Obispos, sacerdotes y seglares comprometidos han manifestado sus impresiones sobre las pasadas elecciones generales. El obispo de San Sebastián dijo que estamos ante “una sociedad enferma”. Y es verdad. Enferma, desinformada y deformada. Infinidad de bautizados no saben, no han oído nunca, la Doctrina Social y Política de la Iglesia. No se la han enseñado nunca.
El Papa Benedicto XVI ha dicho que en política hay unos valores innegociables: la protección de la vida desde la fecundación hasta la muerte natural, el matrimonio de un hombre con una mujer para siempre, el derecho a educar a los hijos y el bien común. Y por el resultado de las elecciones casi nadie se ha enterado.
Un católico de filas, me ha dicho que si se presentara a unas elecciones un partido con estos cuatro principios innegociables: principio de subsidiariedad, de sociabilidad, salario familiar y respeto a la Ley Natural, deberían votarle los cristianos. Y en esas estamos. Hay varios principios y valores innegociables para un católico. Pueden formarse distintos partidos que defiendan la doctrina católica. Pero siempre sin olvidar el supremo principio, la suprema verdad: Cristo debe reinar en la sociedad.
En su primera encíclica, Pío XI analizaba las causas de los males que abrumaban angustiosamente a la sociedad. Poco después, el 11 de diciembre de 1925, publicaba la encíclica “Quas Primas” proponiendo como único remedio para la salvación de los pueblos y las naciones la Realeza Social de Jesucristo.
El Papa comienza la encíclica haciendo dos claras afirmaciones:”el mundo ha sufrido y sufre este diluvio de males porque la inmensa mayoría de la humanidad ha rechazado a Jesucristo y su santísima ley en la vida privada, en la vida de familia y en la vida pública del Estado; y es imposible toda esperanza segura de una paz internacional verdadera mientras los individuos y los Estados nieguen obstinadamente el reinado de nuestro Salvador. Por esto, advertimos entonces que la paz de Cristo hay que buscarla en el reino de Cristo” (Quas Primas, nº2)
No se trata, pues, de diálogos, tolerancias y demás. Hacen falta pastores, sacerdotes y políticos que conozcan los principios políticos de la Iglesia, los prediquen y los pongan en práctica.
En el número ocho de las Quas Primas, el Papa enseña: “Por otra parte incurriría en grave error el que negase a la humanidad de Cristo el poder real sobre todas y cada una de las realidades sociales y políticas del hombre, ya que Cristo como hombre ha recibido de su Padre un derecho absoluto sobre la creación, de tal manera que toda ella está sometida a su voluntad.
La autoridad del Redentor abarca todos los hombres; extensión bien declarada por nuestro predecesor, de inmortal memoria; León XIII, con las siguientes palabras que hacemos nuestras: “El poder de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que, por haber recibido el bautismo, pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga esclavizados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de tal manera que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano”.
Y en esta extensión universal del poder de Cristo no hay diferencia alguna entre los individuos y el Estado, porque los hombres están bajo la autoridad de Cristo tanto considerados individualmente como efectivamente en sociedad. No nieguen, pues, los gobernantes de los Estados el culto debido de veneración y obediencia al poder de Cristo, tanto personalmente como públicamente, si quieren conservar incólume su autoridad y mantener la felicidad y grandeza de sus Patrias” (Quas Primas, 8).
San Pío X, en el documento que condena el movimiento “Le sillón”, abanderado de la democracia moderna, afirma: “No se levantará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos, no; la civilización no está por inventar, ni la ciudad nueva por construir en las nubes. Ha existido, existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que instaurarla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques siempre nuevos de la utopía malsana de la revolución y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo” (Notre Charge apostolique, 11).
Jesús nos está diciendo: “Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda humana criatura, enseñándoles todas las cosas que yo os he enseñado; el que creyere y fuere bautizado se salvará, el que no creyere se condenará”.
