Contracorriente

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Jesús es Dios (II)

28 jueves Nov 2019

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Padre Manuel Martínez Cano mCR.

MUERTE Y DIVINIDAD DE JESÚS

Jesús es DiosLa muerte de Jesucristo es también una prueba de su divinidad, porque fue profetizada por Él mismo como culminación de su obra redentora y prueba de su divinidad.

El Señor se mostró tan humano y tan divino y su muerte se vio acompañada de tales señales extraordinarias, que el centurión romano y los que contemplaban aquel sublime espectáculo no pudieron menos que exclamar: «¡Verdaderamente, éste era Hijo de Dios!» (Mt 27, 54).

El cuerpo de Jesús quedó pendiente de la cruz y su alma bajó al limbo de los justos o seno de Abraham, donde estaban retenidas las almas justas para llevarlas al Cielo.

José de Arimatea y Nicodemo pidieron el cadáver de Jesús y, bajándolo de la cruz, embalsamaron su sagrado cuerpo con unas cien libras de sustancias aromáticas, lo liaron con lienzos, como era costumbre entre los judíos, lo envolvieron en una sábana limpia y lo llevaron a un sepulcro nuevo cavado en la roca; en él depositaron el sagrado cadáver y cerraron la puerta del sepulcro con una piedra muy grande.

Los enemigos de Jesús tuvieron muy buen cuidado de asegurar la permanencia del cadáver en el sepulcro y por eso sellaron la piedra de entrada y pidieron a Pilato que custodiara el sepulcro con un pelotón de soldados.

RESURRECCIÓN Y DIVINIDAD DE JESÚS

Tal y como había profetizado al tercer día de su muerte, Jesucristo volvió a unir su alma y su cuerpo, resucitando gloriosamente para nunca más morir; salió del sepulcro con su poder infinito, a pesar de sus enemigos. La resurrección de Jesús es la mayor prueba de su divinidad.

«Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del Cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como relámpago y su vestido, blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante Él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Ahora id enseguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. Ya os lo he dicho».

«Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó antes al sepulcro. Se inclinó y vio la sábana en el suelo; pero no entró. Llega tras él Simón Pedro, entra en el sepulcro y ve en el suelo, plegado en un lugar aparte, no junto a la sábana, el sudario que cubrió la cabeza. Entonces entró el otro discípulo, el que había llegado antes al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos» (Jn 20, 3-10).

«Algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: Tenéis que decir: «Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos». Y si la cosa llega a oídos del Procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones». Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió ese rumor entre los judíos hasta hoy» (Mt 28, 11-15).

APARICIONES DE JESÚS

Vano intento el de los Sumos Sacerdotes para engañar al pueblo, porque el pueblo sencillo pronto comprendió la mentira de los enemigos de Cristo, porque si los soldados romanos estaban durmiendo, no podían ver nada.

Pero no fue ese el argumento decisivo de la gente sencilla, sino que el argumento que esgrimían y que ningún enemigo de Cristo pudo negar o combatir fueron las apariciones de Cristo después de su resurrección.

Durante cuarenta días, Jesús dio a los suyos pruebas evidentes de su resurrección. Se apareció a María Magdalena y a las otras piadosas mujeres, a San Pedro, a los discípulos de Emaús, al Colegio Apostólico reunido en el cenáculo; otra vez a los apóstoles, con Santo Tomás presente; a Santiago; varias veces se apareció en Galilea, una vez se apareció a más de quinientos discípulos juntos, y más tarde se apareció a San Pablo.

Es de sentido común, como dice San Ignacio de Loyola, que la primera aparición de Jesús fue a su Madre Santísima, aunque no la refieran los evangelistas.

Saboreemos gozosamente la primera aparición a los Apóstoles: «Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo”. Y diciendo esto les mostró las manos y los pies. Como ellos no acababan de creérselo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?» Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: «Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos sobre mí» (Lc 24, 36-44).

ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO

A los cuarenta días de resucitado, Jesús reunió en el monte Olivete a sus discípulos, a los Apóstoles y a la Virgen María y… ante el asombro de todos, Jesús subió al Cielo.

