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La virtud teologal de la fe

06 jueves Feb 2020

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Padre Manuel Martínez Cano mCR.

NOCIÓN DE VIRTUD

Niño rezando a la Virgen MaríaVirtud es una disposición habitual y firme que dispone a las potencias del alma para que hagan siempre el bien.

No sería virtud un acto bueno esporádico, porque virtud es la costumbre permanente de obrar el bien.

Las virtudes pueden ser naturales o sobrenaturales.

Las virtudes naturales son los hábitos buenos que la persona puede adquirir con sus solas fuerzas naturales.

Las virtudes sobrenaturales son los hábitos infundidos por Dios en las potencias del alma que disponen a la persona a obrar sobrenaturalmente, según la razón iluminada por la fe.

Las virtudes sobrenaturales se dividen en dos grupos: teologales y morales. Las teologales son: fe, esperanza y caridad. Las morales son muchísimas, las principales son: religión, piedad, prudencia, fortaleza, justicia y templanza.

Las virtudes teologales son hábitos sobrenaturales del alma con los que las personas se relacionan directa e inmediatamente con Dios, como fin último sobrenatural.

NOCIÓN DE FE

La fe es una virtud sobrenatural por la que creemos firmemente lo que Dios ha revelado y la Iglesia nos enseña.

El Concilio Vaticano II definió la fe teologal con estas palabras: «Una virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y la ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas percibidas por la ley natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos».

La fe se divide en fe objetiva y subjetiva. La fe objetiva es el conjunto de verdades reveladas por Dios en la Sagrada Escritura y la Tradición divina.

La fe subjetiva es el acto interno de asentimiento del hombre a las verdades reveladas por Dios.

La fe subjetiva se divide en: fe habitual y actual, viva y muerta…

Fe habitual es la aptitud permanente de creer, ya sea consciente o inconscientemente. La recibimos en el Bautismo juntamente con la gracia y se desarrolla por la vida y formación cristiana.

Fe actual es el acto concreto de creer que la persona adulta debe hacer, con más o menos frecuencia.

Fe viva es la del cristiano que está en gracia de Dios y hace buenas obras.

Fe muerta la del que está en pecado mortal.

RAZONES PARA TENER FE

Si a un cristiano le preguntan por qué cree que Dios es uno y trino, contestará sin vacilar: porque Dios lo ha revelado y Dios no puede engañarse ni engañarnos.

Y si le preguntan: ¿cómo sabes que Dios lo ha revelado?, responderá: por los motivos de credibilidad.

Los motivos de credibilidad -las razones que tenemos para creer- son principalmente: los milagros, las profecías, la existencia histórica de Jesús y la Iglesia por sí misma.

El Concilio Vaticano I enseña que «Para que el obsequio de nuestra fe fuera conforme a la razón (Rom 12, 1), quiso Dios que a los auxilios internos del Espíritu Santo se juntaran argumentos externos de su revelación, a saber, hechos divinos y, ante todo los milagros y las profecías, que, mostrando de consuno luminosamente la omnipotencia y ciencia infinita de Dios, son signos certísimos de la divina revelación y acomodados a la inteligencia de todos. Por eso, tanto Moisés y los profetas como sobre todo el mismo Cristo Señor hicieron y pronunciaron muchos y clarísimos milagros y profecías; y de los apóstoles leemos: «Y ellos marcharon y predicaron por todas partes, cooperando el Señor y confirmando su palabra con los signos (milagros) que se seguían» (Mc. 16, 20)».

«Es más: la misma Iglesia por sí misma, es decir, por la admirable propagación, eximia santidad e inexhausta fecundidad en toda suerte de bienes; por su unidad católica y su invicta estabilidad, es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y testimonio irrefragable de su divina legación».

PROPIEDADES DE LA FE VERDADERA

El acto de fe de la persona ha de ser: sobrenatural, libre, firme, universal y constante.

El acto de fe ha de ser sobrenatural. El asentimiento de la razón a la Revelación divina se hace bajo el influjo de la gracia, apoyado en la autoridad de Dios.

La verdadera fe es un acto humano libre. El asentimiento a la divina Revelación lo hace nuestra libre voluntad y no la necesidad interna de los argumentos de razón, ni una coacción externa.

La verdadera fe es firme. El acto de fe excluye toda duda o vacilación voluntaria y resiste y vence toda dificultad o tentación contra las verdades reveladas.

La verdadera fe es universal. El acto de fe se extiende a todas las verdades reveladas por Dios, enseñadas por la Iglesia.

