* «Con Dios haremos proezas Él pisoteará a mis enemigos» (Salmo 59).
* La Verdad nos hace libres, personas y no vestías. como son los soberbios y mentirosos.
* La «libertad» y la «igualdad» revolucionarias quieren destruir el orden político social cristiano.
* El objetivo mayor de la masonería y de las fuerzas secretas es el exterminio del poder político-católico.
* Lo más importante para el hombre es encontrar la Verdad, aceptando la realidad de las cosas. La Verdad no la hace el hombre, la encuentra.
* Señores clérigos, cardenales, obispos, sacerdotes, diocesanos… Cristo dijo: «Los que creyeren y sean bautizados se salvarán. Los que no creyere se condenarán». «No hay sustratos de la humanidad… con independencia de la religión que profese» ¡Viva Cristo Rey!
* Monseñor Zacarías de Vizcarra Arana, obispo consiliario en la Acción Católica, escribió: «Sabemos que la inmensa mayoría de los diputados que integraban el Parlamento del período anterior al levantamiento Nacional eran por confesión propia, hecha en sesión pública masones».
Era 13 de junio, festividad de S. Antonio de Padua. La noche anterior, un grupo de alumnas y madres habíamos estado acompañando a Jesús en la Adoración Nocturna que todos los meses se celebra en el Colegio Corazón Inmaculado de María. Durante la reunión que precede a los diversos turnos, el P. Cano nos encomendó que pidiésemos especialmente por Monseñor Guerra Campos, que hacía días había llegado al Colegio para restablecerse de una enfermedad coronaria que le había dejado sin fuerzas para poder llevar una vida normal. También nos habló de la santidad y sabiduría del señor Obispo y de que era muy necesario que se recuperase para que pudiese así orientar con sus escritos a la Iglesia.
No recuerdo exactamente el turno que me tocó. Serían sobre las 2 o las 3 de la madrugada. En el silencio de aquella hora recordé la recomendación del Padre y encomendé especialmente al Sto. Obispo pidiéndole al Señor que, si era su voluntad, le curase. Y pensando en él me preguntaba cómo podría yo transmitirle humildemente cariño, fuerza, ánimo, y el saber que todos rogábamos por él para que se recuperase pronto. Y el Señor, que no habla entre grandes ruidos, sino en el silencio, se hizo luz en mí y me inspiró que a la mañana siguiente le llevase una flor de mi jardín y una carta en la que más o menos le decía que contase con mis oraciones y trabajos de ama de casa ofrecidos por su mejoría y para que pudiese seguir escribiendo mucho. Di la carta al P. Cano para que se la llevase y me dijo que se había puesto muy contento. Yo me alegré de ello y pensaba en su sencillez de aceptar con tanto gusto ese pequeño detalle.
Pero cuál no fue mi sorpresa al día siguiente, cuando me dice el Padre: ¡Tengo para ti una carta del Señor Obispo! ¡Eso sí que no me lo esperaba yo! ¡Un Señor Obispo y de la santidad de Monseñor, contestando mi carta!
La carta más o menos decía que agradecía mucho el detalle de flor, imagen del Amor a Dios, y mis palabras para confortar su “corazón desfalleciente”, que él rezaba por mí, para fortalecerme en mi vocación de esposa de familia.
Guardo la carta en el cajón de mi mesita de noche y desde aquel día la he leído con frecuencia. Leyéndola repetidas veces he visto con más claridad lo hermoso que es ser sencillo y agradecido, como lo fue Monseñor, con el caritativo gesto de dignarse contestar una humilde carta de una madre de familia, estando él tan cansado y enfermo. Cuando uno se olvida de sí mismo en la oración y pide por los demás, Dios siempre le bendice, como a mí en este caso, que gocé del privilegio de recibir una de las últimas cartas de Monseñor, de saber que pedía por mí y de recibir su bendición.
Monseñor, pienso que estará usted ya en el Cielo, por eso nuestras oraciones por usted seguramente se aplicarán a otros. Por este motivo le pido que sea usted quien interceda por todos ahora ya no con un «corazón desfalleciente» sino en la plenitud de la vida. Ruegue por el Centro y la Unión Seglar y por esa España a la que tanto ama. Que todos sigamos siendo fieles a lo que la Iglesia siempre enseñó y usted quiso siempre recordar en sus muchísimos escritos.
«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán».
Mossèn Manel
* El demonio dice: no hay infierno no hay Cielo «YO SOY TODO». Peca.
* «La metafísica es el conocimiento de los principios que dan la razón de la realidad física» (Pablo Sanz Bayón).
* Que el Señor bendiga a España. Que se vea libre para que no caiga en las garras del ateísmo liberal. Que vuelva a ser tierra de María Santísima.
* «El éxito de la combinación del capitalismo con el totalitarismo es total no puede ocultar el menoscabo de la falta de libertad» (No recuerdo el autor).
* «En Francia pasa lo mismo: la extensión del marxismo es por las zonas más ricas y, entre los pobres, se mantiene más la tradición de la fe francesa» (P. Alba).
* León XIII dijo en 1892 que: «La religión, y sola la religión, puede crear el vínculo social. Ella sola basta para mantener sobre fundamentos sólidos la paz perfecta de un pueblo».
* Un amigo me ha dicho que su hija de ocho años llegó a casa con un rasguño en la rodilla. Se hacía la «mártir». Eso no es nada hija. La niña le dice a su padre: «de ningún cobarde sea escrito nada».
