¡Glorioso Patriarca San José!, animado de una gran confianza en vuestro gran valimiento, a Vos acudo para que seáis mi protector durante los días de mi destierro en este valle de lágrimas. Vuestra altísima dignidad de Padre putativo de mi amante Jesús hace que nada se os niegue de cuanto pidáis en el cielo. Sed mi abogado, especialísimamente en la hora de mi muerte, y alcanzadme la gracia de que mi alma, cuando se desprenda de la carne, vaya a descansar en las manos del Señor. Amén.
Jaculatoria. Bondadoso San José, Esposo de María, protegednos; defended a la Iglesia y al Sumo Pontífice y amparad a mis parientes, amigos y bienhechores.
Aunque no fuera más que la frecuencia con que gustaba de hablar Pío XII de aquel período de la historia misionera de la Iglesia, ya bastaría para probar su admiración por la gesta entonces realizada. Pero el Papa Pacelli nos ha dejado una serie de encomios de la misma tan magníficos que forman un ramillete incomparable, una verdadera tesis sobre el ideal de la colonización católica.
El Cardenal Montini, que fue colaborador asiduo de Pío XII, ha escrito que la obra doctrinal y oratoria de este Pontífice, “sin discusión la más rica que los Papas han dejado a la Iglesia”, le aparecía a él como un magnífico y sólido puente que enlaza le temporal a lo divino, conduciendo con seguridad a los espíritus, de las realidades de esta vida al mundo supraterreno.
“Que todo lo que un Papa puede decir o hacer esté relacionado con la religión, nada más fácil de suponer; nada más fácil también de verificar en los hechos. No podría ser de otra manera. Pero aquí la religión casi nunca es tratada ex profeso, es decir, directamente por sí sola… Pío XII busca de ordinario sus desarrollos en otra dirección diferente. Su mirada se dirige sobre las realidades humanas y terrestres; a ellas presta su atención, sobre ellas se ejercen su erudición y la maravillosa adaptabilidad de su espíritu; después, a partir de ellas, establece relaciones entre las realidades divinas y cristianas. Su obra se asemeja a un puente, cuyo trabajo más fuerte se realiza sobre el pilar que toca la tierra, y que se lanza después, rápido y seguro, hacia el pilar que está en el cielo; o, si se quiere, baja en realidad del cielo, como de su verdadero punto de apoyo, pero todo el esfuerzo de construcción se sitúa del lado de la tierra. He ahí lo que a mí me parece el aspecto característico del pensamiento del Papa”.
Este puente lo ha establecido admirablemente Pío XII entre la bella realidad humana que llamamos Hispanidad y el ideal cristiano. A través de los textos hispánicos del gran Papa podemos conocer fácilmente las relaciones que existen entre el catolicismo romano y ese nutrido grupo de naciones de lengua española. La obra de Pío XII nos da a conocer, a la verdad, el aspecto sobrenatural de la conquista y colonización; nos presenta los frutos cristianos de esa empresa; nos enseña, en fin, cuál es la esencia de Hispanoamérica, así como su misión cristiana dentro de la catolicidad. Nos da, en una palabra, una visión sobrenatural de toda la “epopeya misionera” y colonizadora.
Por todo lo dicho, deseamos que la Historia decore al gran Pontífice de nuestro siglo con el título de “Papa de la Hispanidad” que, por tantos motivos, ha merecido.
* Nos dijo un cartujo: «Los cartujos somos los vigilantes de la frontera de la Iglesia.
* Psicológicamente somos libres para mentir. Moralmente, como personas no debemos mentir.
* «La Ley de Dios está por encima de la república» (Obispo francés). Y está por encima de la democracia (nosotros).
* No es verdad. No existen valores comunes entre la masonería y la Iglesia. No puede haber un diálogo sincero. Lean «Rerum Novarum» de León XIII.
* Los judíos que «no saben dónde está el nacido Rey de los judíos» poco saben. Jesús está resucitado en el Cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar.
* «Queridos jóvenes, existe también una contaminación de las ideas y de las costumbres que puede conducir a la destrucción del hombre. Esta contaminación es el pecado, de donde nace la mentira» (San Juan Pablo II).
* «Aquellos que están sufriendo merecen nuestro cariño, admiración, y también nuestro soporte y nuestra oración». «Ellos son lámparas encendidas que nos muestran el camino y son una razón para confiar y esperar más y más en Dios que todo lo puede»(Fray Nelson Medina).