Los que estaban reunidos, le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a establecer el Reino de Israel?» Él les contestó: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra». Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a su vista. Estando ellos mirando fijamente al Cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al Cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá del mismo modo en que le habéis visto subir al Cielo». Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte de los Olivos, que dista de Jerusalén el espacio de un camino sabático» (Hch 1, 3-12).

En el Credo decimos que Cristo «está sentado a la diestra de Dios Padre»; quiere decir que Cristo, en cuanto Dios, tiene la misma gloria en el Cielo que el Padre y que el Espíritu Santo.

Nuestro Señor que está glorioso en el Cielo prepara nuestras moradas e intercede continuamente como Abogado nuestro ante su Eterno Padre. Desde allí ha de venir, con gran poder y majestad, para juzgar a los vivos y a los muertos.

Jesús es Dios (I)

21 jueves Nov 2019

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Padre Manuel Martínez Cano mCR.

Corazón de Jesús MisericordiosoHa sorprendido a varios la expresión del Papa Francisco «el Dios de Jesús». Y preguntan ¿Jesús es Dios o no es Dios? San Pablo escribiendo a los Efesios dice: «El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria». Está claro. Dios, la Santísima Trinidad, en tres divinas personas y una sola naturaleza.

Hace años que me encargaron a hacer unas lecciones de religión para uso particular. Puse sobre la mesa los libros de teología dogmática, moral, ascética y mística, historia de la Iglesia que yo había estudiado y fui copiando de uno y otro. La lección «Jesucristo es Dios» la compaginé en cuatro folios. Esta semana publicamos la primera parte y, la segunda parte, Dios mediante, la semana siguiente.

MESIANIDAD Y DIVINIDAD DE JESÚS

De la existencia histórica de Jesús, dan testimonio no sólo autores cristianos, sino también historiadores paganos. Tácito dice: «El creador de este nombre, Cristo, ha sido ejecutado por el procurador Poncio Pilato durante el reinado del emperador Tiberio». Suetonio, Plinio el joven, Mara Bar Serapión y Flavio Josefo también refieren en sus obras la figura histórica de Jesús.

Hay un hecho histórico innegable que Jesús afirmó que Él era el Mesías prometido y el Hijo de Dios. Sus milagros, profecías, muerte y resurrección demuestran que Jesús es Dios.

Durante once siglos fueron vaticinadas por los profetas las características del Mesías prometido que esperaba el Pueblo de Dios. Quinientos años antes de la venida ya estaba terminada la descripción de los rasgos del Mesías.

El profeta Ageo consuela al pueblo elegido anunciando que el Mesías entraría en el segundo templo de Salomón (Ag 7 ss.); Miqueas señala que será Belén donde nacerá el Mesías (Miq 5, 2); Isaías dice que predicará especialmente en Galilea y tratará a los pecadores con benignidad y mansedumbre (Is 12, 1-2; 42, 1 ss.); Zacarías predice la venta del Mesías por treinta monedas (Zac 11, 12); Isaías, contra toda la creencia del pueblo judío, predijo que el Mesías iba a ser contado entre los malhechores (Is 53 , 12), condenado a muerte (Is 53, 8) y que le habían de azotar, abofetear y escupir (Is 50, 6).

El profeta y rey David, vaticinó que le quitarían las vestiduras y se las dividirían los soldados, sorteándoselas entre ellos (Sal 22, 19), predijo que sus manos y sus pies serían taladrados (Sal 22, 17), que en la cruz sufriría el tormento de la sed, teniendo reseca la lengua y pegada al paladar (Sal 22, 16), y que para saciar la sed, le darían a beber vinagre, (Sal 69, 22); que, clavado en la cruz, se burlarían y mofarían de Él (Sal 22, 7-9). Zacarías completa la escena de la cruz, diciendo: «Mirarán a aquel a quien traspasan: harán lamentación por Él» (Zac 12, 10).

Como el Antiguo Testamento presenta al futuro Mesías con atributos divinos, el cumplimiento de las profecías mesiánicas en Jesucristo son pruebas evidentes de su divinidad.

El Nuevo Testamento refleja rotunda y claramente que Jesús es el Mesías: Felipe le dice a Natanael: «Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y también los profetas» (Jn 1, 45).

