P.albacenaAnte el nuevo curso que se nos eche encima, bien podemos reflexionar sobre lo acaecido, a fin de sacar algún provecho.

Diez meses del año que ya han pasado, han sido pródigos en inesperados acontecimientos que señalan de una manera inequívoca el fin de una época, iniciada hace cuatro siglos de rebelión social, colectiva contra la Ley de Dios y su Palabra Revelada, que está llegando a las últimas etapas de su descomposición y autoaniquilamiento. Las palabras del Papa a la Asamblea Episcopal reunida el pasado mes de Abril en Moravia, son una llamada a todos los católicos para una nueva evangelización que renueve la faz de Europa y consiguientemente de todo el mundo, después de la destrucción espiritual, inmensamente superior a la física, que ha supuesto a toda la humanidad el materialismo marxista por un lado y el materialismo positivista y agnóstico, edificados ambos sobre el supuesto de la no existencia de Dios.

El nuevo mundo, el mundo reevangelizado no puede ser un arreglo del actual, autónomo, subjetivista, en el que a lo más la religión es un hecho cultural, como el descubrimiento de los antibióticos, sin repercusión alguna en la vida personal, familiar, en la educación, en la conducta de cada día y en la ideología de cada uno de nosotros. Ha de ser una sociedad, conformada según la Ley de Dios y las normas objetivas que el Señor nos ha revelado para. dirigir nuestra conducta.

Da la impresión a veces, que algunos de vosotros, llenos quizá de la mejor intención, creen que lo que se nos enseña, pertenece al mundo de las ideas puras, sin las consecuencias concretísimas, pequeñas y muy prácticas. Da la impresión a veces, que algunos de vosotros seguís creyendo que lo que os enseñamos, es una doctrina respetable pero que desciende a demasiadas minucias y hasta exageraciones quizá, y que las que no vamos para carmelitas descalzas, o para el sacerdocio, no tienen que abrazarse con esas consecuencias. Tal vez, crean algunos, que mientras “se piense bien” y no se abrace conscientemente la bandera del capitalismo, del marxismo o -del progresismo, lo que es particular en la vida de cada día, no debe distanciarse demasiado del proceder de nuestros contemporáneos. Funestísimo error.

Me estoy refiriendo a algunos de vosotros, padres de familia, que permitís, consentís, o enseñáis a vuestras hijas menores, lo que no consentiríais a vuestras mujeres; me estoy refiriendo a algunos de vosotros, padres de familia, que lleváis a vuestros hijos e hijas; a la piscina, a la playa o al campo, -lo he visto con mis propios ojos- desde el salir de casa, con inmodestia en el vestir, como si el hecho de ir a una piscina, playa o campo, justificara la inmodestia en casa, en la calle, en el automóvil. O los que lleváis a vuestras hijas o hijos a playas donde ven lo que ni los mayores hemos de poner al alcance de nuestros ojos. O que algunas vistan, vosotras -mujeres, olvidando lo que ha sido siempre la norma de una sociedad cristiana, en la que era abominable, según el texto de la Escritura Santa, que la mujer vista a la usanza del hombre y a la inversa.

Me llevé un disgusto, al ver la misma noche que se volvió del Campamento, al veros a algunas de vosotras de pantalones y shorts. ¿Hay justificación en este proceder? Es general y casi común, el uso de pendientes en los hombres y de pantalones en las mujeres. Pero esa corriente no va con nosotros. Nosotros no somos como los demás hombres contemporáneos nuestros. Nosotros nos hemos de diferenciar de nuestros contemporáneos. Ellos pertenecen a la Europa anticristiana que derrotó a la Cristiandad y pasea orgullosa y triunfante su triunfo, con la superación de todos los tabúes de las costumbres católicas y de la convicción de que se han “superado” los miedos y perjuicios antiguos. Pero nosotros, pertenecemos a la Cristiandad que fue derrotada por la gran Revolución anticristiana, pero que no quiere arrodillarse delante de los triunfadores y sabe que con su paciencia, su humildad, su no querer imitar a los que nos oprimen, vencerá al fin la abundancia del mal, con la fuerza invencible de la debilidad aparente del bien.

Así procedieron San Vicente, Santa Inés, los santos mozárabes, los cristianos del Japón de San Francisco Javier. ¿Os imagináis a San Luis y a San Fernando, imitando en sus hijos las modas de los musulmanes? ¿Os imagináis a Blanca de Castilla, a Santa Isabel de Portugal, a Santa Juana de Chantal, con hijas con tirantitos y pantaloncitos o minifaldas? Pues ya sabéis a quiénes tenéis que imitar y cuyos pasos habéis de seguir.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 143, septiembre de 1990