La verdadera fe es constante. El verdadero cristiano está dispuesto a sacrificarlo todo, hasta la propia vida, antes que negar o rechazar una verdad de fe.

Muchas veces la fe aparece oscura. Excede a nuestra limitada capacidad intelectual. Pero no por eso la fe deja de ser cierta y firme, porque tenemos argumentos racionales para creer las verdades reveladas por Dios y nos fiamos de Él que no puede engañarse ni engañamos.

-NECESIDAD DE LA FE

La fe es absolutamente necesaria para salvarse. Así lo afirmó nuestro Señor Jesucristo: «El que creyere se salvará, más el que no creyere, será condenado» (Mc. 16, 6).

Antes del uso de razón, para salvarse basta la fe habitual recibida en el Bautismo, pero el que ya tiene uso de razón, necesita, además, para salvarse, la fe actual.

Pero no basta la fe sola para salvarse -como dicen los protestantes- sino que es necesario que a la fe acompañe la gracia santificante y las buenas obras. Es necesaria, pues, la fe viva: «la fe que actúa por la caridad» (Gál. 5, 6) porque la fe sin gracia o sin buenas obras «es una fe muerta» (Sant. 2, 17-26), una fe que no puede salvarnos.

De la necesidad de la fe para salvarse no se sigue necesariamente que sea imposible la salvación de los paganos o infieles que no han sido bautizados, ya que la Iglesia siempre ha enseñado «que al que hace lo que puede (con la ayuda de la gracia actual), Dios no le niega jamás su gracia».

Santo Tomás enseña que: «Si alguno de tal manera educado (el que vive en la selva), llevado de la razón natural, se conduce de tal modo que practica el bien y huye del mal, hay que tener como cosa ciertísima que Dios le revelará, por una interna inspiración, las cosas que hay que creer necesariamente o le enviará algún predicador de la fe, como envió a San Pedro a Cornelio» (Hch. 20).

La Santísima Trinidad

30 jueves Ene 2020

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Santisima Trinidad y loa ángeles

Padre Manuel Martínez Cano mCR.

EL MISTERIO DE DIOS

La Santísima Trinidad -Un solo Dios y tres personas distintas- es uno de los misterios de la Revelación divina que la razón humana no hubiera conocido por sus solas luces naturales; sin embargo, es una verdad de fe que conocemos con toda certeza por medio de la Sagrada Escritura.

El Antiguo Testamento resaltó cuidadosamente la unidad de Dios «Escucha Israel: Yahvé es nuestro Dios, sólo Yahvé», porque Israel estaba rodeado de pueblos politeístas y corría el peligro de caer en la práctica de la idolatría; pero pasado este peligro, se revela claramente el misterio de la Santísima Trinidad en el Nuevo Testamento.

La historia comparada de las religiones enseña que el politeísmo (varios dioses) es una degeneración del monoteísmo (un solo dios); la humanidad no pasó del politeísmo al monoteísmo, sino del monoteísmo al politeísmo.

«Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos» (Catecismo de la Iglesia).

REVELACIÓN DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

La Santísima Trinidad es el mismo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero.

La revelación del Antiguo Testamento es figura de la del Nuevo Testamento. Por eso en el Antiguo Testamento sólo aparecen alusiones veladas del misterio de la Santísima Trinidad: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gen. 1, 26).

En el bautismo de Nuestro Señor Jesucristo se revela claramente el misterio de la Santísima Trinidad: «Bautizado Jesús, salió luego del agua y he aquí que se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre Él, mientras una voz del Cielo decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias» (Mt 3, 16-17).

El pasaje evangélico donde se revela con mayor claridad el misterio de la Santísima Trinidad es en el mandato de Nuestro Señor de bautizar a todas las gentes: «Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt. 28, 19).

Cristo menciona a las tres divinas personas, que tienen una misma esencia o naturaleza, como lo indica la fórmula singular del mandato de bautizar «en el nombre», no «en los nombres de».

EL SÍMBOLO «QUICUMQUE»

El símbolo «Quicumque» alcanzó tanta autoridad en la Iglesia Occidental y en la Oriental que entró en la liturgia de la Iglesia y ha de tenerse por verdadera definición de fe:

«Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica, y el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre. Ahora bien, la fe católica es que veneramos a un sólo Dios en la Trinidad, y la Trinidad en la unidad, sin confundir las personas ni separar las substancias. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo, pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad.

Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un sólo eterno, como no son tres increados, ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente.

Así, Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Señor, porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular, así la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores.

El Padre, por nadie fue hecho, ni creado ni engendrado. El Hijo fue por sólo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado, sino que procede.

Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres Padres; un solo Hijo, no tres Hijos; un solo Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos; y en esa Trinidad nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres Personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad».

EXPLICACIÓN TEOLÓGICA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Uno de los argumentos teológicos más conocidos para explicar el misterio de la Santísima Trinidad es el siguiente: Así como nuestro entendimiento, al entender una cosa, produce una idea de lo que conoce, de la misma manera, el Padre, conociéndose eternamente a Sí mismo, engendra el Verbo de Sí mismo, que es el Hijo, consubstancial al Padre.

Y así como nuestra voluntad al amar, produce el amor de lo que ama, así el Padre y el Hijo, amándose eternamente, producen (espiran) un amor que es el Espíritu Santo, consustancial al Padre y al Hijo.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se identifican en su única esencia divina, pero no se identifican entre sí, porque no constituyen una sola persona, sino tres personas distintas.

En las tres divinas personas no hay prioridad ninguna de tiempo, sino de origen. El Padre es la primera persona, que no procede de nadie, y por eso se llama Ingénito, no engendrado. El Hijo es la segunda persona, que procede eternamente del Padre por generación intelectual; se le llama Unigénito, el Verbo, la Palabra. El Espíritu Santo es la tercera persona, que procede eternamente del Padre y del Hijo, como de un sólo principio, por espiración de la voluntad y del amor divinos; se le llama Amor, Caridad, el Don por excelencia.

Dios es infinito

23 jueves Ene 2020

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Padre Manuel Martínez Cano mCR.

Sagrado Corazón de Jesús con el mundoInfinito es lo que no tiene fin ni límite. Dios tiene todas las perfecciones posibles en grado infinito, sin limitación alguna: «Es grande Yahvé y digno de toda alabanza; su grandeza es insondable» (Sal. 145, 3).

Dios es infinitamente perfecto, bueno, santo, sabio, poderoso…

Dios es infinitamente bueno, porque es el supremo Bien y la misma Bondad infinita que no cesa de manifestarnos su bondad y sus beneficios: «Nadie es bueno, sino sólo Dios» (Lc. 18, 19).

Dios es infinitamente santo. La santidad de Dios no es carencia de pecado sino la imposibilidad intrínseca de pecar. «Yo soy Yahvé, vuestro Dios, vosotros os santificaréis y seréis santos, porque yo soy santo» (Lev. 11, 4). «Santo, Santo, Yahvé Seboat ¡La tierra está llena de tu gloria!» (Is. 6, 3).

Dios es infinitamente sabio; para convencerse basta contemplar las maravillas de la creación. «¡Cuántas son tus obras, oh, Yahvé! ¡Todas las hiciste con sabiduría. Está llena la tierra de tu riqueza!» (Sal. 103, 24). «Señor, Tú lo sabes todo» (Ester 14, 4).

Dios es infinitamente poderoso: «Nada hay imposible para Dios» (Lc. 1, 37); «Para Dios todo es posible» (Mt. 19, 26). El poder de Dios es tan absoluto y tan ilimitado que sin instrumentos ni materia hace todo cuanto quiere.

DIOS INFINITAMENTE JUSTO Y MISERICORDIOSO

Dios es infinitamente justo y misericordioso.

Dios es infinitamente justo en su esencia y en sus actos. Justo es quien tiene la voluntad constante y permanente de dar a cada uno lo que le corresponde: «Justo es Yahvé y ama lo justo y los rectos contemplarán su faz» (Sal. 11, 7).

Dios aplica su justicia cuando castiga a los malos y premia a los buenos. «Sabemos que el juicio de Dios es conforme a la verdad, con todos los que cometen tales cosas» (Rom. 2, 2).

Dios es infinitamente misericordioso. La misericordia divina se pone de manifiesto en la bondad de Dios que aparta a las personas de sus miserias, sobre todo de la miseria del pecado por medio de la compasión.

La Sagrada Escritura llama la atención insistentemente sobre la misericordia divina: «Es Yahvé misericordioso y benigno. Tardo a la ira y clementísimo» (Sal. 103 ,8). «Es benigno Yahvé para todos y su misericordia está en todas sus criaturas» (Sal. 145, 9).

El testimonio más conmovedor de la misericordia divina es la encarnación, vida y muerte del Hijo de Dios: «Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn. 3, 16).

DIOS ES AMOR

Dios es una eterna comunicación de amor en sí mismo: El Padre el Hijo y el Espíritu Santo se aman eternamente. «Dios es amor» (1ª Jn. 4, 8-16). El amor de Dios es eterno (Is. 54, 8) «Porque los mares se correrán y las colinas se moverán, más mi amor no se apartará de tu lado» (Is. 54, 10). «Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracias para ti» (Is. 31, 3).

