La vida es un maravilloso y misterioso poder que ha sido transmitido al hombre, los animales y las plantas. Es un poder invisible e intangible más grandioso que cuanto existe en el Universo. Porque tenemos vida podemos subsistir, pensar, movernos, alimentarnos, reproducirnos, etc., y ayudar en la obra creadora. Es por ello que conviene definirla como un magno poder. Nadie sabe con certeza el verdadero lugar del ser viviente donde radica la vida, a pesar de que cada órgano, cada tejido y cada célula cumple la admirable misión de mantenerla.
Desde tiempo inmemorial el hombre ha tratado de desentrañar ese misterio, pero no obstante los notables avances de las ciencias modernas que han asombrado al mundo con los últimos descubrimientos de la desintegración del átomo, la energía nuclear, la televisión mundial, el cosmo-nautismo, el radar, etc., no le ha sido permitido saber lo que realmente constituye la vida. Sabemos únicamente que cada órgano, cada tejido, cada célula del ser viviente están dotados de ese misterioso y grandioso poder de vivir. Aun cuando eminentes biólogos han logrado aislar tejidos vivos y los han mantenido con vida por algún tiempo, jamás han podido determinar con exactitud, ni menos comprobar, qué es lo que verdaderamente anima las células; mucho menos han sido capaces de darles vida. Si es verdad que se ha encontrado la fórmula artificial de reproducir seres vivientes y modificar en cierto modo los tipos de individuos por medio de la inseminación, la polinización y los cruces, también es cierto que no se ha logrado, ni creo que se logrará nunca, impartir o crearla vida en las células reproductoras (espermatozoides, etcétera), que, dotadas ya de ese poder de transmitir la vida que poseen, cumplen por orden Suprema tan inconmensurable cometido. Por lo tanto, no debemos confundir el descubrimiento mecánico y científico de la reproducción, artificial, control de la natalidad, variación de tipos y prolongación de la vida (hasta ciertos límites) con algo que es absolutamente diferente, como lo es crear la vida propiamente. Sabemos también que en cada semilla vegetal hay un germen o poder vital para la reproducción de las plantas y se estima además que ese germen radica en determinado lugar de dicha semilla; pero si separamos el núcleo o parte vital para la reproducción de las plantas del resto del grano y separadamente sembramos cada porción, comprobaremos que no se reproducirán porque al desintegrarse el todo armónico del ser viviente en el grano, destruiremos ese misterioso poder que constituye la vida y que jamás podremos reintegrar en virtud de que nos está vedada la resurrección.
Aseveración hipotética
En los últimos estudios realizados por eminentes biólogos de fama internacional se descubrió en el núcleo de la célula sexual una substancia microscópica y sutil en los genes, que consideran el común denominador de toda forma de vida en la tierra. Es el llamado ADN, cuya constitución compleja y asombrosa los ha hecho suponer que en la porción de dicho núcleo radica la vida. Pero esa. aseveración no deja de ser hipotética, porque no ha sido justificada su tesis, pudiéndose afirmar que solamente lograron el descubrimiento de la complicada organización que existe en el citado núcleo, así como las características y peculiaridades de las substancias que éste contiene, como se descubrió la extraordinaria contextura del átomo de todo ser inanimado que condujo al grandioso invento de la desintegración de esa pequeñísima porción y concomitantemente a la producción inmensa de energía atómica; pero tales descubrimientos de ninguna manera demuestran qué cosa constituye la vida, ni menos que el hombre haya sido capaz de crear simplemente una célula o una semilla con vida. Si el hombre llegara a. crear la vida sería eterno en la tierra porque podría vencer a la muerte o lograr la resurrección, con lo cual se igualaría a la Divinidad, lo que es imposible dada la constitución inferior de su ser con la de Dios, en virtud de que siendo Éste su Creador no es lógico que formara seres iguales en poder y atributos -a Él- porque se llegaría al absurdo de la multiplicación de los dioses con el consiguiente caos universal resultante del tremendo choque de poderes. En esto radica su sabiduría infinita.
Un ser supremo es el autor de la vida
Ahora bien, si además sabemos por medio de la reproducción que todo ser vivo proviene forzosamente de otro ser vivo, y si el hombre no tiene capacidad para crear la vida y menos la tienen los animales y las plantas de que nos servimos para mantenerla, y sólo posee facultades para transmitirla por medio del espermatozoide ya vivo, lógicamente debemos concluir que un Ser Supremo es el Autor de ella. El hombre, primero en la creación por disposición de Él y quien a su vez ha creado cosas terrenas maravillosas, demuestra con este solo hecho que su origen proviene de la Divinidad Todopoderosa y por tanto fundadamente se estima como verdad irrefutable que al morir tendrá que reintegrarse a su Creador por medio de su máximo ser que es el alma, la cual no somos capaces de ver con los ojos del cuerpo humano, como tampoco podemos ver el poder de la vida celular, la electricidad, el aire, las ondas radioactivas, el mecanismo del pensamiento, pero que tenemos comprobada plenamente la existencia de todo esto porque sentimos sus efectos. Por lo mismo es lógico afirmar que el alma es quien genera el poder maravilloso e infinitamente Sabio, Bueno, Justo, etcétera, según se desprende de su grandiosa obra universal, no podría ser el padre de una criatura finita, si ésta la hizo a Su imagen y semejanza, lo que no puede negarse tampoco, por las extraordinarias cualidades superiores del ser humano.
Destino ultra-terreno
¿Qué animal ha creado lo que ha creado e inventado el hombre desde los principios de la historia? De esto se infiere, por simple deducción, que todos los seres humanos somos infinitamente perfectibles bajo el punto de vista físico-cultural y espiritual y que tenemos un destino ultra-terreno; que nuestras acciones en este mundo nos colocarán en el más allá en mejor o inferior lugar a los unos respecto de los otros ya que, siendo Dios inconmensurablemente justo, no sería lógico que tratara de igual manera a seres desiguales en su comportamiento. No se comprende cómo los ateos niegan la existencia de Dios, sin más bases que las deleznables afirmaciones de algunos científicos materialistas cuyas mentes estrechas consideran que el Universo se formó sólo a través de millones de años -evolución espontánea-y que de la misma manera se creó la vida. Debemos congratularnos todos los creyentes de estar situados en una esfera de pensar mucho más elevada y lógica que la de los ateos y marxistas-Ieninistas de pequeñas mentes no-filosóficas, porque ellos pretenden demostrar sin pruebas fehacientes y sin razón que la más grandiosa obra del Creador, que es el hombre, sólo constituye un ser finito evolucionado del mono, casi igual a los animales y las plantas, sin más finalidad que la de estar usando su poderoso intelecto para hacer descubrimientos que le permitan vivir comunitariamente mejor cada día, reproducirse, prolongar la vida, morir y acabarse para siempre. Los que creemos en Dios pensamos que podemos lograr también esa vida material. a que ellos aspiran solamente, pero sin perder de vista el verdadero origen y el destino ultra-terreno de la humanidad lo cual es grandioso y superior al ensoberbecido pensamiento ateo. Luego no es justificable ni moral la indiferencia religiosa ni el ateísmo. Ni basta tampoco creer en Dios. Hay que creer en Dios y cumplir sus Mandamientos. Únicamente el que cumple los Mandamientos cree y ama a Dios de verdad.
“MADRE GLORIOSA DEL CIELO, NO DEJES ESTAR TRISTE A TU HIJO EN LA TIERRA», era una frase de don Manuel González, tan conocido. Para lograr la alegría en el alma, no olvides rezar cada mañana y cada noche las TRES AVEMARÍAS.