santidadRvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 203, febrero de 1996

Atiendo a la sugerencia de algunos de dedicar las líneas de esta Página a dar un breve resumen de los puntos fundamentales de la vida espiritual. Comencemos por preguntarnos: ¿Qué es la santidad?

La santidad es llevar una vida santa. Es seguir un camino que desde el principio, el medio y hasta el fin, mantiene el alma unida a Dios, que es la santidad misma, infinita. Ser santo, pues, es estar unido a Dios de verdad, durante esta vida, y consumar la unidad con Dios en la vida eterna de la gloria, donde veremos y nos gozaremos en una felicidad sin límites, con el Dios tres veces santo, participando de su santidad divina, sin los límites de esta vida terrena.

Partir hacia la santidad es dejar atrás toda sombra de pecado mortal que mata en el alma la vida de la gracia. No al pecado, no a la ociosidad, no a las vanidades que me retienen en la marcha de Dios. Vivir después en estado de gracia. El don precioso de la gracia santificante que nos hace participar de la vida divina, viviendo como decía el Papa Pío XII, conscientemente, crecientemente, y comunicándoselo a los prójimos.

Conscientemente, es decir, sabiendo que es el mayor tesoro que tengo. Si pierdo la gracia, lo pierdo todo: los méritos en esta vida y la felicidad en el cielo. Crecientemente, es decir, que vaya aumentando con el ejercicio de la caridad, por la recepción de los sacramentos, por la oración y por las obras de misericordia. Pero la gracia habitual ha de ser comunicante, porque lo que como don de Dios hemos recibido de forma gratuita, debemos también comunicarlo gratuitamente a los demás. Eso hicieron los santos. Se consideraban canales de distribución al prójimo de las gracias recibidas. Es lo que llamamos celo apostólico. En las matemáticas de Dios, cuanto más damos, más nos enriquecemos y recibimos. Vivir la gracia de Dios de esa manera es vivir en derechura hacia la santidad.

Finalmente esa ilusión de alcanzar la santidad nos lleva a consumir la vida hasta el fin dando gusto a Dios en todo. La fórmula v = V es la síntesis de esa entrega a Dios. La “v” minúscula representa la voluntad propia. La “V” mayúscula representa la voluntad de Dios. Que hasta el final de nuestra vida mi pequeña voluntad se identifique con el querer de Dios es llegar a la cumbre más alta de la santidad. “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”.