Durante toda la historia de Israel, se ve el amor infinito de Dios a su pueblo, amor misericordioso y gratuito; por medio de los profetas, Israel comprendió que Dios no cesó de perdonarle su infidelidad y sus pecados.

El amor de Dios a Israel se compara al amor de un padre a su hijo (Os. 11, 1), y que su amor es más fuerte que el amor de una madre a su hijo (Is. 43, 1-7). El amor de Dios a su pueblo vencerá incluso las mayores infidelidades (Ez. 16) y llegará a la entrega más generosa, entregando su Hijo a la pasión y la cruz por la salvación de las almas. «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn. 3, 16).

LA VOLUNTAD DE DIOS Y EL MAL

Dios ama infinitamente todo lo bueno y amable: «Tú amas cuanto existe y nada aborreces de cuanto has hecho» (Sab. 11, 25). Dios ama a sus criaturas con amor de benevolencia, es decir, Dios ama a las criaturas no con amor interesado, pues nada recibe de ellas, sino con suma generosidad y desinterés.

Si Dios, infinitamente bueno, ama el bien infinitamente ¿Cómo se explica el mal que hay en el mundo?

Hay dos clases de males: el mal físico y el mal moral.

Dios, infinitamente bueno, no quiere directamente ningún mal. Dios permite el mal físico que proviene de la limitación de la criatura, por el bien sobrenatural que puede seguirse de ese mal físico.

El mal moral (el pecado), que proviene del abuso de la libertad, es esencialmente una negación de Dios y Dios no puede quererlo de ninguna manera. Dios permite el pecado porque respeta la libertad humana y porque por su sabiduría y poder infinitos sabe sacar bienes del mismo mal.

Es mejor dotar a las personas de libertad, aunque puedan abusar de ella, que privarlas de los bienes que pueden merecer con el recto uso de la libertad. Sin libertad no podemos alcanzar la eterna felicidad del Cielo.

«Todo coopera al bien de los que aman a Dios» (Rom 8, 28).

«Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre. Dios no hace nada que no sea con este fin» (Santa Catalina de Siena).

Un solo Dios

16 jueves Ene 2020

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Padre Manuel Martínez Cano mCR.

CREO EN DIOS

Moises y la zarzaLa primera afirmación de nuestra fe es: «Creo en Dios». Dios es único: no hay más que un solo Dios. Dios es nuestro Padre que está en los Cielos, creador y Señor de todas las cosas, que premia a los buenos y castiga a los malos.

La confesión de la unicidad de Dios aparece ya en la Revelación divina del Antiguo Testamento: «Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 4-5).

El Nuevo Testamento ratifica la fe en un sólo Dios. A los escribas que preguntaban cuál era el primer Mandamiento, Jesús les dijo: «El Señor nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12, 29-30).

Dios es un espíritu eterno, inmenso, infinitamente perfecto, bueno, sabio, poderoso, justo, misericordioso, principio y fin de todas las cosas.

Creer en Jesús que es «el Señor» (Mc 12, 35-37) y en el Espíritu Santo «que es Señor y dador de vida», no introduce división en el Dios único.

EL NOMBRE DE DIOS

Dios se reveló progresivamente y bajo diversos nombres a su pueblo, pero la revelación fundamental de su nombre la hizo a Moisés.

Dios llama a Moisés, desde una zarza que arde sin consumirse, y le dice: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob».

Moisés dijo a Dios: «Cuando me pregunten los israelitas cuál es tu nombre, ¿qué les responderé?» Y Dios dijo a Moisés: «Yo soy el que soy» = YHWH = Yahvé.

Dios, como ser absolutamente necesario, tiene en sí mismo la razón de su existencia. Dios es el ser cuya esencia es existir. Dios es el ser que subsiste por sí mismo, el Ser subsistente, el que Es por sí mismo, el único ser eterno.

Dios, «El que es», se reveló a Israel como rico en amor y fidelidad. Dios es verdad y amor: mi Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad (2S 7, 28).

DIOS ESPÍRITU ETERNO

Un espíritu es un ser que no necesita materia para existir. Decimos que Dios es espíritu porque es sabiduría y amor y no tiene cuerpo; y decimos que es purísimo porque es más perfecto que las almas y los ángeles.

El Nuevo Testamento designa expresamente a Dios como espíritu: «Dios es espíritu» (Jn. 4, 24); «El Señor es espíritu» (2ª Cor. 3, 17).

