuchillos de dolor, ahora las ve convertidas en fuentes de amor. Al que vio sufrir entre ladrones, ahora lo ve feliz acompañado de ángeles y santos. Al que le recomendaba desde la cruz al discípulo, ve como ahora extiende sus brazos amorosos y le dice: “mamaíca mía”.

Al que tuvo muerto en sus brazos, ahora lo ve resucitado ante sus ojos. La Virgen lo besa y lo abraza, enmudecida de alegría no puede hablarle. María no se cansa de mirarle, recreando su espíritu en aquella hermosura glorificada. La cabeza que en la cruz estaba tan fatigada y hundida en el pecho, ahora se alza con majestad y gracia. El cabello, enredado, lleno de sangre, ahora está ordenado y peinado, enmarca su rostro de hermosura incomparable. Su frente sombreada de espinas, ahora resplandece limpia y hermosa bañada por el sol de la Divina claridad. Los ojos eclipsados por la muerte, brillan ahora y lucen como el Cielo, rebosantes de dicha y felicidad.

Sus manos taladradas por los clavos, caídas y sin vida al pie de la Cruz, ahora radiantes de celestial belleza las tiene cogidas y enlazadas con las de su Madre, tierna y amorosamente.

Sólo ha quedado una señal de los tormentos pasados ¡las cinco llagas! Pero con  color de púrpura resplandecen a manera de rosas en sus manos y pies, y de encendido rubí en el costado.

Los santos y los ángeles estaban embobados contemplando la hermosura de la Virgen Santísima. ¿Estaría allí San José? ¿No sería uno de aquellos santos cuyos cuerpos resucitaron? ¡Cómo se gozarían los Santos Esposos con su Hijo! ¡Regina caeli laetare! ¡Alégrate Reina del Cielo!

Y nosotros aprendamos el camino de llegar al triunfo animándonos a cualquier sacrificio en vista del premio eterno que nos merece.

(Romanos 8:18): «Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros».

¡Cristo ha resucitado!

¡Cristo está vivo en el sagrario!

¡Cristo vive con nosotros!

Resurrección de Jesucristo

09 jueves Abr 2020

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Institución de la Eucaristia - Cuerpo de Cristo

¡Viva Jesús Sacramentado!
¡Viva y de todos sea amado!

¡Viva María Santísima! ¡Viva!

Padre Manuel Martínez Cano mCR.

El cuerpo de Jesucristo quedó en el sepulcro unido a su divinidad. El alma unida a la divinidad bajó al seno de Abraham, lugar donde estaban retenidas las almas de los justos del Antiguo Testamento que habían muerto sin tener que satisfacer ninguna pena por sus pecados pero que no podían entrar en el Cielo hasta la muerte del Señor.

Los santos en el Limbo vivían en continuo anhelo de la llagada del Señor. Allí estaría Adán y Eva. Abel y los profetas. Cada uno traía alguna noticia. Simeón: «El Mesías ya está en la tierra; ha comenzado su obra redentora». San José, alma de singular hermosura. San Juan el Precursor, envuelto en rojo manto de sangre. Por fin vieron a Cristo, gozoso por ver el fruto de su Redención.

Pasaron las horas necesarias para que se cumplieran las Escrituras y las profecías, y llegó la resurrección. ¡Prisión, llagas, azotes, golpes, escarnios, cruz, lanzada…! ¡Varón de dolores! De pronto el alma de Jesús volvió a unirse con su cuerpo y a animarlo ¡Qué transformación más sorprendente! ¡Gloria!

(Mateo 28, 1-10): “Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del Cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: “Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado”. Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”.

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alegraos”. Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: “No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”.

El cuerpo resucitado de Jesucristo se revistió de las cuatro dotes sobrenaturales que, según el Apóstol San Pablo han de recibir los cuerpos de los resucitados de los bienaventurados, además de su perfección natural.

(1ª Corintios 15, 42): «Pues así es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción y resucita en incorrupción. Se siembra en vileza y se levanta en gloria. Se siembra en flaqueza y se levanta en poder. Se siembra cuerpo animal y se levanta en cuerpo espiritual”.

Hemos de procurar que estas dotes adornen nuestra resurrección espiritual. Seamos pues:

1º. Impasibles e inmortales. Que no volvamos a morir por el pecado mortal ni nos dejemos impresionar de los afectos desordenados que antes afectaban a nuestra alma, debilitándola y disponiéndola a la muerte eterna. El infierno.

