Hemos visto que el racionalismo concibe el cosmos como regido por una necesidad matemática. Nuestra civilización presume de que cada vez se acerca más, con su inteligencia, a una teoría física que explique así todo el universo. Sin embargo, Platón contrapone precisamente la inteligencia a la necesidad en la cuestión cosmogónica.
Platón en el Timeo tiene unas frases geniales que podemos concordar muy estrechamente, tanto con el Géneis como con el modelo cosmogónico corriente de la ciencia moderna. Dice Platón:
“El mundo es el resultado de la acción combinada de la necesidad V de la inteligencia. La inteligencia dominó al punto a la necesidad consiguiendo persuadirla de que era necesario producir del modo más perfecto cuantas cosas nacían. La necesidad cedió a los sabios consejos de la inteligencia y, de este modo fue constituido este mundo desde su principio”. (1)
Verdaderamente, como se está asegurando cada vez más entre los científicos que no tienen prejuicios antiteístas, no se hubiese llegado a la figura ecológica de este mundo, sin un gobierno providencial que llevase a la materia ciega, que es la que cumple las leyes fisicoquímicas necesarias, a una disposición tal como la actual, que permite la vida de esquimales cerca de los polos sin imposibilitar la población de la franja ecuatorial de nuestro globo.
A este respecto se puede recordar aquí lo que decía Sir Arthur Eddington, físico inglés que capitaneó las expediciones que en Brasil y Australia hicieron las mediciones de la desviación de los rayos de luz de las estrellas por parte del sol durante el eclipse total de sol de 1919 y que llevaron a la confirmación de la teoría generalizada de Einstein. Hago notar esto para que se vea que se trata de un gran físico moderno, que conocía las últimas teorías físicos de los libros y que además podía llevar a la práctica precisas mediciones en difíciles circunstancias. Pues bien dice Eddington que ve tan difícil que se den las condiciones de habitabilidad de un planeta, que no cree que haya en el cielo otro astro habitado como la tierra. (2) Me diréis ¡Son tantas las estrellas! Pues ya de un plumazo hemos de eliminar nada menos que dos terceras partes de ellas si queremos contar las candidatas a tener planetas habitados a su alrededor. Dos tercios del ejército estelar están formados por estrellas dobles o múltiples, que hacen imposible la una a la otra el tener un cuerpo habitable en órbita. No es este el momento de explicarlo con detalles, pero así iríamos eliminando estrellas hasta ver lo improbable que es un sistema solar, una tierra con oxigeno, nitrógeno yagua en proporciones aptas para la vida, un sol de tal temperatura y tamaño con una tierra a la distancia apropiada con una inclinación tan bien puesta de su eje respecto a la eclíptica. Y esto no sólo en un momento de la historia, sino estabilizado durante miles de años. Un solo cataclismo cósmico podría haber borrado definitivamente, en la tierra, la vida para siempre. A esta concepción, que cada vez tiene más adeptos entre los científicos se le llama principio antrópico. (3)
Hasta ahora el evolucionismo materialista pretendía explicar que el hombre existe porque el universo es como es. El principio antrópico dice que el universo es como es para que pueda existir el hombre.
A medida que los científicos van conociendo mejor el universo, van descubriendo más coincidencias cósmicas que no tienen razón de ser desde un punto de vista científico, pero son necesarias para que podamos existir nosotros.
Son tantos los ajustes y coincidencias, que resulta ya imposible a los científicos atribuirlos al puro y ciego azar, por lo que se inclinan, cada vez más, a enunciar el principio antrópico. Siempre la ciencia había evitado aludir a la causa final porque como sólo los seres inteligentes obran por un fin, si reconocía una finalidad en lo material, demostraba la existencia de un ser inteligente que mueve y gobierna. Ahora en todos los libros en que se menciona el principio antrópico se dice que éste viene muy bien a los que creen que el universo procede de un Ser Inteligente.
Esto enlaza perfectamente con la cosmología tradicional cristiana de Santo Tomás, si se entiende que el movimiento cósmico proviene de un principio inteligente, no solamente en su origen sino también en su conservación. Lo que la física llama inercia sin alcanzar su causa, es efecto de la inteligencia.
Existe una jerarquía de entidades espirituales, cada una complementando el movimiento que inteligentemente imprimen las sustancias superiores, hasta las formas corpóreas que cooperan a su manera a determinar la concreción última del movimiento mediante lo que la física llama Fuerzas y que son las tendencias naturales a las configuraciones perfectas de cada sustancia. Todo ello está inteligentemente armonizado por las mentes que imprimen los primeros movimientos, principalmente la de Dios, motor inmóvil de todo y amado por todos los seres, cada cual según su propia manera de ser, a cuya alabanza, reverencia y servicio (4) se mueve todo lo que vive en el cielo y en la tierra, hasta que se complete el número de los elegidos que finalmente, como dice San Agustín al terminar «La Ciudad de Dios» descansarán, descansarán y verán, verán y amarán, amarán y alabarán.
1 “Timeo”, PLATÓN, Edicones Ibéricas, Madrid, pág. 238.
2 “The nature of the physical Word”, EDDINGTON, Cap. X Arbor Paperback, Univ. De Michigan 1958.
3 “El creyente ante la ciencia”, MANUEL Mª CARREIRA, S. J. Cuadernos BAC nº 57, pág. 26.
4 “Ejercidos Espirituales». SAN IGNACIO de LOYOLA. Principio y fundamento. Apostolado de la Prensa. Madrid. 1962.
