Todos estamos llamados a ser santos. Este es el camino al cual nos invita el Señor Jesús; “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). No basta, pues, con ser buenos, con llevar una vida corriente como todo el mundo, sino que nuestra vida tiene que ser vivida de tal manera, que sea ejemplo para los demás de esta imitación de Dios.
Y yo me pregunto, ¿es posible este ejemplo, sin la alegría, la alegría cristiana en nuestra vida?
En nuestra sociedad moderna es un desafío para la persona, experimentar la alegría. En este mundo donde hay divisiones y rupturas, donde la desesperación y la tristeza es el caminar de muchas personas y son muchos que buscan esta alegría en diversas cosas terrenales, como el consumismo, la búsqueda desordenada del placer por el placer, las riquezas, la ambición del poder, etc… y todo es un espejismo de la verdadera felicidad.
En el amor Divino es donde la persona encuentra la grandeza de su existencia. Allí está nuestra verdadera felicidad, pues ”Dios es Amor”.
La alegría es un signo presente en el cristianismo. Nuestra alegría testimonia la profundidad de nuestro compromiso con el plan Divino. Quien vive su fe con tristeza y abatimiento, no ha comprendido el mensaje de Cristo. La alegría se genera en el alma de la persona que vive en gracia de Dios, que vive unida al amor a Dios, y que es consciente del don que recibe de su Creador.
Chesterton escribía “El verdadero resultado de toda experiencia, y el verdadero fundamento de toda religión es este: que las cuatro o cinco verdades cuyo conocimiento es más prácticamente esencial para el hombre pertenecen todas ellas a la categoría que la gente denomina paradoja”. También la alegría del cristiano se expresa en paradojas. Paradójico es que Cristo aconseje, cuando se ayune, estar alegre, perfumarse, mostrarse lejos de cualquier tristeza. Por eso, no puede ser cristiano una persona triste.
Las personas pasamos por muchos sufrimientos en nuestra vida, pero uno de los más desgarradores es haber perdido a un ser querido, un hijo, un esposo o los padres, y la pregunta es siempre la misma, ¿cómo voy a estar alegre en esta situación de mi vida? Tenemos la sensación, de que nosotros también hemos muerto por dentro junto a ellos.
Muchas cosas nos lo recuerdan…despertando en nosotros una gran tristeza y queremos que siempre sean recordados. Todo esto es un sentimiento muy humano y normal, pues Cristo cuando murió Lázaro, lloró ante su tumba, aun sabiendo que lo iba a resucitar. Nos enseñó el Señor, que los sentimientos son buenos. Las lágrimas son una forma de expresar el dolor y es necesario llorar. Es imposible que nadie lleve el dolor por nosotros pues es intransferible, pero no tenemos que hacerlo en soledad. Tenemos que dejar que las personas más cercanas nos ayuden y así ejerzan la caridad en Cristo, para con nosotros. Lo que a mí me hizo mucho bien, después de la muerte de mi hija Mª Lourdes, fue el pensamiento de que ya gozaba de la dicha de Dios y esto me ayudó a sobrellevar con menos dolor su ausencia y transformar esta pena en alegría.
Aceptar el dolor y la tribulación con entereza; si recibes la tribulación con ánimo encogido, pierdes la alegría y la paz que viene del Señor. El cristiano, necesita pasar por la cruz para darse cuenta de las raíces de la alegría; entonces se advierte que el yugo no es yugo, que la carga no es carga, sin dejar de ser carga y yugo. Es duro, ¡claro que es duro!, porque con dureza de amor trata Dios a los que quiere. A nadie le envía Dios algo que Él sepa que no puede soportar, por duro que nos parezca.
Solo la persona que pone sus ojos en miras sobrenaturales, y acepta el sufrimiento como expresión de amor de Dios, puede alcanzar la paz y la alegría necesaria en esta vida. Cuando se pierde el miedo al sufrimiento, el miedo a la cruz, y se acepta la divina Voluntad, se encuentra la alegría y la felicidad ya en este mundo.
Feliz es el alma, que está en todo de acuerdo con la divina Voluntad, acepta todo lo que le viene sean goces o tristezas, sufrimiento o bienes, con la misma alegría. La característica más genuina de esta alma será siempre la constante alegría incluso en el sufrimiento. Dios nos quiere alegres en este mundo, nos quiere contentos, felices, optimistas. Porque es imposible estar unidos a Él y no participar de su inmensa alegría.
Tenemos que hacer “vida”, este pensamiento dicho por el Papa Francisco: La vida cristiana no es una fiesta, sino “alegría en esperanza”
“nosotros debemos decirnos la verdad: no toda la vida cristiana es una fiesta. ¡No toda! Se llora, tantas veces se llora. Cuando estás enfermo; cuando tienes un problema en tu familia; cuando ves que el sueldo no alcanza hasta fin de mes y tienes un hijo enfermo; … ¡Tantos problemas, tantos que nosotros tenemos! Pero Jesús nos dice: ‘¡No tengas miedo!’. Pero en el momento de la prueba nosotros no la vemos. Es una alegría que es purificada por las pruebas y también por las pruebas de todos los días: ‘Su tristeza se cambiará en alegría’. Pero cuando vas a visitar a un enfermo que sufre tanto, es difícil decir: ‘¡Ánimo! ¡Coraje! ¡Mañana tendrás alegría!’. ¡No, no se puede decir! Debemos hacerle sentir como la hizo sentir Jesús. También nosotros, cuando estamos precisamente en la oscuridad, que no vemos nada: ‘Yo sé, Señor, que esta tristeza se cambiará en alegría. ¡No sé cómo, pero lo sé!’. Un acto de fe en el Señor. ¡Un acto de fe!”
Un ejemplo muy hermoso que tenemos, es el testimonio que nos dieron los primeros mártires, que morían en el circo romano con una alegría sobrenatural. Esto hacía preguntarse a los que lo veían, el porqué de esta alegría. Llevemos esta alegría a nuestro mundo y así seremos apóstoles de Cristo en nuestro tiempo, y hagamos que también se pregunten ¿de dónde viene vuestra alegría? y podamos contestar “nuestra alegría viene del Señor”.
Siempre dispondremos de fuerzas para hacer frente a nuestras cruces, si somos capaces de mirarlas de frente con alegría, y pensar que mayor fue la cruz que Cristo llevó por nosotros.
Maria Lourdes Vila Morera