La eternidad es duración sin principio ni fin, sin antes ni después, es un ahora permanente. La eternidad es «posesión total, simultánea y perfecta de una vida interminable» (Boecio).

La Sagrada Escritura revela la eternidad de Dios: «Antes de ser engendrados los montes y de ser formada la tierra y el orbe eres tú ¡oh Dios!, desde la eternidad y para siempre». (Sal. 90, 2).

San Agustín dice que: «la eternidad de Dios es su misma substancia, que nada tiene de mudable. En ella no hay nada pretérito, como si ya no fuera; ni hay nada futuro como si todavía no fuera. En ella no hay sino es, es decir, presente».

Dios es espíritu porque no tiene materia y es eterno porque no tiene principio ni fin; Dios ha existido siempre y siempre existirá.

DIOS INMENSO

Inmensidad es infinitud de extensión espacial. Dios es inmenso porque está en el Cielo, en la tierra y en todas partes.

La Sagrada Escritura enseña que Dios está por encima de toda medida espacial: «He aquí que los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte cuanto menos esta casa que yo he edificado» (2ª Cor. 6, 18).

Dios se encuentra presente en todo el espacio creado: «¿Dónde podría alejarme de tu espíritu? ¿A dónde huir de tu presencia? Si subiese a los cielos, allí estás tú; si bajase a los abismos, allí estás presente. Si tomara las alas de la aurora y quisiera habitar en el extremo del mar, también allí me cogerá tu mano y me tendrá tu diestra» (Sal. 139, 7-10).

«Dios no está lejos de nosotros, porque en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch. 17, 28).

Dios está en todas partes por esencia, potencia y ciencia. Dios está en todas partes porque Dios está en todas las cosas, llenándolo y penetrándolo todo. Dios está en todas partes, porque actúa continuamente en todas las cosas. Dios está en todas las partes porque lo ve, sabe y conoce todo.

La Tradición divina es una mina riquísima en la exposición de esta doctrina: «Ante todo cree que no existe más que un solo Dios… que todo lo abarca, mientras que Él es inabarcable» (Pastor de Hermas).

Presentación de Jesús en el templo

09 jueves Ene 2020

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Padre Manuel Martínez Cano mCR.

Presentación de Jesús en el temploSan Lucas dice en el capítulo segundo de su Evangelio que: «Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”.

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor.

Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: “Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción” (21-34).

El camino de Belén a Jerusalén era pedregoso; se tardaba en llegar dos horas. La Virgen María no estaba obligada a la ley mosaica de la purificación. Ella, la llena de Gracia y la bendita entre todas las mujeres quiere ser tratada como todas las israelitas.

Antes de entrar en el templo, José y María se llevan la gran sorpresa del encuentro con Simeón y la anciana profetisa Ana. Con el Niño Jesús en los brazos, Simeón exclama: «Ahora, Señor, deja a tu siervo irse en paz». En el tercer punto de su meditación San Ignacio dice: «Ana, viniendo después confesaba al Señor y hablaba de Él a todos los que esperaban la redención de Israel”.

En Belén se oyeron cantos angélicos en el nacimiento de Jesús. En la ceremonia humillante del Templo de Jerusalén, Simeón y Ana cantan las maravillas del Niño Jesús, el Mesías esperado. Han visto a Aquel que muchos profetas habían suspirado por conocerlo.

Simeón señaló a Jesús como «signo de contradicción. Para unos, tropiezo y ocasión de su ruina; para otros fuente de resurrección y de vida eterna. Pidamos al Señor la virtud de la fortaleza para sufrir por Él y con Él como sufrió la Virgen María para la conversión de los pecadores y su salvación eterna.

Dios quiere consolar a los suyos. Y consoló a Simeón y Ana. Nosotros tenemos que proclamar con todos los medios a nuestro alcance que Jesucristo es Dios. Que está resucitado en el Cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar.

Herodes, irritado diabólicamente, porque los Magos no le dijeron nada del Niño Jesús, mandó matar a todos los niños que había en Belén y en toda su comarca de dos años abajo. En las democracias de todo el mundo se puede matar a los niños que viven en las entrañas de sus madres, con la ley en la mano. Es un derecho democrático. Satánico.

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"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. (Salmo 127, 1)"

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Van al Cielo los que mueren en gracia de Dios; van al infierno los que mueren en pecado mortal

"Id al mundo entro y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado" Marcos 16, 15-16.

"Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano." San Juan Pablo II.

"No seguirás en el mal a la mayoría." Éxodo 23, 2.

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