2º. La claridad hemos de procurarla por el buen ejemplo, que ilumine a cuantos nos rodean y les ponga de manifiesto las virtudes de nuestra alma santificada.

3º. La agilidad, en la prontitud en responder a las inspiraciones de Dios, a las órdenes de la obediencia, a los dictados de la caridad y aún a las manifestaciones del gusto de nuestros hermanos.

4º. La sutileza en el vencer los obstáculos que a nuestro paso se oponen para alcanzar la santidad.

La resurrección fue el gran triunfo de Cristo:

1º. Triunfó de la muerte. Atroces tormentos, crucifixión, lanzada, embalsamiento, con 32,700 kg de una mixtura de mirra y óleos. Los mismos enemigos sellaron el sepulcro y lo custodiaron. (Lucas 24, 5): «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?». Con Cristo también nosotros vencemos la muerte.

2º. Triunfó de sus enemigos. Parecía que los vencedores fueron sus enemigos. Lo crucificaron. Pero al amanecer del domingo ¡Cristo resucitó! Con este Rey nada hemos de temer de los enemigos. Lo más que pueden hacer es matar el cuerpo, nunca nuestra alma.

3º. Triunfó de sus amigos. ¡No creían en Él! ¡No creían que había resucitado! y se llamaron con razón «Testigos de la resurrección».

«Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación. Vana nuestra fe» (1ª Corintios 15, 14)

Sentido cristiano de la muerte

02 jueves Abr 2020

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Muerte de San José y venida Espíritu Santo y presentes Jesús y María

¡Viva Jesús Sacramentado!
¡Viva y de todos sea amado!

¡Viva María Santísima! ¡Viva!

Padre Manuel Martínez Cano mCR.

LECCIONES DE LA MUERTE

La muerte es sabia maestra. Si aprendiéramos sus lecciones siempre obraríamos sabiamente.

1. Nos enseña la vanidad de las cosas del mundo. Junto a un cadáver, pasemos revista a lo que más estima el mundo: A) Belleza corporal ¿en qué para? Frescura, hermosura, juventud, se convierte en polvo, ceniza, gusano. B) ¿Podréis distinguir el cadáver de un necio del de un gran sabio? C) ¡Riquezas! Aquí se han de quedar. D) Se disipan como el humo los honores. E) Placeres, amigos ¡qué pronto se olvidan los muertos!

2. Nos enseña la falsedad de los principios que rigen al mundo. A) «Hay que gozar de la vida, porque no se repite». Pero la vamos a perder el día menos pensado y tendremos que dar rigurosa cuenta de su empleo a Dios. La muerte  tampoco se repite y de ella depende la eternidad. B) «Hay que ser como todos y no singularizarse». Y… morir como todos. Y condenarse como tantos ¡Qué necedad! C) «Lo importante es morir bien, acabar en gracia de Dios». Lo importante es cumplir nuestro fin, dar gloria a Dios en la vida y en la muerte, y lo cierto es que quién mal vive, de ordinario muere mal. Como es la vida es su fin.

3. «Nos enseña y pone en evidencia la locura de los mundanos». Vivir como si no hubieran de morir. Imitación de Cristo: «Bienaventurado quién tiene siempre ante sus ojos la hora de la muerte y diariamente se dispone a morir». San Ignacio de Loyola: «Que sienta el desorden de mis operaciones, para que aborreciendo me entiende y ordene, y conociendo del mundo para que aborreciendo aparte de mí las cosas mundanas y vanas».

¡Virgen María! Tú eres Madre de Dios y Madre mía, no permitas que yo tu hijo sea condenado por tu Hijo Jesús. ¡Muestra que eres mi Madre! Jesús, que cuando llegue el trance de mi muerte, tu Madre Santísima me alcance la palma de la victoria. Eternamente feliz.

LA MUERTE ENTRÓ EN EL MUNDO

La muerte entró en el mundo a causa del pecado del primer hombre. Dios dijo a Adán: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás» (Gen 2, 17). Adán y Eva desobedecieron y Dios dijo al hombre: «Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado, ya que eres polvo y al polvo volverás» (Gen 3, 19).

«Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado» (Rm 5, 12).

SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE

La Iglesia exhorta a los cristianos a que nos preparemos para la hora de nuestra muerte, pidiendo a la Madre de Dios, continuamente, que interceda por nosotros: «en la hora de nuestra muerte» (Avemaría), y poniendo nuestra confianza en San José, patrono de la buena muerte.

Gracias a Cristo, la muerte del cristiano tiene un sentido hermoso: «Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia» (Flp 1, 21). «Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él» (2ª Tm 2, 11).

En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: «Deseo partir y estar con Cristo» (Flp 1, 23).

MORIR EN GRACIA DE DIOS ES VIVIR ETERNAMENTE FELICES EN EL CIELO

«¡Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir!» (Santa Teresa de Jesús).

«¡Yo no muero, entro en la vida!» (Santa Teresita del Niño Jesús).

«¡Cuán dulce es morir después de haber tenido en vida verdadera devoción al Corazón del que nos ha de juzgar!» (Santa Margarita María).

«¡Qué consuelo siente mi alma al pensar en la muerte! ¡Veré a mi Dios cuando muera!» (Santa María Micaela).

«¡Qué suave y dulce es la muerte para las almas que le han amado sólo a Él!» (Santa Isabel de la Trinidad).

 

La muerte

26 jueves Mar 2020

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Jesús - Cruz - Peregrino

Padre Manuel Martínez Cano mCR.

¿Qué es la muerte? La puerta de salida de esta vida y de la entrada a la otra. La eterna.

Fisiológicamente, es el fin naturalmente definitivo de todas las funciones animales del cuerpo humano. Es la separación del alma y del cuerpo; juntos forman la persona humana y al separarse deja de existir la persona y quedan sus elementos disociados. El cuerpo que se descompone en el sepulcro; el alma, que conserva su propia vida. El alma es inmortal.

La muerte es inevitable única y cierta. Lo sabemos por la Sagrada Escritura:

(Génesis 2, 17): «Pero del árbol de la ciencia y del bien y del mal no coman, porque el día que de él comieres, ciertamente moriréis». (Hebreos 9, 27): «Decretado está a los hombres que han de morir una sola vez».

Por la experiencia, quién pretendiera negar la muerte sería tenido por loco. Cierto que moriremos, nos lo dice hasta la razón.

¿Cuándo moriremos? Moriremos pronto. No sólo los viejos, los jóvenes también. (Santiago 4, 14): «No sabéis cuál será vuestra vida de mañana, pues sois humo que aparece un momento y al punto se disipa». (Santiago 16, 7, 29 y 31): «Digoos, pues hermanos, que el tiempo es corto… y los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaren, porque pasa la apariencia de este mundo». (Sabiduría 5, 9): «Pasaron todas las cosas como sombra y como mensajero que corre”. (Sabiduría 5, 13): “Así también nosotros apenas nacidos dejamos de ser».

Mirando hacia delante parece que el fin está lejos. Mirando hacia atrás sentimos los años que pasan volando. (Lucas 12, 40): «Estad, pues, pronto, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre». (Eclesiástico 14,12): «Acuérdate de que la muerte no tarda y no sabes cuándo vendrá”.

La muerte nos despojará de todo: parientes, amigos, honores, riquezas, placeres. La muerte se lleva la hermosura. Francisco de Borja (29 años, mayo de 1539) al ver el cadáver desfigurado de la bellísima emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V dijo no serviré a Señor que pueda morir.

Nada trajimos a este mundo, nada nos llevamos.

Tránsito a la otra vida, puerta de eternidad. Eternamente feliz o eternamente desdichado.

Voy a morir, luego he de vivir como quién sabe que ha de morir, preparado siempre desasido de todo haciendo siempre la voluntad de Dios.

¿Cuándo moriremos? (Mateo 25, 13): «No sabéis ni el día ni la hora». San Gregorio: «Estamos inciertos de cuándo hemos de morir para que estemos siempre preparados a morir». Se nos oculta el último día, para que no descuidemos ninguno.

Soñaba el rico y planeaba soberbio gozando de su riqueza cuando oyó una voz que le dijo: «Necio, esta noche morirás». (Lucas 12, 16).

(Lucas 8, 27): «Dichosos aquellos siervos a quienes el Señor, cuando viniere, hallarse vigilantes». (Lucas 8, 46): «Vendrá el Señor de aquel siervo en el día en que no le espere».

