franco-caballero-de-la-milicia-de-jesucristoFranco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”

  1. Benevolencia, respeto, delicadeza. Singular actitud en los momentos de recelos, divergencias o incidentes

La acogida benévola a las indicaciones jerárquicas mereció ya el agradecimiento de Pío XI. El Obispo de Vitoria revelará en 1975: «Cuando los Obispos teníamos alguna dificultad con la Administración, acudíamos a él, que la resolvía siempre a favor de la Iglesia». Los Superiores de las Órdenes Religiosas, españoles o extranjeros, tenían al Pardo como uno de los lugares de confiada peregrinación.

Respetuoso, desde la fe, con la Jerarquía. En 1963 cundía en torno a Franco el descontento por ciertas intervenciones del Cardenal Montini, Arzobispo de Milán. Este es elegido Papa. Franco corta el malestar y los comentarios: «Ya no es el Cardenal Montini, sino el Papa Paulo VI, y todos le debemos obediencia». y en el mensaje de fin de año le dedica palabras reverentes. El Nuncio Dadaglio, de quien en torno al año 1970 se decía que alentaba el distanciamiento del Régimen, manifestó que «nunca tuvo dificultad con Franco».

Cuidaba el honor de la Iglesia y velaba por su buen nombre. Hay algunos casos notabilísimos de eclesiásticos, que le causaron problemas y cuyas conductas podrá haber aireado o utilizado como arma política para defenderse, y Jamás lo permitió.

En los momentos de tensión o conflicto y en los varios incidentes, que en el espacio de cuarenta años no podían faltar -negociación diplomática difícil durante la guerra, casos Vidal y Barraquer, Segura, en grado menor Añoveros-, y que veremos desde la perspectiva de la Iglesia en cap. V, la postura de Franco es siempre diáfana.

En primer lugar, las diferencias y los incidentes surgen dentro de una convergencia sustancial y de un marco favorable de leyes y cooperación, que sigue actuando al servicio de la Misión de la Iglesia. Ya en la primera hora, cuando dalla la tardanza del reconocimiento diplomático de la Santa Sede el clima para la acción pastoral y la vida religiosa del pueblo fue más propicio que nunca. Luego, las condiciones propicias en todos los órdenes de la acción de la Iglesia no se interrumpieron nunca. La magnitud de este hecho histórico se destaca por comparación con situaciones posteriores, cuando alguna voz eclesiástica, para congraciarse con los poderes del día, dice que también antes había disentimientos o dificultades; cuando, no sin cierta frivolidad, se pasa enseguida de lamentar la falta de atención a la Iglesia por parte de esos poderes a dar por buenas las relaciones, sólo porque las partes se hablan: mientras sigue su curso implacable la acción pública de descristianización o de corrupción moral de la juventud, y las trabas en la acción educativa de la Iglesia.

En segundo lugar, en los momentos críticos o de preocupación -como los ya apuntados de recelo ante la presión ideológica nazi o de forcejeo diplomático en torno al viejo Concordato de la Monarquía- la Santa Sede y los Obispos reafirman siempre su confianza en Franco.

Finalmente, Franco termina siempre como pacificador y fautor de concordia en las relaciones Iglesia-Estado. El incidente gubernamental con el Obispo Añoveros, en 1974, fue cerrado por intervención de Franco. Y el mismo Añoveros pocos meses antes, al surgir una situación conflictiva en torno a unos sacerdotes complicados en la violencia, había propuesto a la Conferencia Episcopal una gestión ante el Jefe del Estado diciendo que tenia «gran confianza en su genialidad, serenidad, eficacia aun ahora, y ponderación». Lo más significativo de esta actitud se dio en la difícil negociación de 1938-41. Sabido es que para evitar una ruptura Franco accedió a los deseos de la Santa Sede; pero antes, en 1939, hubo un momento en que se insinuó que, si Roma no restablecía el Concordato, se iría, por falta de estatuto jurídico, a la suspensión de relaciones diplomáticas. El modo de decirlo constituyó una expresión ejemplar de lo que es propiamente la confesionalidad benevolente: porque, aun sin relación diplomática, Franco daría en todo caso los haberes al clero, y la ruptura seria «sin perjuicio de la sumisión espiritual a la Sede Apostólica en cuanto definidora de la verdad y el dogma y cabeza visible de la Iglesia Católica«.