Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 179, diciembre de 1993
Para descalificar a una persona, para justificarnos en nuestra posición, para seguir viviendo una vida mediocre, apegados a nuestros defectos y a nuestras mundanidades, se ha inventado la palabra mágica: “exagerado”, “es Vd. un exagerado”, “sois unos exagerados”.
Si les preguntas serenamente, ¿qué es exageración?, ¿qué es ser exagerado?, probablemente no sabrán responder. Es uno de esos términos que se utilizan, no para buscar la verdad, sino pasa lanzarlo como proyectil al rostro de quien quiere destruir psicológicamente.
Y sin embargo, la cosa es muy sencilla. Exagerar es decir, representar, hacer una cosa que excede o distorsiona lo natural, lo justo, lo conveniente. No quererse conformar con el orden natural.
La belleza del arte, no es otra cosa que el esplendor del orden natural distinguido y contemplado. El bien es la conformidad de nuestra conducta con la plenitud de la naturaleza humana, que es el reflejo de la Ley de Dios que se manifiesta en la ley natural conocida por la recta conciencia. Lo natural, en lo justo, es reponer las cosas en su propio lugar en la naturaleza creada y para con Dios en lo increado. El ser justo es colocar las cosas en su lugar natural, a quien honor, honor; a quien tributo, tributo; a quien autoridad, autoridad; a quien restitución, restitución.
Lo conveniente es el vestido que enmarca la belleza, el bien y la justicia. La obra de arte tiene la conveniencia del museo; la virtud de la pureza Vgr., ha de estar ornamentada de la conveniente modestia y pudor natural; lo justo debe ir envuelto un la nobleza de la generosidad, pues hasta la justicia social no avanza en su camino, si no la ilumina la luz de la caridad.
Lo feo no es una exageración de la belleza, sino su corrupción. El mal moral no es una exageración de la ley natural, sino una inmoralidad. No querer admitir en mi casa lo feo, lo inmoral, es virtud, no exageración. El que llama exagerado a quien así lo quiere, peca contra la verdad y la caridad.
Los educadores, los padres, los maestros, debemos tener mucho cuidado en esta materia, porque además de lo dicho, no podemos olvidar la gravedad de la ocasión voluntaria. Hay obligación de evitar la ocasión voluntaria de pecado. Querer evitarla no es exageración, almo enseñanza moral. Consentir en la ocasión de pecado es aceptar ya el pecado y pecar, porque pecado y ocasión forman una unidad.
Una madre dijo una vez: “Prefiero que mueras hijo mío antes que verte en pecado mortal”. Su hijo fue santo. Se llamaba, ella Blanca de Castilla, y él, San Luis.
Santo Tomás, San Ignacio, todos los santos dijeron: es preferible la muerte, cualquier mal, antes que un pecado venial. Así pensaban y vivían los santos. ¿Eran exagerados? Los exagerados somos nosotros que preferirnos el pecado antes que a Dios. Entonces no nos llamemos discípulos de Cristo, sino exagerados amigos del pecado y de las ocasiones de pecado.
Una madre me dijo una vez, cuando estaba en otro Colegio, una frase terrible: “Ahora entiendo lo que dijo el Señor, de bienaventurados los senos que no engendraron y los pechos que no dieron de mamar”. Su hijo había sido consentido por ella en todo, y cuando venía conmigo arios atrás y le corregía aficiones, diversiones, salidas, falsedades, doble vida, indumentaria… y otras muchas cosas que yo sabía, me decía que le perecía yo exagerado y que no entendía a la juventud, que iba por un camino diferente del que nosotros habíamos tenido, En este caso, no le dije ya nada, porque bastante recogía con la pérdida de su hijo, del mal que le había sembrado, tolerándole y ocultándole sus defectos, sino que procuré consolarla con el recurso a la oración que todo lo puede.
Padres, educadores, hermanos mayores, maestros, catequistas y cuantos hemos sido constituidos en autoridad para dirigir a la juventud: qué malos somos y qué daño hacemos a los jóvenes llamando exageraciones a lo que no es más que obediencia, diciendo que exageración evitar la ocasión de pecado y justificando con una tolerancia suicida para las almas de nuestros dirigidos, educando o hijos, sus caprichos mundanos y el estar en ocasión voluntaria de pecado.
Si los que debemos enseñar y exigir no lo hacemos, ciertamente que pecamos, porque como dice la Sagrada Escritura: «No des licencia a tu hijo en su juventud y no seas indulgente con sus faltas… no sea que hecho terco se rebele contra ti”.
No temamos al mundo. Temamos al juicio de Dios.