Recapitulada por el P. Cano
– EL MACEDONIANISMO
En torno al año 350 algunos arrianos empezaron a negar la divinidad del Espíritu Santo, de manera más o menos veladamente. Al frente de ellos se hallaba Macedonio de Constantinopla, de quien recibió el nombre la herejía.
Macedonio admitía la divinidad de Jesucristo, pero decía que el Espíritu Santo era una criatura de Dios un ministro especial, superior a todos los ángeles, pero inferior a Dios.
El Concilio de Alejandría (362), convocado por San Atanasia, condenó, el Macedonianismo. Macedonio murió el mismo año del Concilio y sus discípulos siguieron enseñando la herejía bajo la dirección de Maratonio de Nicomedia.
– EL NESTORIANISMO
El iniciador de esta herejía fue Nestorio, Patriarca de Constantinopla (428). En su lucha contra los arrianos y los macedonianos, cayó él también en un nuevo error dogmático. Nestorio afirmaba que Cristo era Dios y que en Cristo permanecían las dos naturalezas en toda su perfección; pero de tal manera que estas dos naturalezas son también dos personas, la divina y la humana, unidas de manera accidental.
Las disputas empezaron cuando un presbítero de la confianza. de Nestorio, se atrevió a decir en un sermón que la Santísima Virgen no era Madre de Dios. El pueblo indignado se alborotó y Nestorio salió en defensa del sacerdote diciendo que la Virgen María era sólo Madre de la naturaleza humana de Cristo.
La lucha contra la herejía la inició el presbítero Eusebio. Nestorio mandó que lo encarcelaran y lo azotaran cruelmente.
San Cirilo, viendo el peligro de la herejía, envió al diácono Posidonio, para que informara al Papa, quien reunió un Concilio en Roma (430). El Concilio proclamó la doctrina católica, contraria a la de Nestorio, pero el Patriarca no quiso reconocer su error.
El año 431 se celebró en Éfeso el III Concilio ecuménico, que condenó definitivamente a Nestorio y su herejía.
El Concilio de Éfeso proclamó que en Cristo hay una sola persona y que María es Madre de Dios. Al enterarse el pueblo que estaba expectante, entusiasmado, prorrumpió en aclamaciones a la Madre de Dios y acompañó, ya de noche, a los obispos desde la catedral a sus casas, con antorchas encendidas.
– EL MONOFISISMO
El creador de la herejía monofisista fue Eutiques, monje asceta y archimandrita de un gran monasterio.
Eutiques defendió sus ideas contra el nestorianismo, pero cayendo él también en una falsa doctrina. Enseñaba que en Cristo había no solamente una sola persona, sino también una sola naturaleza, resultante de la unión o fusión de la naturaleza humana y la divina, ya que era imposible admitir, según su opinión, dos naturalezas completas, pues necesariamente serían dos personas.
Frente a la nueva herejía surgieron los defensores de la ortodoxia. Entre ellos, Teodoreto de Ciro, Eusebio de Dosilea y, sobre todo, Flaviano, Patriarca de Constantinopla, quien convocó un Concilio que excomulgó a Eutiques y a los partidarios de su herejía.
Eutiques y el mismo Emperador no aceptaron esta decisión y acudieron al Papa León I. El Papa les envió el año 449 una epístola dogmática en la que exponía la doctrina católica sobre el tema.
El IV Concilio ecuménico de Calcedonia (451) condenó solemnemente el monofisismo, pero como la herejía se iba extendiendo por toda la Iglesia, fue condenada de nuevo en el II Concilio de Constantinopla (553), quinto Concilio ecuménico.
– EL PELAGIANISMO
Mientras en Oriente se discutían cuestiones especulativas propias del carácter del pueblo griego, en Occidente se discutían problemas prácticos, propios del carácter del pueblo romano.
El monje Pelagio, de origen británico, tenía fama de hombre espiritual y asceta. A principios del siglo V comenzó a predicar una doctrina nueva y muy atractiva para las almas buenas. Enseñaba que el hombre por sí mismo, usando su libertad, puede obrar el bien sin la ayuda de la gracia de Dios y que, por tanto, puede con sus propias fuerzas cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios y evitar todos los pecados.
Según Pelagio, el hombre tiene una naturaleza perfecta, como la de Adán antes de cometer el pecado original, ya que el pecado de Adán no se trasmitió a los hombres.
El gran luchador contra la nueva herejía fue San Agustín, quien demostró que la naturaleza humana, debilitada por el pecado original, necesita la gracia de Dios para obrar el bien. El hombre es libre, pero necesita de esta gracia para obrar el bien.
El Papa Inocencio I condenó el pelagianismo y excomulgó a los herejes. Al conocer la sentencia del Papa, San Agustín exclamó: »Roma loquuta est, causa finita est».