Faltan profetas. El padre Iraburu, con la publicación de sus libros y sus artículos en Infocatólica, está haciendo un bien inmenso a la Iglesia de Cristo. Sus denuncias proféticas, son luces que disipan las tinieblas que envuelven a muchos, muchísimos católicos. Entre ellos, altos dignatarios de la Iglesia, como dice Santa María Faustina Kowalska, mensajera de la Divina Misericordia.
No se puede entender la aptitud tomada por el cardenal Kasper – y otros – y la del Superior General de la Compañía de Jesús, el español Adolfo Nicolás, quien ha manifestado que “puede haber más amor cristiano en una unión canónicamente irregular que en una pareja casada por la Iglesia”. A lo que el padre Iraburau contesta con estas palabras: “Es decir, pecar puede ser más cristiano que cumplir fielmente los mandamientos de Dios”. “Si me amáis, guardareis mis mandamientos” (Jn 14,5).
Hace cuatro años leí el libro de un jesuita argentino – no recuerdo el nombre – en el que analizaba la espiritualidad de Santa Teresa de Jesús y de San Ignacio de Loyola. Este buen jesuita dice que el demonio tienta en “hipótesis”. El P. Nicolás dice: “puede haber”, hipotéticamente, pero no hay amor cristiano entre los que viven en estado de pecado mortal, porque no aman cristianamente. Las opiniones de todos los hombres de la Iglesia juntas no hacen ni una sola verdad. La verdad es Cristo, su Evangelio, el Magisterio Pontificio, el Catecismo.
San Ignacio decía a los primeros jesuitas que “si lo blanco que nosotros vemos, el Papa dice que es negro, es negro”. La verdad sobre el matrimonio, y toda la doctrina dogmática, moral, mística… es la enseñada por los Vicarios de Cristo, los Concilios, los dogmas. Los divorciados y vueltos a casar, no pueden comulgar, es un sacrilegio. Los cristianos que viven en estado de pecado, pueden y deben convertirse amando a Dios sobre todas las cosas. Si no lo hacen y mueren en pecado mortal se condenarán eternamente en el infierno. Tenemos la obligación, en caridad, de decirles la verdad.
Perdonen, se me había traspapelado. ¿Qué dijo la Divina Misericordia, Jesucristo, a Santa Faustina Kowalska? Así lo dejo escrito en su diario la santa:
Cuando fui a la adoración, enseguida me embistió la necesidad de un recogimiento interior y vi a Jesús atado a la columna, despojado de sus vestiduras sometido enseguida a la flagelación. Vi cuatro hombres que por turno azotaban con flagelos al Señor. El corazón se me detenía al ver tanto desgarro. De repente el Señor me dijo estas palabras “Tengo un sufrimiento todavía más grande del que estás viendo”. Y Jesús me hizo conocer por cuáles pecados se sometió a la flagelación: son los pecados impuros. ¡Oh!, ¡qué sufrimientos morales sufrió Jesús, cuando se sometió a la flagelación! Repentinamente Jesús me dijo: “Mira y observa al género humano en la situación actual”. Y en un instante vi cosas terribles: los verdugos se alejaron de Jesús y se acercaron para flagelarlo otros hombres, que tomaron el látigo y azotaron al Señor sin misericordia. Eran sacerdotes, religiosos y religiosas y los máximos dignatarios de la Iglesia, lo que me sorprendió muchísimo, y laicos de diversa edad y condición; todos descargaban su veneno sobre el inocente Jesús. Viendo esto mi corazón se precipitó en una especie de agonía. Cuando lo flagelaron los verdugos, Jesús callaba y miraba a lo lejos; pero cuando lo flagelaron las almas que mencionado más arriba, Jesús cerró los ojos y de su Corazón salió un gemido reprimido, pero terriblemente doloroso. Y el Señor me hizo conocer íntimamente la enorme maldad de aquellas almas ingratas. “Ves, este es un suplicio peor que el de mi muerte”.
Manuel Martínez Cano, mCR