¡Hola de nuevo, querido lector! ¡Hoy disfrutamos aquí de un día glorioso de primavera! Hace tan buen día y me encuentro tan bien, que más que escribirte  desearía conversar contigo, para transmitirte mi optimismo en una jornada tan agradable. Especialmente, si estás postrado o enfermo. Por eso te pido que me hagas un sitio a tu lado, aunque sea un rinconcito, para que me siente a  hablarte sobre un asunto que ya te planteé la semana pasada;  la responsabilidad del científico.Por-cada-articulo-cientifico-firmado-por-una-mujer-como-autora-principal-hay-dos-liderados-por-hombres_image_380

A la vista de lo expuesto en artículos anteriores, queda claro que la Ciencia moderna ha sido soportada fundamentalmente por cristianos, católicos y creyentes. Eso es lo que nos dice la Historia de forma contundente y evidente: No es una verdad chica o una verdad con sordina. Es una evidencia histórica abrumadora. Un dato objetivo, al margen de creencias u opiniones.

Es entonces razonable ver en la Ciencia un don de Dios, como aventuraba hace dos semanas. Relacionar a Dios con la Ciencia es consecuencia inmediata a poco que sepamos interpretar ese mensaje milenario que se traduce –  evento tras evento – en un progreso científico continuado.

No es preciso ser cristiano para ver esa evidencia; es suficiente tener buenas entendederas y carecer de prejuicios. Podría ser una casualidad que la Historia de la Ciencia estuviera tan aderezada de cristianos, pero recurrir al azar es el recurso desesperado  de quien no tiene argumentos.

Siendo la inspiración científica algo que viene entregado gratuitamente por Dios – por el Dios cristiano,  me atrevo a decir a la vista de la evidencia, surge como otra consecuencia razonable, la responsabilidad del científico en realizar un buen uso de esa dádiva. Pero, ¿qué es “realizar un buen uso”?

Parece evidente que, en una primera instancia, el mejor uso que se puede hacer de un conocimiento es  ponerlo al servicio de la Verdad, al margen de influencias mundanas (subvenciones, rentabilidades, influencias políticas,… pasiones personales) que no harían más que desvirtuar ese conocimiento.

En una segunda instancia, parece que el “buen uso” de un regalo es utilizarlo en la intención de quien nos lo hace.

Por ejemplo, si regalo un palo de jockey a mi sobrino, es para que aprenda a jugar al jockey con él o, si es muy niño, para que lo utilice como caballito hasta que aprenda a jugar al jockey, pero en ningún caso para que me lo rompa en el lomo.

Es cierto que podría ser lo contrario, pero entonces la Ciencia se encontraría en un camino sin salida, como el sobrino, que aunque llegara a jugar al jockey y ganar partidos, no dejaría de ser un gamberro y, en caso de persistir en romper lomos, llegaría a ser un verdadero animal, en contraposición a lo que entendemos por hombre.

 

Así es el camino de la Ciencia y esa es la responsabilidad del científico. La Ciencia, don de Dios a los hombres, puede estar bien o mal utilizada, según sirva a la Verdad o sea manipulada por el hombre para su provecho material y en detrimento de esa Verdad.

Por ejemplo, las leyes de la genética que definió el monje agustino Mendel, han servido para que toda la humanidad se beneficie de los avanzados resultados del conocimiento genético,…y para la manipulación genética de los seres humanos. Lo mismo que veíamos en relación a la radiactividad; rayos X y bomba atómica. ¡Qué caminos tan divergentes! ¡Qué usos tan distintos de un palo de jockey!  Pero, ¿Cuál es el bueno?

No voy a divagar sobre cuál es el buen uso. No estamos ni tú ni yo, lector, para divagaciones. Los enfermos tenemos eso, que vamos a lo práctico porque el tiempo acucia.

Por eso voy a recurrir al más rotundo sentido común; si la inspiración de la Ciencia viene del Dios cristiano, de Jesús, es evidente que su desarrollo debe estar en la línea de Su enseñanza. ¿Iba Dios a inspirar al hombre para que hiciera algo distinto a lo que nos enseñó? Es evidente que no, eso sería un absurdo.

Entonces ¿ha de estar el científico, en su labor, esclavo a la religión cristiana?

¡En absoluto! Eso sería traicionar el don de la libertad que Dios ha dado al hombre y cuyo ejercicio le hace adquirir su condición de hombre!

Esa libertad bien ejercida es la que desarrolla la Ciencia en su camino de beneficio para la humanidad , y esa libertad mal gestionada, es la que crea los monstruos pseudocientíficos, tan temibles. Es aquí donde aparece la responsabilidad del científico.

El científico tiene la responsabilidad de ejercer  libremente su ciencia, y la de evitar que esa ciencia discurra por caminos aberrantes, o pueda llegar a situaciones aberrantes. Para ello, ha de tener su mente abierta y libre para recibir la inspiración divina, y su corazón atento a las enseñanzas de Quien le inspira,  todo ello para evitar dejar de servir a la Verdad, último fin de la Ciencia.

Lo dicho sobre la responsabilidad del científico, puede extenderse al divulgador de la Ciencia. Quien divulga sobre la Ciencia, con mentira, maliciosamente, para crear confusión o  dirigir hacia el error, es como quien escandaliza. Más le valiera atarse una piedra al cuello y echarse al agua.

 

Bueno, querido lector, te dejo por hoy. Gracias por haberme dejado estar un ratito a tu lado. Me ha hecho bien.

Hasta la semana que viene, si Dios quiere.

José Cepero.