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En una casa de labranza situada entre Borges del Camp y Riudecols, de la provincia de Tarragona, vive Teresa Monné Hortoneda, dedicada, con su familia, al culti­vo de la finca conocida por «Mas d’en Giol».

En 1963 nació su hija menor, y poco después co­menzó a sentir fuertes dolores en la parte alta de la columna vertebral. La visitaron varios médicos, la enyesaron desde el cuello a la cintura y le aplicaron sesiones de radioterapia superficial. Como no mejoraba, fue a Barcelona a consultar al Dr. Galindo, quien le diagnosticó un tumor en la columna y le ordeno varias sesiones de radioterapia profunda. Fue trasladada a la «Residencia Juan XXIII», de Tarragona, donde le aplicaron aquellas corrientes durante un mes y medio. De momento pa­reció que hallaba cierta mejoría, aunque toda la piel de su cuer­po quedó chamuscada. Pero al pasar unos meses, los dolores se fueron acentuando, se le hinchó la parte afectada hasta abrírsela una profunda llaga rodeada de fístulas que rezumaban un pus malo­liente.

Fue cinco veces a Lourdes con la Peregrinación Diocesana de Tarragona, pero no obtuvo la curación. Bien es verdad que ella no lo pedía, sino solamente suplicaba a la Virgen que la ayudara a soportar tanto su­frimiento; que hiciera con ella lo que quisiera, aunque fuera una más dura expiación, y que moviera a sus familiares a una vida cristiana de mayor práctica piadosa. Había llegado a no poder mantener la cabeza erguida, por lo que tenía que usar un collar metálico que se la sostu­viera. Sus familiares, ante estos resultados y con el fin de evitarle más molestias, querían disuadirla de que fuera otra vez a Lourdes.

Extraña luz

Durante la noche, no podía echarse en la cama ni apenas descansar. Se quedaba sentada e iba rezando. Una noche llegó a conciliar levemente el sueño, y al despertar, su esposo le dijo: «Teresa, has dejado la luz encendida». En el fondo de la habitación tenían una pequeña imagen fosforescente de la Virgen de Lourdes; su luz era muy amortiguada. Pero la que entonces vieron ambos esposos era como la de un foco de los que utilizan para reflejar el rostro de un actor. José, su esposo, se levantó, cerró las ventanas de la habitación, pero el rayo de luz continuó posándose igualmente sobre la imagen. José, con su mano, quería cortar el rayo de luz, pero no lograba hacer obstáculo alguno y la Virgen seguía presentándose profusamente iluminada. Esto duró, poco más o menos, un cuarto de hora, y se repitió durante quince o dieciséis días del mes de diciembre de 1978. No explicaron a nadie esta repetida visión, pero Teresa, al cabo de unos días, lo contó al Sr. Párroco de Borges, quien le preguntó si era ella sola el sujeto de dicha visión, a lo que contestó que también la había percibido su esposo, siendo precisamente él quien la experimentaba primero. El buen párroco, reflexivo, quiso indagar el caso con más detalle, y fue a la casa de campo para hablar con José cuando llegara del trabajo. Éste se explicó así: «Señor Párroco, usted ya sabe que yo no tengo facilidad para admitir visiones de este alcance, pero le puedo asegurar que mis ojos han percibido muy claramente este fenómeno que le ha narrado mi esposa. Y todo ello me ha convencido de que la Virgen de Lourdes juega un gran papel en fa enfermedad de Teresa». Entonces el señor Párroco les animó a que preparasen el viaje a Lourdes.

Con la hospitalidad de Lourdes

A Teresa se le ensanchó el corazón al ver que cobraba posibilidad su ansiada visita al Santuario de la Virgen. Sentía que María la llamaba, y contaba los meses y los días que faltaban para el 28 de junio en que tenía que salir la Pere­grinación. Llegó por fin la fecha anhelada. La despedida de su madre y demás familiares fue muy emocionante, pues temían que muriese en Lourdes. Su madre le dijo: «Hija mía, ¿y si mueres allí?». Y Teresa con testó: «Madre, estaría más que contenta; os amo mucho a todos, pero si la Virgen me llamara, complacida aceptaría su llamamiento.  ¡Qué gozo vivir para siempre al lado de María!»