San Pedro le dijo a Jesús: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).

El mismo Jesús manifestó a la samaritana que Él era el Mesías esperado. La samaritana le dijo al Señor: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo; cuando Él venga, nos lo anunciará todo”. Jesús le contestó: «Yo soy, el que te está hablando» (Jn 4, 25).

JESÚS AFIRMA QUE ES DIOS

Jesús dice de sí mismo lo que en el Antiguo Testamento se decía sólo de Dios, equiparándose a sí con Dios. Jesús completa y cambia las prescripciones del Antiguo Testamento (Mt 5, 21 ss.); lo mismo que Yahvé, Jesús hace con los hombres una alianza (Mt 26, 28).

Jesús impone preceptos a los discípulos que sólo Dios puede exigir a los hombres, como son los mandatos de fe en su persona (Lc 9, 26); incluso llega a exigir que entreguen su vida por Él: «Quien perdiere su vida por mí la hallará» (Lc 17, 33).

Jesús acepta adoración religiosa, lo cual según las ideas judías y cristianas es un honor que se tributa solamente a Dios (Mt 15, 25). Y está convencido de su poder soberano: «Me ha sido dado todo poder en el Cielo y en la Tierra» (Mt 28, 18), hasta el de perdonar los pecados, que sólo puede hacerlo Dios (Mt 9, 2; Mc 2, 5) y da a sus Apóstoles pleno poder para perdonar los pecados (Jn 20, 23).

Jesús se aplica a sí mismo operaciones y atributos divinos, como la eternidad: «Antes de que Abraham naciese, soy Yo» (Jn 8, 58).

A los judíos que le preguntan si es el Hijo de Dios, les dice: «El Padre y yo somos una misma cosa» (Jn 10, 30).

Ante el Sanedrín Jesús confiesa que es el Mesías, el Hijo de Dios: «Te conjuro por Dios vivo; di si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios». Respondió Jesús: «Tú lo has dicho» (Mt 26, 64) «Yo soy» (Mc 14, 62).

Jesucristo es Hijo de Dios por esencia, posee la misma substancia divina que tienen el Padre y el Espíritu Santo. Jesucristo es Dios.

TESTIMONIOS DE LA DIVINIDAD DE JESÚS

En la Sagrada Escritura aparecen muchos testimonios afirmando que Jesús es Dios.

En el mismo momento que Juan bautizó a Jesús en el río Jordán, resonó la voz del Padre que dijo: «Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo puestas mis complacencias» (Mt 23, 17).

En la transfiguración del monte Tabor, también se oyó la voz del Padre que decía: «Éste es mi Hijo amado, en el cual tengo puestas mis complacencias; escuchadle» (Mt 17, 5; Mc 9, 7).

Al empezar su evangelio dice San Juan: «Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios… y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria como unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1, 1-18).

Natanael, extrañado por lo que Jesús le había dicho, pregunta al Señor: «¿De qué me conoces?» Le respondió el Señor: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1, 48-49).

Después de su resurrección, Jesús se aparece por segunda vez a sus discípulos y dirigiéndose al incrédulo Tomás, le dice: «Acerca tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente». Tomás dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 27- 29).

MILAGROS, PROFECÍAS Y DIVINIDAD DE JESÚS

Los Evangelios narran 18 curaciones de enfermos, 12 que indican el dominio absoluto sobre la naturaleza, 3 resurrecciones de muertos, 5 expulsiones de demonios. Milagros tan evidentes que hasta los enemigos de Jesús se vieron obligados a decir: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos milagros» (Jn 11, 47).

«A continuación se fue a una ciudad llamada Naim, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaban a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te lo digo, levántate”. El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros» y «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 6, 11-16).

Jesucristo predijo varios acontecimientos que se cumplieron puntualmente. Profecías acerca de su pasión, muerte y resurrección; sobre el pueblo judío; sobre la ciudad de Jerusalén y su templo. Los milagros y profecías de Jesús manifiestan la divinidad de Jesucristo, porque sólo Dios puede hacer milagros y predecir el futuro libre.

Jesús es Dios eterno

14 jueves Nov 2019

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Padre Manuel Martínez Cano mCR.