Descansaba junto al Ebro, en Zaragoza, cuando la Virgen se le apareció sobre una columna o pilar. Animado por la Virgen, Santiago prosiguió su predicación con frutos abundantísimos».
Recapitulada por el P. Cano
– APOSTOLADO DE SAN PEDRO
La actividad de Pedro, como jefe supremo de la Iglesia, se narra en la primera parte de los Hechos de los Apóstoles. Después de su liberación de la cárcel, el año 42, Pedro presidió el concilio de Jerusalén (Hch 15, 1ss); también tenemos noticias de su discusión con San Pablo (Gal 2, 11-21) por los problemas que provocaban los cristianos judaizantes.
Todo lo demás que conocemos del apostolado de San Pedro ha sido transmitido por la Tradición. Orígenes, Eusebio y otros autores afirman que San Pedro fue obispo de Antioquía por los años 36-37.
El testimonio más antiguo de la estancia de San Pedro en Roma está en la carta que escribió el Papa San Clemente Romano a los Corintios, en el año 96. San Pedro fue el primer obispo de la capital del Imperio. Desde Roma (de sobrenombre Babilonia) escribió la primera de sus cartas (1ª Pe 5, 13). Perseguido por los enemigos de la Iglesia, sufrió el cautiverio en la cárcel Mamertina de Roma, donde fue torturado.
San Pedro fue condenado a morir en la cruz. El primer Papa de la Iglesia pidió que le crucificaran cabeza abajo, porque no era digno de morir como su Maestro, Jesucristo. Fue crucificado el 29 de junio del año 67 en el circo de Nerón del Vaticano. Allí se construiría más tarde la basílica de San Pedro.
– SAN JUAN EVANGELISTA
El discípulo amado del Señor, San Juan vivió con la Virgen Santísima en Jerusalén, hasta que la Madre de Dios subió al Cielo en cuerpo y alma. No sabemos nada del día en que sucedió este extraordinario acontecimiento.
San Ireneo y Tertuliano aseguran en sus escritos que San Juan pasó la última etapa de su vida en Éfeso, organizando las nacientes comunidades cristianas.
San Juan fue encarcelado en la persecución de Domiciano, después fue conducido a Roma, donde lo condenaron a muerte. Lo azotaron, lo echaron a una caldera de aceite hirviendo, pero, como salió ileso, fue desterrado a la isla de Patmos, donde escribió el Apocalipsis. Ya había escrito antes su Evangelio y tres cartas.
Muerto Domiciano (96), San Juan volvió a Éfeso, donde murió en el año 100.
– SANTIAGO EL MAYOR EN ESPAÑA
Una antigua tradición española afirma que Santiago vino a predicar a España; la Iglesia lo ha reconocido en su Liturgia.
El testimonio más antiguo que tenemos de la presencia de Santiago en España es de Dídimo el Ciego (hacia 350), quien afirma: »El Espíritu Santo infundió su innegable sabiduría a los Apóstoles, ya al que predicó en las Indias, ya al que predicó en España». Por el contexto este autor se refiere a Santiago, y no a San Pablo, que también vino a predicar a España.
San Jerónimo y Teodereto dicen: »Santiago, hijo del Zebedeo y hermano de San Juan, predicó en España». Desde el siglo VIII existe una cadena completa de testimonios: San Beato de Liébana, la Misa Mozárabe, Beda el Venerable, etc.
Una segunda tradición afirma que, viviendo todavía la Virgen María en Palestina, se le apareció a Santiago. El Apóstol estaba muy desanimado porque su predicación no daba fruto alguno; descansaba junto al Ebro, en Zaragoza, cuando la Virgen se le apareció sobre una columna o pilar. Animado por la Virgen, Santiago prosiguió su predicación con frutos abundantísimos.
Desde la más remota antigüedad se tienen noticias de una Iglesia levantada en honor de la Virgen María en Zaragoza, a orillas del río Ebro. Testimonios escritos más tardíos afirman esta tradición. Aimedio, monje de San Germán de París, en sus escritos habla de la Iglesia de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, de Zaragoza (855). Moción, hijo de Fruya, deja en su testamento »cien soldadas a Santa María extramuros de Zaragoza» (987).
Durante el siglo XII los Papas Inocencio II, Eugenio y Alejandro III toman bajo su protección la Iglesia de Santa María de Zaragoza.
«Que los méritos de José nos ayuden a subir al Cielo»
¡Oh José! que los coros celestiales celebren tus grandezas, / que los cantos de todos los cristianos hagan resonar sus alabanzas. / Glorioso ya por tus méritos, te uniste por una casta alianza / a la Augusta Virgen.
Cuando, dominado por la duda y la ansiedad, / te asombras del estado en que se halla tu esposa / un Ángel viene a decirte que el Hijo que Ella ha concebido / es del Espíritu Santo.
El Señor ha nacido, y le estrechas en tus brazos; / partes con Él hacia las lejanas playas de Egipto; / después de haberle perdido en Jerusalén, le encuentras de nuevo; así tus gozos van mezclados con lágrimas.
Otros son glorificados después de una santa muerte, / y los que han merecido la palma son recibidos en el seno de la gloria; pero tú, por un admirable destino, semejante a los Santos, y aún más dichoso, / disfrutas ya en esta vida de la presencia de Dios.
¡Oh Trinidad Soberana! oye nuestras preces, concédenos el perdón; / que los méritos de José nos ayuden a subir al Cielo, para que nos sea dado cantar para siempre el cántico de acción de gracias y de felicidad. Amén.