Papa San Juan Pablo II
«El número de los que aún no conocen a Cristo, ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente, más aún, desde el final del Concilio, casi se ha duplicado. Para esta humanidad inmensa, tan amada por el Padre, que por ella envió a su propio Hijo, es patente la urgencia de la misión».
Cardenal Robert Sarah
Queridos habitantes de Francia, ¡fueron los monasterios los que hicieron la civilización de su país! Fueron hombres y mujeres los que aceptaron seguir a Jesús hasta el final, radicalmente, los que han construido la Europa cristiana. Debido a que han buscado solo a Dios, han construido una civilización hermosa y pacífica, como esta catedral.
Cardenal Carlos Osoro
Contempla a Jesús viviendo su realidad de Hijo de Dios en el lavatorio de los pies. Mira esta realidad de Jesús: el Padre le entrega todo, ha venido de Dios y a Dios vuelve. Quien ha estado con nosotros, quien nos ha revelado el amor de Dios, tiene plena conciencia de estas dos realidades: a) conciencia plena de ser Mesías, por tanto Señor de la historia, en sus manos está el destino de la humanidad, pues todo se lo ha entregado el Padre.
Cardenal Reniner María Woelki
El Cardenal Woelki comentó que “uno de los retos fundamentales” que enfrenta la Iglesia en Alemania “es mantener viva la cuestión de Dios en nuestra sociedad como un todo. Cada vez más personas están convencidas de que pueden vivir sus vidas de mejor manera sin Dios. Justo ahí es donde la Iglesia tiene una misión importante a desempeñar al dejar en claro que Dios existe, y que Dios es de hecho el origen mismo de todo. La cuestión de Dios para mí por lo tanto, es uno de los retos fundamentales al que necesitamos hacer frente”.
Obispo Juan Antonio Reig Pla
Para nuestro asombro no solo somos criaturas sino hijos de Dios. Así lo expresa San Juan en su carta: “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡los somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a Él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado la que seremos” (1ª Jn 3, 2).
Obispo Robert Barron
En la magnífica obra de Robert Bolt sobre Santo Tomás Moro, Un Hombre para la Eternidad, encontramos un locuaz diálogo entre el Cardenal Wolsey, un político inmoral y duro de roer, y Moro el santo. Wolsey lamenta: “Eres una constante decepción para mí, Tomás. Si pudieras ver los hechos tal y como son, sin todos esos escrúpulos, con solo un poquito de sentido común, podrías ser un hombre de estado”. A lo que Moro responde: “Bueno… creo que cuando los hombres de estado se olvidan de la propia conciencia para atender a sus deberes públicos… guían a sus países por un atajo al caos”.
San PÍO X
Pascendi Dominici Gregis (92)
Mas en todo este raciocinio no advierten una cosa: que aquella determinación del germen primitivo únicamente se debe al apriorismo del filósofo agnóstico y evolucionista, y que la definición que dan del mismo germen es gratuita y creada según conviene a sus propósitos. Estos nuevos apologistas, al paso que trabajan por afirmar y persuadir la religión católica con las argumentaciones referidas, aceptan y conceden de buena gana que hay en ella muchas cosas que pueden ofender a los ánimos.
Recuerdo que, durante la campaña presidencial del 2016, Hillary Clinton fue cuestionada varias veces sobre si el niño en el vientre, minutos antes de nacer, tenía derechos constitucionales, y esta política extremadamente inteligente, experta y astuta decía una y otra vez: “Eso es lo que dicta nuestra ley”. Por tanto, por el mero hecho accidental de dónde se encuentre, un niño no nacido puede ser troceado, y el mismo niño, momentos después y en los brazos de su madre, debe ser protegido con toda la fuerza de la ley. Que muchos de nuestros líderes políticos no pueden o no quieren ver cuán ridículo es esto, solo puede ser el resultado de un adoctrinamiento ideológico.
Cardenal Reniner María Woelki
Vino para servir y no para ser servido; nos enseñó que no es grande quien tiene, sino quien da. Fue justo y dócil, no opuso resistencia y se dejó condenar injustamente. De este modo, Jesús trajo al mundo el amor de Dios. Solo así derrotó a la muerte, al pecado, al miedo y a la misma mundanidad, solo con la fuerza del amor divino. Todos juntos, pidamos hoy en este lugar, la gracia de redescubrir la belleza de seguir a Jesús, de imitarlo, de no buscar más que a Él y a su amor humilde. Porque el sentido de la vida en la tierra está aquí, en la comunión con Él y en el amor por los otros. ¿Creen en esto?
Ante todo, no es esto; es sentirse, en Jesús, hijos amados del Padre. Es vivir la alegría de esta bienaventuranza, es entender la vida como una historia de amor, la historia del amor fiel de Dios que nunca nos abandona y quiere vivir siempre en comunión con nosotros. Este es el motivo de nuestra alegría, de una alegría que ninguna persona en el mundo y ninguna circunstancia de la vida nos puede quitar. Es una alegría que da paz incluso en el dolor, que ya desde ahora nos hace pregustar esa felicidad que nos aguarda para siempre. Queridos hermanos y hermanas, en la alegría de encontrarles, esta es la palabra que he venido a decirles: bienaventurados.