Isabel

La mujer

Edith Stein

Una evolución social, que muchos presintieron, y pocos quisieron llegando incluso a luchar contra ella por el hecho de que a la mayoría se les vino encima sin estar preparados para afrontarla, ha sacado a la mujer del pacífico rincón hogareño y de una forma de vida tradicional, y la ha colocado en situaciones extrañas por múltiples razones y en problemas concretos que intempestivamente la rodean. Una se ve metida en la corriente y tiene que nadar. Y, si las fuerzas decaen y está a punto de ahogarse, trata por lo menos de salvarse llegando a la orilla.

Acción de gracias

También entonamos nuestro himno de agradecimiento por todas nuestras misas, predicaciones, bautizos, últimos sacramentos, confesiones, enseñanza del catecismo, asistencia a enfermos y ministerios todos. Sólo nos remuerde la indignidad y el poco fervor con que tantas veces los habremos ejercido. (ASOCIACIÓN DE SACERDOTES Y RELIGIOSOS DE SAN ANTONIO Mª CLARET)

Dictadura colectiva

En esta forma del Estado o del Gobierno, los partidos son como facciones del “consenso político” oligárquico, que les hace compatibles y, en cierto modo, los unifica en torno a un mismo fin: por supuesto el bienestar del pueblo -no por cierto el bien común- empleando cada uno su propio método. Eso equivale formal y fácticamente a una dictadura colectiva semejante a la del partido único. La diferencia es que aparenta ser pluralista ante el pueblo y la nación, si bien la política se limita a las discusiones y disensiones entre ellos como facciones del consenso. (Dalmacio Negro – VERBO)

En manos de Dios

Si Dios, además de nuestro Creador, es nuestro soberano, queda patente nuestra condición de siervos. Nuestro nacimiento y nuestra muerte no están en nuestras manos, sino en las de Dios. Nuestro destino eterno está también en manos de Dios. Más que el niño depende de su madre, nosotros dependemos de Dios. Repetimos: los que quieren ignorar esta verdad asientan su vida sobre la mentira o el error. Por el orgullo el hombre se pone en los ojos con frecuencia una venda voluntaria: la gloria, el placer, el dinero… (Jaime Solá Grané – CASTIGOS DE DIOS)

 

La Revolución castigo de Dios

Para Maistre la Revolución fue “un castigo providencial por el orgullo de los filósofos de haber querido construir un mundo sin Dios”, un castigo, como destaca Froidefont, para corregir y sanar, para regenerar. Para Bonald, “la Revolución comenzó con la Declaración de los derechos del hombre (…) (y) no acabará más que con la Declaración de los derechos de Dios”. Si para Maistre la Revolución fue esencialmente anticristiana, para Bonald, como escribe Alibert, el primer golpe de la Revolución fue religioso y el principio que la regía era el establecimiento del ateísmo y del materialismo. (Estanislao Cantero – VERBO)

Renacer lo humano

Podemos caminar hacia un renacer de lo humano o hacia su destrucción. Tres cosas nos hacen falta para que la balanza se incline hacia lo primero: “creer que hay una solución positiva para el problema”, “tener un juicio claro sobre la verdadera y real situación actual de la humanidad” y “poner en práctica la gran exhortación del libro antiquísimo: omni custodia serva cor tuum, quia ex ipso vita procedit. Cuanto más aumente el número de individuos… que lleguen a redescubrir y custodiar su corazón y sus razones profundas, más crecerán las posibilidades de salvación. (Ana Llano Torres – RAZÓN ESPAÑOLA)

Mentira universal

Pío IX dijo exactamente estas palabras: “Os bendigo, finalmente, con el objeto de veros ocupados aún en el difícil empeño de suprimir, si posible fuera; o a lo menos de atenuar una plaga horrenda, que aflige a la sociedad humana y se llama sufragio universal… Esta es una plaga destructora del orden social y merecería con justo título ser llamada mentira universal”. O sea, que identificar la soberanía política con el resultado de una mayoría electoral, convocada para opinar de todo sin ningún límite doctrinal ni moral, es visceralmente anticristiano. Se contradice en sus propios términos. Pues soberanía significa quien puede imponer obligaciones y leyes. Y la mayoría no puede gobernar. Por tanto, en la mayoría, en la multitud, no radica la soberanía. (Mn. José Ricart Torrens – CATECISMO SOCIAL)