Espíritu Santo y MaríaDios nos ama desde la eternidad. Y porque nos ama nos dió la existencia temporal, la vida natural. Al bautizarnos nos dió la vida sobrenatural para que participemos de su eterna felicidad en el Cielo. Dios nos ha creado de la nada para ser felices eternamente.

Cuando nuestros primeros padres cometieron el pecado original. Dios, que los había creado por amor, quiso salvarnos con un acto de amor más grande. En el misterio de la Encarnación del Verbo. Dios se hizo niño en las purísimas entrañas de la Niña Hermosa de Nazaret. Así manifiesta el amor infinito de Dios. “En esto se manifestó el amor de Dios hacia nosotros: en que Dios envío al mundo a su Hijo unigénito, para que en Él tuviéramos vida». Amor con amor se paga. Amemos a Dios con todas las fuerzas de nuestros corazones.

Dios es amor eterno y quiere que sus hijos participen de su amor eternamente. Por el pecado de nuestros primeros padres las puertas del Cielo quedaron cerradas. El género humano ya no podían gozar eternamente. Sí, Dios puede perdonarlo todo pero Su Santidad e infinita justicia exigían una satisfacción. No le podían satisfacer las obras de los hombres. Y la infinita misericordia de Dios hizo lo que nosotros no podíamos hacer. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hace hombre para reparar por todos los hombres.

En una pequeña aldea de Galilea, Nazaret, vivía una Niña llena de Gracia, Inmaculada. Es la elegida por Dios. Él se hace carne en sus purísimas entrañas. Fue la elegida para ser la Madre de Jesús, Dios y hombre verdadero. Toda la Santísima Trinidad obra la Encarnación. El Verbo de Dios se une a una naturaleza humana para redimir a toda la humanidad. La misericordia de Dios llega a su límite.

¡Dios mío qué grande eres! El Creador de todo el Universo se hace niño para que el hombre sea semejante a Dios. Santa Ángela de Foligno exclamaba: «Tú Señor, que me has dado a conocer la obra de la Encarnación ¡Qué gloria es para mí el saber esto y el ver que has nacido para mí! ¡Oh Dios maravilloso, que admirable son las cosas que por nosotros has hecho! Hazme digna, oh Dios increado, de conocer lo profundo de tu amor y el abismo de tu ardentísima caridad, la cual nos has comunicado al mostrarnos a Jesús en la Encarnación».

Dios, la Santísima Trinidad es una sola naturaleza y tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Hijo tiene las mismas propiedades divinas que el Padre y el Espíritu Santo. Es eterno, omnipotente, infinito en sus perfecciones. El Hijo, el Verbo Encarnado, obra las mismas acciones divinas que el Padre y el Espíritu Santo que constituye la misma vida íntima de la Santísima Trinidad. «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba cabe Dios, y el Verbo era Dios» (Juan 1, 1). El Hijo de la Niña Hermosa de Nazaret Jesús, es Dios.

¡Bendita y alabada sea siempre María Santísima Madre de Dios!

Santa Teresa la tonta

07 jueves Nov 2019

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Santa Teresa de Jesús

Padre Manuel Martínez Cano mCR.

La virtud de la obediencia de Santa Teresa de Jesús ha legado a la historia las obras místicas de la gran doctora de la Iglesia. Insuperable ella en su humildad se preguntaba «¿Para qué quieren que escriba? Sencillamente. Para que miles de almas aprendieran el camino de la perfección cristiana hasta el matrimonio místico.

Santa Teresa de Jesús dejó escrito: «Escriban los letrados que han estudiado, que yo soy una tonta y no sabré lo que me digo. Hartos libros hay escritos de oración. Por amor de Dios, que me dejen hilar mi rueda y seguir mi coro de oficios de religión, como las demás hermanas; que yo no soy para escribir, ni tengo salud ni cabeza para ello». Yo tengo para mí, que Santa Teresa estaba absolutamente convencida de lo que decía. Entonces ¿Qué ocurrió? Sencillamente: El Espíritu Santo suplió todas las deficiencias de nuestra santa, repletando su alma de la Sabiduría divina.

