Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 177, octubre de 1993
He estado tres semanas de convivencias con los alumnos mayores del Colegio del Corazón Inmaculado de María. Con este motivo he visto en cada uno de los turnos la proyección de la película “Nuestra Señora de Fátima”. Además de los valores internos de la película, de su narración e historicidad, es una llamada urgente al celo apostólico en el día de hoy. Más que ninguna otra época, nuestros contemporáneos, envueltos en la atmósfera del naturalismo más agobiante, necesitan que nos llenemos de celo, para anunciarles las insondables riquezas del Corazón de Cristo, y el mensaje de salvación de la Virgen Santísima en Fátima, que quiere salvarnos. Llenémonos de amor en la oración y tendremos celo de la salvación de los prójimos.
El celo de las almas viene del amor. La caridad ardiente, es la causa del celo. Pero el amor que motiva el celo, no es interesado, sino el más puro y desprendido, ya que nos inclina a desear para Dios su mayor gloria entre los hombres y el cumplimiento de su santísima voluntad. Por eso decía San Agustín: “El que no tiene celo es que no tiene amor”.
Pero si es verdad sine el celo es amor, también es cierto que es tristeza, lucha, actividad, trabajo. Es tristeza por las faltas que advierte en el prójimo, y más cuanto es más amada aquella persona, Es lucha porque a toda costa quiere remediar las deficiencias, y quiere vencer todos los obstáculos que se oponen a la vida de gracia, y es actividad y trabajo, porque sin trabajos y fatigas no se puede conseguir el intento de que Dios sea más conocido y más amado.
Nuestro Señor Jesucristo, se entristeció hasta derramar lágrimas sobre la ciudad santa de Jerusalén. La tristeza de Getsemaní, de la Cruz le acompañó toda la vida. Esa reflexión nos enseña a hacerla San Ignacio, cuando al meditar en el Nacimiento nos hace considerar que “todas estas cosas, para venir en la Cruz por mí”, y enseñarnos a ver en el mismo pesebre la cruz y el celo de Jesucristo por mi alma. Luchó contra los vicios y pecados, y su apostolado fue de una intensa actividad. Y estas tres notas características del celo, amor, tristeza, lucha, actividad las encontramos también en todos los grandes apóstoles y santos.
La mayor gloria de Dios es la salvación de las almas. Que Dios que tanto ama, que ama sin límite, sea amado por todos. Que al salvarnos nosotros nos llevemos cuantas almas podamos, para que nuestro Señor sea amado por toda la eternidad por ellas.
El programa del celo es la realización de las siete peticiones del Padre Nuestro: Que sea santificado su Nombre; que venga a nosotros su Reino; que se haga su voluntad;.., que nos libre de todo mal.
No hay oficio, ni don, ni regalo más grande a un hombre, que llenarle de celo por los demás. No puede haber mayor gracia que la de ser instrumento de Dios para que los pecadores se conviertan, y para que los hijos del demonio se hagan hijos de Dios, Ésa es mayor gracia que la de hacer milagros y resucitar un muerto. Así nos hacemos cooperadores de Jesucristo en la obra de la salvación.
Mira en ti si hay verdadero celo, fruto de tu oración. Mira si te entristecen los pecados públicos y privados de las gentes. Si la apostasía de las naciones, te empuja a orar y a sacrificarte por la venida del Reino del Sagrado Corazón, en donde se puedan salvar las almas de tantos peligros de condenación en un mundo descristianizado y materializado hasta la médula. Mira si vives el Apostolado de la Oración y buscas con recta intención la gloria de Dios y la salvación de las almas. Ése es el ideal de todos los hijos de la Unión Seglar.