Ramiro de Maeztu
Contraste de nuestro ideal
Libertad, igualdad, fraternidad
El eje “diamantino” (I)
Contrastemos ahora nuestro antiguo sentido del hombre con el ideal revolucionario de libertad, igualdad, fraternidad. Ganivet nos dice que el «eje diamantino» de la vida española es un principio senequista: «Mantente de tal modo firme y erguido, que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un hombre». He leído algunos libros de Séneca, en busca del pasaje de donde pudo sacar esa enseñanza. No lo he encontrado. Hasta se me figura que no podrá encontrarse, porque lo que viene a decir Séneca es algo que se le parece a primera vista, pero que en el fondo es muy distinto, y es que el sabio, el cuerdo, el prudente, el filósofo estoico se conduce de tal suerte, sean cuales fueren las circunstancias, que se tiene que decir de él que es todo un hombre. Se sobrentiende en Séneca, pero no en Ganivet, que los demás hombres, los que no son sabios, se dejan, en cambio, llevar de sus pasiones o de las circunstancias. Para los estoicos, en efecto, había dos clases de hombres: los sabios y el vulgo. Los sabios se conducen como deben; los otros, en rigor, no se conducen, sino que son conducidos por los sucesos. Y esta distinción explica la esterilidad del estoicismo. Los estoicos creían que todos los hombres son hermanos, como hijos del mismo Dios, y se proclamaban ciudadanos del mundo, pero esta ciudadanía y la conciencia de la paternidad de Dios era patrimonio exclusivo de una aristocracia espiritual, aunque a ella perteneciera un esclavo, como Epicteto, y esta fue la razón de que no se lanzaran a la predicación para que el común de los hombres se alzase del polvo. Cleanthes pidió a Zeus, en su himno, que salvase a los hombres de su desgraciado egoísmo. Y es que, a juicio de los estoicos, sólo Zeus lo puede hacer, si esa es su voluntad. La idea de que ellos mismos lo hagan no es estoica, sino católica. Ganivet no la saca de Séneca, sino del catecismo. El autor del Idearium español ha atribuido a los estoicos una idea que ha recibido, sin darse cuenta de ello, de su mundo familiar y local, trabajando secularmente por las doctrinas de la Iglesia.