Todos nosotros estamos sólo obligados a una cosa: a emplear bien el tiempo y las fuerzas de que disponemos. Así cumplimos nuestra misión, y nadie está obligado a más.
La conciencia, lo más actual posible, de lo que somos y de lo que hacemos, la concentración de todo el ser en el acto que realiza en este momento, constituyen el valor del hombre y aseguran su desarrollo.
Cuando se ha comprendido esto y cuando se tiene el valor de confesarlo y el ánimo de vivirlo, cuando, tranquilamente y sin sobreexcitarse – pero con toda la tensión de la que actualmente es capaz – se concentra uno para dedicarse de lleno a lo que se hace, entonces vive plenamente su vida.
Esta vida plena no es necesariamente la vida de un gran hombre. Es la de un hombre: y eso es todo. Ser grande o pequeño no depende de nosotros. Dar actualidad al ser que tenemos sí que depende de nosotros en cada instante, y el hombre está hecho de esta realización continua.
Proseguid vuestra marcha, vais por buen camino: entregaos por entero a lo que estáis haciendo, sin recordar lo de ayer, sin ansiar el mañana, todo en fecha de hoy y de este instante de este día que es vuestro… y que en breve dejará de serlo.
