Marcelino Menéndez y Pelayo
Cultura Española, Madrid, 1941
Para detener en las puertas del Muradal la nueva oleada de las hordas fanáticas, que desde las vertientes del Atlas amagaban sumergir la civilización cristiana, después de haber borrado hasta el rastro de la brillante aunque efímera cultura arábigo-española, suscitó la Pro-Videncia a Alfonso VIII; para seguir triunfalmente hasta el corazón de Andalucía el camino trazado por él y abrir a la Reconquista amplio cauce por el valle del Guadalquivir y hasta el confín marítimo de la feliz Tartéside puso la espada de sus justicias en la mano de San Fernando; para emancipar los vergeles levantinos y dar a Aragón las llaves del Mediterráneo desde Mallorca hasta Sicilia, levantó, como dos titanes, a don Jaime el Conquistador y a su heroico hijo don Pedro III; para reduducir a unidad el caos de la legislación y educar en la filosofía práctica el espíritu de su raza, para casar los aforismos de la sabiduría oriental con la razón escrita de la ley romana, para medir los cielos con el compás de Hiparco e Inaugurar en las escuelas de Occidente la era de la observación y del cálculo, abrió los tesoros de su ciencia y los derramó con largueza sobre la frente de Alfonso el Sabio, como en otro tiempo sobre la del hijo de David y Betsabé (1); para salvar la fe cristiana del contagio del Talmud y de la, Kábala, para atacar en la raíz el sistema avicebronista de la emanación, y el panteísmo averroísta del, entendimiento uno, arma con el hierro de la Fe (pugio fidei) el brazo de Ramón Martí, autor, del primer vocabulario arábigo que vio España, y puso el verbo de la Cruzada científica en los labios, de Raimundo Lulio, haciéndole sellar la pureza de la doctrina la santidad del martirio; para fundar la Orden que había de difundir por todos los confines del orbe la palabra evangélica y triunfar dogmáticamente en las escuelas, dando su definitiva forma al pensamiento escolástico, hizo nacer a Santo Domingo de Guzmán, martillo de los Albigenses; para escribir la suma jurídica de la Edad Media y comunicar al laberinto de las Decretales aquel sistema y disciplina metódica que las permitió contra» balancear el exclusivismo del renaciente Derecho Romano, y ,abrir campo a nuevas instituciones y a nuevas ramas del árbol de la ley, hizo nacer a San Raimundo de Peñafort. Y para acompañar y festejar todo este prodigioso movimiento de los espíritus, soltaron casi a un tiempo los andadores de la infancia las lenguas vulgares de la Península y al paso que en Galicia y en Portugal florecía-una gentil primavera lírica, émula más que tributaria de la Provenza, la lengua castellana pasaba desde la heroica rudeza de las gestas épicas hasta el candoroso artificio del mester de clerecía, y ensayaba por primera vez con Berceo la piadosa leyenda y la regalada expresión de los afectos místicos, y por primera vez intentaba con los autores del Apolonio y del Alexandre reanudar la cadena de oro de la tradición clásica, de un modo tosco, sin duda, e imperfecto, pero que anunciaba alientos capaces de mayores empresas, cuando la perfección del instrumento correspondiese a la grandeza de los propósitos. Sigue leyendo →