San Rafael Arnáiz Barón
Jesús mío, arrodillado humildemente a los pies de tu santísima Cruz, te pido con todo fervor me des la virtud de la paciencia, me hagas humilde y me llenes de mansedumbre… Jesús mío, mira que esas tres cosas las necesito mucho.
Ayer sufrí un desprecio de un hermano…, me hizo llorar y si no hubiera sido porque Tú desde la Cruz me enseñaste a perdonar, quizás hubiera cometido una falta ¡Cuánto me costó vencerme!… Pero dormí más tranquilo.
Bendito Jesús, ¿qué me enseñarán los hombres, que no enseñes Tú desde la Cruz?
Ayer vi claramente que solamente acudiendo a Ti se aprende; que solo Tú das fuerzas en las pruebas y tentaciones y que solamente a los pies de tu Cruz, viéndote clavado en ella, se aprende a perdonar, se aprende humildad, caridad y mansedumbre.
No me olvides, Señor…, mírame postrado a tus pies y accede a lo que te pido.
Vengan luego desprecios, vengan humillaciones, vengan azotes de parte de las criaturas…, ¡qué me importa! Contigo a mi lado lo puedo todo… La portentosa, la admirable, la inenarrable lección que Tú me enseñas desde tu Cruz, me da fuerzas para todo.
A Ti te escupieron, te insultaron, te azotaron, te clavaron en un madero, y siendo Dios, perdonabas humilde, callabas y aún te ofrecías… ¡Qué podrá decir yo de tu Pasión!.. Más vale que nada diga y que allá adentro de mi corazón medite en esas cosas que el hombre no puede llegar jamás a comprender.
Conténteme con amar profundamente, apasionadamente el misterio de tu Pasión, y aprenda a sufrir de la manera que Tú lo hiciste. Ya sé que eso es el imposible de los imposibles, pero mira Señor Jesús mi intención.
¡Qué dulce es la Cruz de Jesús! ¡Qué dulce es sufrir perdonando!
¡Qué dulce es sufrir abandonado de los hombres estando abrazado a la Cruz de Cristo! ¡Qué dulce es llorar un poquito nuestras penas y unirlas a la Pasión de Jesús! ¡Qué bueno es Dios, que así me prueba, y desde su Cruz santa, me enseña! Me enseña sus llagas manando sangre inocente; me enseña un semblante del que en medio de la agonía y del dolor, no salen quejas, sino palabras de amor y de perdón.
¡Cómo no volverme loco!… Me enseña su Corazón abierto a los hombres, y despreciado… ¡Dónde se ha visto ni quién ha soñado dolor semejante!
¡Qué bien se vive en el Corazón de Cristo! ¿Quién se puede quejar de padecer?
Solo el insensato que no adore la Pasión de Cristo, la Cruz de Cristo, el Corazón de Cristo, puede desesperarse en sus propios dolores.
(Diario del Hermano Rafael)