D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
A) ¿ES PERSONA EL HOMBRE?
Todo humanismo, y, aun sin sistema, toda vida consciente de sí misma y con un mínimo de esperanza o de proyección hacia el futuro, supone que el hombre es persona; y nunca como en este tiempo se han pronunciado con boca tan grande las palabras persona, dignidad de la persona humana, etc.
¿Qué significa esto en un marco puramente humanista o de ciencia positiva? La libertad pura sería algo si fuera auténtica libertad, si no estuviera encadenada a las leyes fatales, ciegas, universales y necesarias, que no cuentan para nada con los sentimientos y las aspiraciones del hombre. En un terremoto se viene todo ahajo y caemos malos y buenos, inocentes y pecadores; las leyes, objeto de la ciencia, son notoriamente inhumanas o extrahumanas.
Persona significa todo lo contrario: un sujeto libre, que no es medio subordinado a fines extraños, sino que es fin en sí mismo, centro de convergencia y, por tanto, fuente de derechos y deberes; algo que trasciende al tejido fatal de las leyes, o del funcionamiento mecánico del universo. Sin ese contenido, no tendrían sentido ni la palabra persona ni la palabra libertad.
Como, no obstante, el hombre se siente y es dependiente por tantos lados, tan implicado en la marcha de las cosas y de la historia, hasta el extremo de que muchas veces tiene la impresión de no ser más que una hojita muerta arrastrada por la corriente del río, ha de preguntarse en serio si es o no persona; si a pesar de estar implicado, como las demás cosas, en la marcha legal o mecánica del universo, lleva algo en sí por lo que trasciende, levanta la cabeza y puede considerarse en cierto modo señor del universo, puede disponer de sí y de las cosas, es decir, ser libre. La respuesta no es fácil. Desde luego, para el humanismo cientificista es imposible la respuesta.