vida religiosaPadre Jesús González-Quevedo, S.I.
Salamanca, 1971

La verdad no es lo que a cada cual se le ocurra. Ni lo que decida la mayoría. La verdad consiste en conocer las cosas como son y en expresarlas como se han conocido. De dos proposiciones contradictorias nunca podrán ser las dos verdaderas. Necesariamente una de ellas será falsa; y aunque a las personas se deba respeto siempre; siempre serán distintas las verdades de los errores, y siempre será nocivo regirse por éstos, y más en materias religiosas, porque el que va contra la verdad, se estrella. «No son los vicios, sino los errores, los que corrompen a los pueblos», escribió Le Play. Por eso, si nadie deja su salud corporal a la opinión de sus vecinos, sino que consulta a médicos eminentes; si en todas las materias es necesario acudir a los especialistas, mucho más en las religiosas, que son mucho más difíciles y mucho más importantes, como que son de trascendencia eterna. Y de entre las religiosas, las referentes a la perfección son las más difíciles de todas. Dicho sea sin menoscabo de la piedad comunitaria y con todos los respetos al diálogo, canonizado por Pablo VI en la Ecclesiam Suam (22).

En el Diario Espiritual de Ignacio de Loyola se ve a aquel santo, tan prudente y tan lleno de luz del cielo, dirigir durante 40 días seguidos su oración y su misa con continuas y extraordinarias visitas celestiales, a resolver una duda sobre la pobreza de las casas profesas. En el cap. 35 de la Vida de nuestra gran santa Teresa se la ve, también sobre una duda de pobreza, tomar «tantos pareceres» de letrados, casi todos en contra de lo que ella «sabía, era regla y veía ser más perfecto». En la famosa carta que sobre este punto la escribió San Pedro de Alcántara, se espanta el Santo pusiera ella «en pareceres de letrados lo que no es de su facultad», porque «la perfección de vida no se ha de tratar sino con los que la viven». Por lo cual la aconseja que no «tome parecer sino de los seguidores de los consejos de Cristo, que aunque los demás se salvan, si guardan lo que son obligados, comúnmente no tienen luz para más de lo que obran; y aunque su consejo sea bueno, mejor es el de Cristo Nuestro Señor, que sabe lo que aconseja y da favor para cumplirlo» (23). Finalmente, en la vida de los Fundadores y Fundadoras de los Institutos religiosos, se ve cómo su obra es obra de Dios, que los ilumina, dirige y sostiene, como lo han proclamado infinidad de veces los Romanos» Pontífices. «Estos egregios varones, decía Pío XI, ¿qué otra cosa hicieron, cuando fundaron sus Institutos, sino obedecer a la inspiración divina?» (24). Por lo cual espanta, que diría el Santo franciscano, la manera atropellada y revolucionaria, con que hoy se están haciendo hondísimas: reformas en la vida religiosa.

Dicen que hay que formar al religioso de hoy o de mañana. La respuesta la dio la Sagrada Congregación de Seminarios, y Universidades en 1960 con motivo del tercer centenario de San Vicente de Paúl: «Antes de procurar -fundándose en métodos de dudoso valor- formar al sacerdote de hoy, empleemos todo nuestro esfuerzo en formar al sacerdote de siempre».

Es evidente. Si las genios de los genios de la literatura universal: Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Goethe… son eternas; porque no se detienen en los convencionalismos de la época, sino que llegan a la entraña misma de la naturaleza, que es inmutable, las obras de los fundadores de los Institutos religiosos, dirigidos por el Espíritu Santo, y basadas en el Evangelio, serán también forzosamente eternas. Con razón insiste la Iglesia, como vimos al principio, en que se conserven «íntegras a través del tiempo las normas establecidas» por el respectivo Fundador.

22 Cf. el documentado y matizado estudio de VLADIMIRO LAMDSDORF-GALAGANE, El Mito del Diálogo: Verbo 73 (1969) 179-193.

23 La carta íntegra en Obras de Santa Teresa, II, Relaciones Espirituales, BMC II, p. 125ss.

  1. Epist. Apost. Ad Sum. Moder. Ord. Reg.; AAS 16 (1924) 135.