Tal fue el lema que nuestro Obispo D. José escogió para su pontificado. Son palabras del Prólogo del Evangelio de San Juan: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros».
En la homilía de la última Santa Misa de ordenaciones que celebró D. José, en la que tuve la dicha de ser incorporado al ministerio del Lectorado, explicó cuáles fueron los móviles de su actividad pastoral. En primer lugar: «Nada vale en la Iglesia a no ser aquello que remite a Cristo Jesús». En segundo lugar: «Obispos y presbíteros estamos consagrados […] a servir la presencia salvadora de la persona de Jesucristo». Y, por último, «en relación con los hermanos, estamos no para ser servidos, sino para servir, al igual que Jesús». Qué claro tenía nuestro Obispo el centro de su vida: Jesucristo, el que habitó entre nosotros y a quien D. JOSÉ Guerra preparó el terreno para que habitase también ahora entre su rebaño. Rebaño tan amado de D. JOSÉ que, en esa misma homilía, le hizo derramar lágrimas, no de dolor, sino de esperanza.
Las palabras de San Juan tienen, además, un significado especial para nosotros,
si las aplicamos a la figura de D. JOSÉ. Él quiso habitar entre nosotros, en la casa de la Sociedad Misionera de Cristo Rey, los últimos días de su vida, dándonos continuos ejemplos de virtudes cristianas y elevando nuestro pensamiento siempre a Nuestro Señor. Quisiera dar un testimonio de esta virtud, que pude contemplar durante el período de su última enfermedad. Unas semanas antes de su muerte hubo de ser trasladado al hospital. Allí tuve la dicha de pasar dos noches a su lado. En teoría yo iba al hospital a cuidarle, pero el que salía cuidado era yo. Durante la noche yo dormía en un sofá. Cuando D. JOSÉ necesitaba ir al lavabo, miraba donde yo dormía y sólo cuando tenía los ojos cerrados con sumo cuidado se incorporaba para no despertarme y, sin hacer ruido se levantaba de la cama. No quiso nunca molestar.
Que este ejemplo nos empuje a imitar su santa vida hasta en los más pequeños detalles, pues será el mejor fruto que podremos recoger de D. JOSÉ, en su imitar a Cristo, tras su estancia entre nosotros.
* «Hijos míos, habéis oído decir que iba a venir un Anticristo… Ese es el Anticristo el que niega al Padre y al Hijo» (1ª Juan 18, 22).
* «Todas las que militáis debajo de esta bandera. Ya no durmáis, ya no durmáis que no hay paz sobre la Tierra» (Santa Teresa de Jesús).
* Pègnes consideraba que el régimen preferido por Santo Tomas era la monarquía temperada. De la que decía que San Luis es un ejemplo.
* «Amó más que padeció, recuerda San Juan de Ávila. La religión cristiana no es solo la religión del dolor, sino la religión del amor» (Obispo Demetrio Fernández).
* «Sufrid no solo con paciencia, sino con alegría; un poco de tiempo todavía, y luego se os dará una eternidad de dicha por un instante de pena» (San Luis Mª Grignion de Montfort).
* «Nosotros los cristianos podemos dialogar con quienes no lo son sobre la base de la simple Ley Natural,es postular que ésta es clara e íntegra en el espíritu de esos no cristianos» (Bernard Dumont).
* León XIII en la encíclica Graves de communi había aceptado la denominación de democracia cristiana en sentido social pero no político; «dejando a un lado toda idea política, signifique únicamente la acción benéfica cristiana en favor del pueblo».
«Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas distintas».
Recapitulada por el P. Cano
EL FUNDADOR DE LA IGLESIA
Jesucristo nació de la Virgen María en Belén de Judea. Era Emperador de Roma Octavio Augusto, fundador del Imperio Romano.
Cristo nació el año 753 de la fundación de Roma, según cálculos de Dionisia el Exiguo (526), por lo que este año se tiene como el primero de la Era Cristiana. Recientes investigaciones han descubierto que Dionisio erró en sus cálculos y sitúan el nacimiento de Jesús unos tres o cuatro años antes de la Era Cristiana.