Confiesa Santa Teresa que estaba «maltrecha por penitencias, agobiada por enfermedades crónicas, medio paralítica, con un brazo roto». En nuestros tiempos democráticos, se le hubiera aplicado la eutanasia. Nosotros sabemos que hay personas, enfermos crónicos, que no salen de sus camas, de los que podemos decir que son santos. Sí, son las almas que están aplacando la justa ira de Dios.

Gran psicóloga, nuestra Teresa de Jesús, hubiera triunfado profesionalmente en la Amazonia. No atendiendo confesiones, como se dice que hacen religiosas por aquellas selvas intransitables. Construiría su monasterio y a consolar al Señor y salvar almas. En el Cielo no encontraremos todos los que en sus pueblos y aldeas han cumplido la Ley de Dios al pie de la letra.

Se ha escrito que el «Castillo Interior» (Las Moradas) es el libro único en el mundo. Sí, la obediencia hace milagros. Nos dice nuestra Santa Teresa de Jesús: «Pocas cosas que me ha mandado la obediencia, se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración; lo uno, porque no me parece me da el Señor espíritu para hacerlo; lo otro por tener la cabeza tres meses a con un ruido y flaqueza tan grande, que aún los negocios forzados escribo con pena». Sí, pero escribió. Y es la santa de la alegría: «Un santo triste es un triste Santo».

¡Siempre alegres! ¡Somos hijos de Dios!

Unión con Dios y apostolado

31 jueves Oct 2019

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano

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Cruz Eucarística

Padre Manuel Martínez Cano mCR.

El apostolado activo para la salvación de las almas es absolutamente necesario en la iglesia. Jesús mandó a los Apóstoles por todo el mundo a predicar su doctrina. Y les dijo: «Quien creyere se salvará y el que no creyere se condenará». El Señor ha querido que unamos nuestros esfuerzos para salvar a las almas en todo el mundo. Todos somos necesarios en el plan divino de la salvación de la humanidad.

Los seglares deben abrazar con toda generosidad una vida de santidad en los lugares donde viven. Cristo ha dicho: «Yo me santifico por ellos, para que ellos sean santificados en la verdad» (Juan 17, 19). Ese es el camino a seguir de todos los bautizados, incluidos los monjes y las monjas: «Cuando vuestras oraciones y deseos y disciplinas y ayunos no se emplearen por esto que he dicho (la salvación de las almas), pensad que no hacéis ni cumplís el fin para os juntó el Señor» (Santa Teresa de Jesús).

Cuanta más santa es un alma, más influjo sobrenatural ejerce en la Iglesia. La santidad está en hacer siempre la voluntad de Dios, en estar unidos a Dios. Nuestro Señor Jesucristo ejerció el apostolado exterior durante tres años. Siempre unido con la voluntad de su Padre celestial. Nosotros debemos imitarle en nuestro apostolado, siempre unidos a Dios. Sí, el alma de todo apostolado es la oración. Sólo quién vive íntimamente unido a Dios se convierte en un canal divino por el que se transite la gracia santificante.

La unión con Dios hecho hombre, nuestro Señor Jesucristo, es indispensable para cualquier apostolado. Por medio de la gracia santificante de los sacramentos, participamos de la vida divina que debemos transmitir a los hermanos. Sin vida interior el cristiano se condena al fracaso, a la infecundidad. Cristo nos dices: «Sin Mí no podéis hacer nada». Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad.

Nuestro Señor Jesucristo culminó su vida con el sacrificio supremo de la Cruz. Para que nuestro apostolado de la salvación eterna de las almas sea fecundo es necesaria nuestra inmolación, nuestros sacrificios. Un corazón generoso es un corazón sacrificado por a amar a las almas. La vida del apóstol se ha de convertir en un continuo anhelo de la mayor gloria de Dios. Matar nuestro amor propio para amar a Dios sobre todas las cosas. Si el grano de trigo no muere no da fruto pero si muere, dará mucho fruto. A luchar pues, para destruir nuestras pasiones desordenadas, para tener un corazón grande que abarque toda la Iglesia. Humidad de corazón, caridad auténtica, entrega total.

¡Nos espera una vida de eterna felicidad!

 

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