San José… con ojos de niño (4)
18 domingo Abr 2021
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in“Es muy difícil que se pueda pensar lo verdadero si no se pretende vivir en el bien”.
Lo he dicho en varias ocasiones. Esta es la hora en la que vuelven los “bárbaros” que, embriagados de poder, no saben sostener la casa común, el hogar familiar que ha significado y significa España. Son tiempos en los que la Iglesia católica no puede mirar hacia otra parte. Son los tiempos de una “nueva evangelización” como nos piden los últimos Pontífices. Lo que está en juego es el bien de las personas y el bien de nuestro pueblo. Es necesario movilizar las conciencias de los católicos y de los hombres de buena voluntad para lograr una gran estrategia a favor de la vida humana. Lo que está enfrente, como decía San Juan Pablo II, es una auténtica “estructura de pecado… una conjura contra la vida… una guerra de los poderosos contra los débiles” (Evangelium vitae, 12) Resulta una ironía.
Para todo ello era necesario un punto de partida perseguido desde el principio: favorecer la secularización de la sociedad española para prescindir de Dios y de la tradición católica que sustenta una antropología adecuada que responde a los bienes y a los fines de la persona humana, la familia, la religión y la sociedad. Sin Dios, sin la humanidad de Jesucristo, el hombre va a la deriva y pierde su fundamento estable y un horizonte de eternidad. Por eso prescindir de la tradición católica y debilitar la cultura y las leyes que la puedan sustentar, propicia un multiculturalismo de corte nihilista que acaba siendo un despropósito que deja sin defensas a nuestra sociedad española.
En mi casa había centenares de cosas que recuerdo queridas, respetadas, de la familia, de la casa… Eran importantes, nuestras raíces, lo que teníamos… Hoy, las recordamos los hermanos, se las hemos contado a nuestros hijos… Porque éramos hidalgos, hijosdalgo… Nuestro, por poco que fuera. Un recuerdo amado y feliz cuando ya se han olvidado los inevitables disgustos de los días pasados y solo queda la huella imborrable del amor. Salvo que no haya quienes recuerden nada bueno en su pasado. Yo, mis hermanos, no tenemos la menor duda de hacer prosélitos de nuestra infancia feliz y con tantas carencias salvo de amor. Otros parecen mirarlo todo torvamente.
De manera particular le corresponde al Estado garantizar este cuidado y protección. No hacerlo lo convierte en un Estado que no cumple su misión y queda ilegitimado en el ejercicio de este poder. Ahora los médicos y el personal sanitario adquieren una nueva responsabilidad de resistencia ante el mal. Las clínicas, los hospitales y los hogares no pueden convertirse en lugares donde no se respete con seguridad y cuidado la vida humana. Rezo por ellos. No contentos con estas leyes, los nuevos amos han provocado desde las instancias del poder un debilitamiento moral de nuestro pueblo, especialmente entre los niños, adolescentes y jóvenes con una educación sexual al margen del amor y de la capacidad de autogobierne para el bien personal y la relación con las demás personas. Muchos de ellos están atrapados por la pornografía, las adicciones de toda clase y se les ha inoculado un concepto negativo de la libertad. Esta se propone simplemente como autonomía radical del individuo sin otro horizonte que el placer y la utilidad.
18 domingo Abr 2021
Posted Dominicas
in* Los pecados cometidos ensucian el alma y cierra el corazón para amar a Dios.
* Veremos a Dios cara a cara. Le amaremos con todo el corazón. Seremos felices eternamente.
* Los santos sufrieron tribulaciones, sequedades, tentaciones ¡siempre felices! El Cielo está muy cerca.
* Me han preguntado «qué es el Estado». Para saberlo hay que leer «Eso que llaman Estado» de Rafael Gambra, que en gloria esté.
* En la impresión de los documentos del Concilio Vaticano II no hay ningún error. El Espíritu Santo protege a la Iglesia para que no caiga en un sólo error fe.
* «Cuando contemplo el Cielo obra de Sus dedos la luna y la estrellas que has creado ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder» (Salmo 81).
* «Fue España la única que, prolongando su inveterada decisión medieval, identificó sus propios fines nacionales con los fines universalistas de la Cristiandad, tomando éstos como propios a partir de Fernando el Católico, quién como dijo Gracián, «supo juntar la tierra con el Cielo» (Menéndez Pidal).