Después de treinta años de vida retirada y oculta, Jesucristo comienza su vida pública. Con sus milagros y profecías demostró que era el Mesías esperado, el Hijo de Dios hecho hombre.
La mayoría de los dirigentes del pueblo judío no aceptaron a Jesús como el Mesías prometido. Más aún, los príncipes de los sacerdotes, los escribas y fariseos, ciegos de odio y rencor le declararon la guerra a muerte, porque Jesús echaba por tierra todos sus sueños de grandeza y ambición. No pararon en sus intrigas y acusaciones contra Jesús hasta que el procurador romano, Poncio Pilato, lo sentenció a muerte en cruz; la muerte más afrentosa y temible que se conocía en aquellos tiempos.
COSTITUCIÓN DE LA IGLESIA
El punto culminante de la actividad pública de Jesús fue la formación y organización de una sociedad espiritual y visible, la Iglesia. Para ello reunió amigos y discípulos, gentes sencillas y pobres. De entre ellos escogió setenta, de los cuales eligió doce Apóstoles. Hombres de pueblo que serán las columnas fundamentales de su Iglesia, continuadores de su misión divina.
Jesús comunicó a sus Apóstoles los poderes necesarios para cumplir su misión fielmente; al frente de ellos puso a Pedro, a quien Jesús dijo: »Simón, Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18).
Los hombres que formaron el primer núcleo de la Iglesia fueron: Simón Pedro y su hermano Andrés; Santiago y Juan (hermanos); Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago el Menor, Judas Tadeo, Simón Cananeo y Judas Iscariote, el traidor.
Con el sacrificio supremo de la cruz quedó consumada la Redención de la humanidad. Como había prometido Cristo resucitó el tercer día de su muerte. Discípulos y Apóstoles se confirmaron en su fe y la Iglesia quedó sólidamente constituida.
VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
Cuarenta días después de su resurrección, Jesucristo reunió a sus discípulos en el monte Olivete, cerca de Jerusalén. Y en presencia de su Madre y sus discípulos, Jesús se elevó al Cielo hasta que una nube le cubrió.
Al quedar solos los discípulos, se reunían asiduamente en el Cenáculo, junto a María, la Madre de Jesús; eran unas ciento veinte personas. El jefe indiscutible era Pedro. Y Pedro fue el que propuso la idea de sustituir a Judas el traidor por uno de los discípulos que hubiera conocido al Señor; honor que recayó sobre Matías.
A los diez días de la Ascensión, tal y como lo había prometido Jesús, vino el Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico. Estaban los Apóstoles con la Virgen María en el Cenáculo y, repentinamente, se produjo un estruendo como de viento impetuoso y vieron aparecer lenguas de fuego que se posaban sobre las cabezas de cada uno de ellos. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas distintas.
La muchedumbre que oía a los Apóstoles estaba desconcertada por tanta maravilla. En el primer sermón de Pedro se convirtieron tres mil personas procedentes de distintos lugares de la tierra. Pronto siguieron otras conversiones, aumentando rápidamente el número de los fieles. Con la curación milagrosa que hizo San Pedro a un cojo de nacimiento (Hch 4, 4), el número de los cristianos aumentó a unos cinco mil.
PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA
Los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles narran la vida de la primitiva Iglesia. En un principio los cristianos iban al Templo de Jerusalén para orar, como lo hacían los demás judíos; también se reunían en asamblea en sus casas particulares para la catequesis, la fracción del pan y la oración litúrgica.
Los primeros cristianos vivían en caridad: »La muchedumbre de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32). Los convertidos ricos daban cuanto tenían a los Apóstoles para que ellos lo distribuyeran entre los pobres (Hch 4, 36-37).
Los primeros cristianos eran todos judíos: unos de lengua y cultura hebrea y otros, originarios de las colonias judías de la diáspora, impregnados de cultura helenista.