D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973

C) LA LEY Y SENTIDO DE LA LIBERTAD, ¿ES AMOR? (II)

A veces se habla de dos humanismos: el religioso y el ateo o, por lo menos, secularizado, sin referencia a Dios; como si el segundo fuese un escalón, inferior pero válido, hacia el primero. Sabido es que la posición de San Pablo VI en la Populorum progressio, al hablar del desarrollo humano en la tierra, es la contraria. Un humanismo que, al menos, no esté abierto hacia lo divino no se queda en humanismo imperfecto, sino que deja de ser humanismo. El humanismo ateo es una contradicción, no por ser humanismo, sino por no serlo; por ser negación del hombre.

Esto equivale a la otra afirmación del título: «No es posible humanismo de acción sin contemplación». No es posible una concepción o actitud vital del hombre que esté limitada a las posibilidades de acción del mismo hombre. Este es hombre por referencia a realidades que están fuera de su capacidad de acción y son objeto de contemplación y de esperanza.

Esta dimensión contemplativa es, según parece, una de las que vuelven a caracterizar de modo visible a ciertos sectores de la juventud contemporánea. Si no me equivoco, esto es lo que destacan, como valor positivo, tantos escritores al referirse a movimientos juveniles que, con maneras extrañas, están intentando redescubrir el valor de actitudes vitales que no se miden por su eficacia activa, por el programa que realizan, sino todo lo contrario: son una especie de evasión del programa, al menos en cuanto éste pretende absorber y acaparar; una evasión cordial hacia cosas un poco indeterminadas probablemente, cuando no ofrecen rostro religioso, que son objeto de contemplación pasiva y, sin embargo, beatificante, que llenan el espíritu más que la acción sola.

Un humanismo como el marxista no puede aceptar la contemplación, a no ser que se llame contemplación al estudio del plan quinquenal, que es lo que el hombre intenta hacer. Una auténtica contemplación, fuente de consuelo y de expansión íntima ante la totalidad de la vida, más allá del coto del quehacer humano, está descartada del marxismo. Por eso, los marxistas son coherentes cuando exigen un arte realista. Toda otra forma de arte resulta sospechosa, porque es un modo, más o menos extraño, de abrir brecha en un ámbito de realidad que trasciende lo que es técnicamente factible. Tal es la lógica del sistema. No se concilian el ser marxista, por una parte, y, por otra, cultivar formas de evasión, proyección de aspiraciones íntimas, que no se puedan encasillar en ningún programa quinquenal, porque el humanismo marxista es un humanismo de transformación y de eficacia en plazo histórico, y niega la realidad superior y envolvente que es el objeto de la contemplación.