Montserrat
La caridad
Sepamos ante todo qué significa la palabra caridad. La teología católica nos da de ella la definición por boca de un órgano el más autorizado para la propaganda popular, que es el sabio y filosófico Catecismo. Dice así: Caridad es una virtud sobrenatural que nos inclina a amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. De esta definición, después de la parte que a Dios se refiere, resulta que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, y esto no de cualquier manera, sino en orden y con sujeción a la ley de Dios y por amor de Dios. (Sardá y Salvany – El liberalismo es pecado)
Destruye el matrimonio
En virtud de ciertas leyes psicológicas y sociológicas, la legalización del divorcio -aunque en principio sea tímida y cautelosa- produce una serie de reacciones en cadena cada vez más laxas y disolventes de la unidad familiar. Así, consta por experiencia que, cuando el matrimonio pierde su sentido de unidad perenne y se reduce a una forma de contrato temporal, condicionado, da entrada rápidamente al concubinato. Si la ceremonia nupcial no entraña la creación de un vínculo realmente nuevo, originario, valioso, permanente, muy pronto -por pura economía de medios- se tiende a simplificar las cosas suprimiendo ritos vacíos. (Alfonso López Quintás – Manipulación del hombre en la defensa del divorcio)
La desnaturalización
Sin embargo, con la modernidad se ha ido desnaturalizando el concepto de bien común a la par del de la política. La desnaturalización viene ya de identificar el bien de la comunidad política con el bien de un tercero -el Estado-, ya de hacerlo con el bien privado del individuo -sus derechos. Castellano ha tratado de estas desviaciones que destruyen el concepto de bien común en más de una ocasión, y últimamente lo ha hecho en su ponencia madrileña de 2012 durante las IV Jornadas Hispánicas de Derecho Natural sobre el bien común-. (Juan Fernando Segovia – Verbo)
Mi nombre es victima
Con igual disposición recibo la alegría y el sufrimiento, la alabanza y la humillación; recuerdo que la una y la otra son pasajeras. ¿Qué me importa lo que digan de mí? Ya hace mucho he renunciado de todo lo que concierne a mi persona. Mi nombre es hostia, es decir, víctima, pero no en la palabra sino en la acción, en el anonadamiento de mí misma, en asemejarme a Ti en la cruz, oh Buen Jesús y Maestro mío. (Santa María Faustina Kowalska – Diario – La Divina Misericordia en mi alma)
Conocer los problemas
Por todo eso, la masa nacional no puede conocer todos los grandes problemas que hoy se plantean en los Parlamentos, lo mismo sociales que políticos y económicos, porque no está capacitada para conocerlos; y no pudiendo conocerlos, no puede manifestar su voluntad acerca de ellos, ya que primero es conocer las cosas y después viene el quererlas, si es que son dignas y merecedoras de que se las quiera, pues el pensamiento precede a la volición. (Juan Vázquez de Mella – El Verbo de la Tradición)
La burguesía
Max Horkheimer distingue dos fases en la evolución mundo burgués. En la fase primera, ascendente, la burguesía se afirma a través de unos valores sólidos, que son la religión, la patria y la familia, y de unas virtudes como la honra, la responsabilidad, la decencia, etc. (Aquilino Duque – Razón Española)
Arraigado en la tierra
Si estudiamos con seriedad la historia de diferentes países europeos podemos ver cómo el mensaje cristiano se volvió un elemento constitutivo fundamental de las instituciones y costumbres de esos países. Lamentablemente hoy en día asistimos a una alienación progresiva del hombre respecto a cualquier tipo de arraigo en la tierra fértil de la experiencia histórica pasada, vista como una realidad viva y no como una mera idea. Estar arraigado en la tierra significa estar anclado en lo que es concreto y permanente y brinda un puente hacia lo que es eterno. Una realidad que puede ser tocada y experimentada. (Mons. Ignacio Barreiro Carámbula – Verbo)
Hecho, el análisis sincero de los procesos familiares y sociales provocados por las leyes de divorcio en otros países revela que éstas degradan la institución familiar gravemente. Incluso en pueblos altamente instruidos, suele fácilmente confundirse lo permitido con lo lícito, lo legal con lo moral. La legalización del divorcio viene a ser interpretada tácitamente como una legitimación del mismo. La libertad de optar por la estabilidad o la disolución crea un clima propicio a la pérdida de la conciencia de que el divorcio es moralmente ilícito. La equivocidad del verbo castellano «poder» favorece entre nosotros este peligroso deslizamiento de la posibilidad legal a la licitud moral. (Alfonso López Quintás – Manipulación del hombre en la defensa del divorcio)
En esta pretendida neutralidad ética y religiosa se apoya el consabido argumento prodivorcista: «No puede imponerse por ley una opinión propia de ciertos creyentes. La ley debe ofrecer a los ciudadanos una posibilidad de opción libre. Cada creyente conservará su derecho a ser fiel a los dictados de su conciencia. De esta forma, creyentes y no creyentes podrán moverse con la indispensable libertad». Para desmontar el hábil escamoteo que late en este razonamiento, basta advertir que, independientemente de las creencias de los ciudadanos, la práctica del divorcio se muestra a la experiencia cotidiana y a la reflexión filosófica como llena de riesgos para la sociedad. Si estos riesgos son graves, los responsables del bien común no están autorizados a conceder libertad de opción en tal materia a cada uno de los particulares por emotivas que sean algunas de las razones esgrimidas. (Alfonso López Quintás – Manipulación del hombre en la defensa del divorcio)
Oh Dios, cuánto deseo que las almas Te conozcan, que sepan que las creaste por Tu amor inconcebible; oh Creador y Señor, siento que descorreré las cortinas del Cielo para que la tierra no dude de Tu bondad. Haz de mí, oh Jesús, una víctima agradable y pura delante del Rostro de Tu Padre. Oh Jesús, transfórmame miserable y pecadora, en Ti, ya que Tú puedes todo y entrégame a Tu Padre Eterno. (Santa María Faustina Kowalska – Diario – La Divina Misericordia en mi alma)
Todo lo relativo al matrimonio puede y debe ser regulado por la autoridad civil en virtud de su obligación de velar por el bien de la sociedad. No debe ocultarse, por razones estratégicas, que las leyes, además de regular la conducta de los ciudadanos, modulan la mentalidad, las actitudes y sentimientos de los mismos; crean estados de opinión, provocan la elevación o el descenso del voltaje espiritual de los pueblos. Una ley que de modo directo e ineludible contribuirá en corto plazo a banalizar la idea de la unión conyugal afecta a todas las vertientes de la vida humana: la social, la ética, la religiosa. (Alfonso López Quintás – Manipulación del hombre en la defensa del divorcio)