A los 20 años viví una crisis vocacional. No sé muy bien qué me impulsa a escribir sobre esto ahora, después de tanto tiempo. Tal vez la idea de que de esa experiencia aprendí algunas cosas y me gustaría pensar que tal vez esa vivencia compartida puede ayudar a alguna otra persona. Así que, por si sirve a alguien…
Lo primero que aprendí es que Dios da mucha paz, y el demonio no. Dios se revela en la quietud, en el silencio, y entonces manifiesta su voluntad a las almas, y la aceptación de su voluntad trae como fruto la alegría y la paz. Lo que viene de Dios nos serena y conforta. Lo que no viene de Dios nos angustia e intranquiliza.
Lo segundo que aprendí es que Dios me ama desde la eternidad. Me amaba y pensaba en mí -y en cada uno de nosotros- y para mí -y para cada uno de nosotros- eligió el tipo de vida y la vocación que podía hacernos más felices en este mundo y en la eternidad, sólo tenemos que dejarle hacer. Por ello entendí que si Dios me llamaba a una vida consagrada, podía descubrirlo a los 10, a los 20 o a los 50 años, pero me llamaba a ella desde toda la eternidad. Y si me llamaba al matrimonio, lo mismo. Por tanto, en el momento en que pude discernir con claridad, por decirlo de algún modo, zanjé la cuestión.
Lo tercero que aprendí es lo tonta que puedo llegar a ser. Lo veía con claridad, pero dudé mucho tiempo porque en el fondo aún no acababa de creerme lo que acabo de decir y temía que si elegía un camino, dentro de unos años tendría que volver a enfrentar, posiblemente, esta misma situación de duda. Hasta que entendí que DIOS NO SE MUDA. Dios no es un psicópata que se divierte torturando a los hombres, que te pide hoy una cosa y mañana la contraria, sino que es un PADRE AMOROSO que quiere nuestra felicidad. Sabe qué es lo mejor para cada uno de nosotros y es eso, sólo eso, lo que nos pide y lo que nos da. Por esa razón, es contradictorio, por ejemplo, sentir rechazo por la vida religiosa hoy y descubrir que tienes vocación al carmelo mañana. Hay muchos santos que se casaron y al enviudar abrazaron la vida religiosa. Pero si lees sus vidas casi todos ellos se sentían llamados al convento y se casaron por obediencia o porque las circunstancias de la vida les llevaron al matrimonio, y al enviudar, retomaron la vocación primera a la que les inclinaba su ánimo. Y llegué a ser muy tonta por dudar tanto y lo pasé muy mal.
Otra cosa que aprendí es que no es bueno fiarse de uno mismo y que conviene buscar un director espiritual bueno y prudente que ayude a discernir CUAL ES LA VOLUNTAD DE DIOS PARA NUESTRA VIDA. A este respecto hay dos peligros: el que yo viví, elegir sin guía de nadie, sin conocimiento ni experiencia. Me equivoqué, por supuesto, y en el camino que había elegido y que no era el mío me pusieron un director espiritual que en lugar de ahondar en mis moradas interiores y ayudarme en mis inquietudes, trató de retenerme en una vida que no era para mí. Pero hay otro peligro que yo no he vivido pero sí visto en otros: elegir también con precipitación, sin conocimiento ni guía segura, y buscar la aprobación de un director que quiere hacer un discernimiento bien hecho (dices que Dios te pide esto, comprobemos que es verdad), pero como no va al ritmo que deseas, ni por el camino que a tí te parece mejor, o te parece que te niega lo que tu crees ver claro como voluntad de Dios y crees que no te da la razón, ir cambiando de director hasta encontrar al que te da la razón. Ambos caminos tienen grandes probabilidades de conducir al fracaso y al sufrimiento. Hace falta mucha humildad para someter el propio criterio al criterio de otra persona y obedecerla, y más si creemos que “se equivoca” o que, por lo menos, nos hace perder un tiempo precioso en el negocio de nuestra santificación. Dios no tiene prisa. Somos nosotros los que normalmente no sabemos esperar.
También recuerdo que me sentía oprimida por la creencia de que si equivocaba mi camino me condenaría sin remisión. Esa es una idea que sugiere el demonio. SIEMPRE, mientras quede vida, es posible la salvación. Aunque erráramos nuestra vocación y eligiéramos una vida distinta a la que Dios tiene preparada para nosotros. El siempre nos espera amorosamente a lo largo y al final de nuestro camino. Siempre caben la humildad, el arrepentimiento de nuestros pecados, pocos o muchos, y la salvación. Dios no es de ninguna orden religiosa en concreto, ni está más en la vida matrimonial y familiar que en un convento, y está en todas la órdenes, movimientos, asociaciones y familias que quieran recibirle. Sin excepción. Sólo se retira de aquellos lugares en que no se le quiere aceptar.
Por tanto, y en base a todo lo dicho, lo que recomendaría a quien necesite estos consejos es mucha confianza en Dios, un buen director espiritual y mucha humildad.