¿Dónde moriré? ¡No lo sé! La muerte no tiene patria, de viaje, en casa, en la iglesia, comiendo, jugando, pecando. ¡No lo sé!

¿Cómo? Tampoco lo puedo decir ¿repentinamente? ¿lentamente? ¿dolorosamente? ¿suavemente? ¡Dios lo sabe!

¿Cómo moriré? En gracia de Dios o en pecado mortal ¡No lo sé! Mejor dicho, puedo con toda verdad afirmar que sí lo sé, moriré como yo quiera. Preciosa es la muerte en el acatamiento del Señor.

(Gálatas 6, 8): «Quién sembrarse en su carne, de la carne cosecharán la corrupción; pero quién siembre en el espíritu cosechará la vida eterna».

San Jerónimo, a punto de morir: «Afirmo, porque me lo ha enseñado larga experiencia, que de cien mil que han vivido constantemente mal, apenas hay alguno que merezca obtener a última hora misericordia de Dios».

¿Cómo practicar a última hora virtudes que jamás práctico? ¿cómo sanar en un momento un cáncer? Quién toda su vida ha estado abusando de las gracia de Dios ¿Cómo se aprovechará de la gracia final? La experiencia confirma que no hay ningún justo que deje de serlo a última hora.

San Agustín: «No tardes en convertirte que súbitamente vendrá la ira del Señor. Temes morir mal y no temes vivir mal. Deja de vivir mal y no temas morir mal. Vivamos como queremos morir».

Jesús ante Herodes

19 jueves Mar 2020

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Jesús ante Herodes

Padre Manuel Martínez Cano mCR.

(Lucas 23, 6-12): “Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí”.

Proclamada la inocencia de Jesús por Pilato, en vez de ponerlo, como debía, en libertad, para no enfrentarse con los sacerdotes y ancianos, decidió enviarlo a Herodes.

Cuando se trata de ir contra Cristo, cuando se va contra la Iglesia Católica, hasta los mismos enemigos entre sí, se unen para combatirle. Y la causa de Jesús se va a ver en el Tribunal de un hombre sensual, cruel y vanidoso; el verdugo de San Juan Bautista. Y ahí va Jesús, otra vez, por las calles de Jerusalén atado y custodiado como un criminal peligroso, hecho objeto de curiosidad y desprecio.

Pilato empieza a ceder. No cedamos nunca nosotros al más mínimo movimiento de pasión desordenada, pues como Pilato terminaremos mandando a Jesús a la cruz.

Herodes «buscaba el modo de verlo» (Lc 9, 9). Por eso se alegró cuando lo tuvo delante de él y le pidió que hiciera algún milagro y le daría la libertad, incluso honores y riquezas. Y Jesús que había respondido al gentil Pilato, no respondió palabra a Herodes ¿por qué calló? Porque el Señor no habla con las almas deshonestas, que se ceban en la lujuria, sin sentir remordimiento alguno. Pero la causa principal del silencio de Jesús está en que Él no quiso rebajarse al nivel de un charlatán y prestidigitador. ¡Terrible castigo para el alma el silencio de Dios! Es casi prenuncio de eterna condenación.

Procuremos por encima de todo conservar un corazón puro.

Herodes, como no le contestaba, le despreció y para burlarse de Él le hizo vestir una túnica blanca y le volvió a enviar a Pilato. Era el trato que se les daba a los necios a los locos. Terrible sufrimiento. Y yo siempre buscando ocasión para demostrar mi valía, mi inteligencia.

Hoy también se ataca a la iglesia procurando ponerla en ridículo ante el pueblo, acusándola de enemiga de la ciencia, atacando sus dogmas como contrarios a la razón y presentando sus enseñanzas desfiguradas para hacerlas parecer necedades increíbles. Son imbéciles y malvados.

Jesús sufrió muchísimo en este paso de su vida y todo lo hizo por mí y yo ¿qué voy a hacer por Él? Cumplir a rajatabla mis propósitos. Ser santo

«Por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza; oprobios con Cristo lleno de ellos que honores; y desear más ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio y prudente en este mundo» (San Ignacio de Loyola).

No nos quedemos en magníficos y estériles deseos. Aceptemos todas las ocasiones de sufrir que se nos presenten, todas las palabras hirientes. Con esta medicina hemos de curar nuestra soberbia, que nos impide, progresar por el camino de la perfección cristiana. De la santidad.

¡La Iglesia necesita Santos!

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