Sangre de Cristo, vertida copiosamente en la flagelación, ten misericordia de nosotros.
El matrimonio fue instituido por Dios. Quiso que la especie humana se propagara por la unión legítima indisoluble de un hombre con una mujer. Esta unión se afirma y consolida con los hijos que traen al mundo. En las bodas de Caná, Cristo elevó el matrimonio cristiano a la dignidad de sacramento.
Es verdad que la gracia santificante perfecciona la naturaleza. Y hace, en el matrimonio cristiano, que el amor sea tierno y ardiente, casto y sobrenatural. Une los corazones de los esposos y les ayuda a sobrellevar las cargas de la familia. Pero el demonio intentará introducir en la vida conyugal algún elemento sensual que puede influir en la vida sobrenatural.
La frecuencia de los sacramentos de la Eucaristía y la penitencia, vencerá todos los obstáculos y tentaciones que puedan influir en la santidad matrimonial. La devoción a la Virgen María es necesaria para convertir la vida familiar en un hogar de Nazaret.
San Pablo, en su carta a los Efesios (5, 21-33), dice:
Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo: las mujeres, a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.
Cuando Dios concede hijos, el matrimonio los recibe como algo sagrado y los aman no sólo como hijos suyos sino también como hijos de Dios, miembros del Cuerpo Místico de Cristo y futuros ciudadanos del Cielo. Le preguntaron a Santa Teresa de Calcuta cuales son las personas más necesarias. Su contestación fue: Los padres.
Los padres deben educar a los hijos en la virtud cristiana. Su modelo a imitar siempre será nuestro Señor Jesucristo. Los padres como representantes de Dios han de educar a sus hijos con tacto, dulzura y fortaleza. Han de evitar la excesiva blandura, que deforma a los hijos; y los caprichos, que los hacen egoístas. Acostumbrarlos a estudiar y trabajar. Así se harán hombres cristianos y mujeres cristianas.
Los padres tienen la obligación de vigilar a sus hijos para apartarlos de los peligros inmorales: diversiones insanas, amores prematuros, televisión, internet, amigos, móvil…
Los padres tienen que hacer de sus casas, hogares de Nazaret, iglesias domésticas. Crear un ambiente sobrenatural que una a toda la familia en la tierra y en el Cielo.
