D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
El valor está, además, en que, según reconoce el Concilio, las religiones, no obstante, muchos errores y fallos, poseen ciertas intuiciones valiosas acerca del mismo Dios: «rayos o destellos de la verdad»; en medio de las sombras Dios no deja de iluminar al hombre.
Ahora bien, sin mengua de lo dicho, el Concilio califica de nuevo a la Iglesia como «única religión verdadera» (6). ¿En qué sentido lo es, y, por tanto, en qué sentido las demás son falsas?
La posición de la Iglesia es muy clara; la misma según la cual la buena fe está orientada hacia el Evangelio (7). «La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo» (8). Pero lo considera preparación del Evangelio. Ella ofrece la plenitud de la vida religiosa: Dios ha querido manifestarse plenamente en Cristo, en quien reconcilia consigo todas las cosas.
Por lo mismo, la Iglesia no es una competidora más entre las diversas religiones; es portadora de una revelación que constituye, al mismo tiempo, la llamada y la respuesta de Dios para los que le buscan. Por eso, toda búsqueda humana ha de orientarse a Cristo, todo hombre está llamado a adherirse a Dios en la forma con que Él se manifiesta. La búsqueda en cuanto tal, o las formas imperfectas de religión, a falta de otras, no son malas. Pero si alguien, por desidia o contumacia culpables, se queda en la etapa de búsqueda y no acoge al Señor que llama a su puerta se pone en situación falsa. En este sentido siempre será verdad que la Iglesia es la «única religión verdadera».
NOTAS:
(6) Declaración sobre la libertad religiosa: DH., 1.
(7) Ver el capítulo décimo de esta obra.
(8) Nae., 2.