D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
Si hay progreso, es fruto de la fidelidad: siempre por penetración en la misma verdad, por integración, nunca por sustitución (10); o lo que es lo mismo, el magisterio de hoy no excluye al magisterio de ayer; si lo hiciera, tendrían razón los que le negasen la confianza al uno y al otro. Un cierto modo excluyente de oponer entre sí el «antes» y el «después» del Concilio no sintoniza con la Iglesia. La suficiencia y aun el desgarro con que algunos se pronuncian denota la osadía de la ignorancia. Y no convendría olvidar que el separar fragmentos de la verdad es lo que constituye literalmente la herejía.
3.º Por su misma índole, está mucho más abierto a las variaciones el campo de las fórmulas prácticas, de los procedimientos de acción pastoral (11).
Notas:
(10) La integración no es como la de quien junta piezas separables, sino como quien contempla los dos lados de un mismo rostro o quien -ejemplo sublime- afirma que Jesús es Dios y hombre en una sola persona.
San Pablo VI: «El Concilio… es renovación… Nos urge muchísimo que este espíritu de renovación sea comprendido por todos y mantenido vivo… La Iglesia no es vieja, es antigua… Ella no teme las cosas nuevas, las vive… Pero el examen de la novedad nos obliga a preguntarnos si todos los fenómenos nuevos posconciliares son buenos… Por sí, la novedad significa cambio. El cambio debe ser juzgado no tanto por sí, cuanto por su contenido, por su finalidad. Lo nuevo hoy, ¿nos lleva a un cristianismo realmente mejor?… El problema de lo «nuevo» en la vida católica es extraordinariamente complejo. Limitémonos a un solo punto destacable, que es éste: lo nuevo no puede ser en la Iglesia producto de una ruptura con la tradición. La mentalidad revolucionaria ha entrado bastante incluso en la mente de muchos cristianos… La ruptura concedida a nosotros es la de la conversión la ruptura con el pecado; no con el patrimonio de fe y de vida: del que somos herederos responsables y afortunados… La novedad para nosotros consiste esencialmente y de ordinario precisamente en un retorno a la tradición genuina y a su fuente, que es el Evangelio… Quien sustituye la propia experiencia espiritual, el propio sentimiento de fe subjetiva, la propia interpretación personal de la palabra de Dios, produce ciertamente una novedad, pero es una ruina… Nuestra religión, que es la verdad…, no se inventa, y mucho menos, propiamente hablando, se descubre; se recibe, y por antigua que sea, es siempre viva, siempre nueva, es decir, perenne… La primera renovación es interior y personal… Después, la novedad en la vida cristiana y en la Iglesia puede llegar por «purificación»…; por «estudio profundo”: ¿Quién puede decir que ha comprendido todo… en el tesoro… que llevamos con nosotros?… Y después por «aplicación»: no se trata de inventar un cristianismo nuevo para los tiempos nuevos, sino de dar al cristianismo auténtico las referencias nuevas, de las que es capaz y de las que nosotros necesitamos”. (Audiencia general, 2 de julio de 1969).
(11) Condiciones de legitimidad: que tales fórmulas sirvan, como medios, a los fines de la Iglesia (no sirven, por ejemplo, las que tienden a romper la unidad de la doctrina…); y, en general, que la intención de conseguir objetivos buenos no sirva de pretexto para suprimir prácticas buenas (como cuando, en nombre de la liturgia, se desprecian formas de devoción recomendadas por la Iglesia: rosario, procesiones, etc.; y, en el límite, se acaba diciendo que lo que importa no es la liturgia, sino la honradez en las relaciones sociales). Ver el criterio de Jesús en Mt. 23, 23.