Durante el viaje, el dolor la atosigaba, y al atardecer, como todos los días, la temperatura le subió mucho. Llegaron a Lourdes por la noche y, después de cenar, llevaron a todos los enfermos a descansar. A la mañana siguiente, la Hna. Primitiva, carmelita con residencia en el Seminario de Tarragona, cuidó de que bajaran los enfermos para desayu­nar y dirigirse después a la capilla del Hospital para oír la Misa. Durante el Santo Sacrificio, Teresa tenía la mirada fija en una imagen de la Virgen de Lourdes que le hablaba interiormente invitándola á ir a las piscinas. Después de comer, Teresa pidió que la llevasen a las piscinas, pero todos querían convencerla de que no era el día ni el momento oportuno, pues a los enfermos de la peregrinación de Ta­rragona no les tocaba el turno de baño hasta el día siguiente. Ella insistía diciendo que la Virgen la llamaba, y que si no la acompaña­ban iría sola arrastrándose por el suelo. Al ver tal decisión, un brancadier la acompañó. Al llegar a la piscina, se había terminado el turno de la tarde, pero Teresa pidió tan insistentemente al delegado de la peregrinación francesa, cuyos enfermos entonces habían acabado de bañarse, que le permitiera tomar el baño, que se lo permitió. Al hallar­ se en la piscina, llorando de alegría decía a la Virgen: «¡Madre mía, aquí me tenéis cumpliendo vuestra voluntad!»· De pronto se encontró cambiada, pero no sabía si lo que sentía era pura excitación. Un brancadier la acompañó para el regreso; se detuvieron ante la Gruta donde Teresa rezó con gran fervor, pero no pudo quedarse más allí porque estaban ya organizando la Procesión con el Santísimo y sus compañe­ras de peregrinación la esperaban en la explanada.

Sensación de movilidad

Tenía sensación de movilidad en las piernas. Se iba acercando el Santísimo, y al contemplar la Hostia San­ta, dijo Teresa a sus compañeras: «Yo ya puedo andar, puedo saltar de mi carrito…». Pero le decían: «¡Cállate, no armes alboroto!». Inme­diatamente después de la procesión, fueron a buscar a la Hna. Primiti­va, al médico y también acudieron varias enfermeras. Teresa les repe­tía: «¡Ya puedo andar!». El médico le pidió que callase y ordenó su traslado al Hospital, donde se vería si era verdad que podía andar.

Abandono de la silla de ruedas.

Al llegar allí, Teresa saltó rápidamente del carrito y subió con ligereza todas las escaleras. ¡Tan­ tos años que el andar despacito arrastrando los pies era para ella un enorme suplicio, y subir escaleras, algo del todo imposible…! No cesaba de dar gracias a la Virgen María. Luego pidió a la Hna. Pri­mitiva que le quitara las gasas, pues sentía que su profunda llaga es­taba curada. Pero la Hermana miró las gasas, y al ver que estaban impregnadas de pus, le dijo que no podía estar curada. Teresa insistió para que se las quitara. Entonces accedió a quitárselas para limpiarle la llaga. ¡Cuál fue su impresión al constatar que, a pesar de que las gasas estaban rezumando, la llaga estaba completamente cerrada y curada! La religiosa exclamó: «¡Bendita sea la Virgen! ¡Aquí no hay nada!» Era el 29 de junio, festividad de San Pedro.

Reconocimiento médico

Luego los médicos, prudentes y dis­cretos, le ordenaron meterse en cama, le suprimieron toda medicación y dispusieron que la Hna. Primitiva estuviera a su cuidado hasta el día siguiente. Querían cerciorarse de que aquello no fuera una reacción instantánea, y ver si la curación total era una realidad. A la mañana siguiente, la visitaron detenidamente los médicos del cuerpo del Hospital. Examinado el certificado que habían dado de su enfermedad los doctores que la habían visitado antes, manifestaron rotundamente:

«En la enferma (hasta ahora) Monné Hortoneda no se da ningún signo de las antiguas lesiones». Así podían dar paso al hecho como cura­ción extraordinaria, sin explicación médica.

Emoción del regreso

Teresa sentía grandes deseos de llegar a su casa para mostrar a sus familiares una prueba fehaciente de la protección de la Virgen Santísima. Su esposo, al ver cicatrizada la profunda llaga, cubierta con nueva piel, él que había sido testigo de la profundidad de la fístula y de los tumores que la circundaban, y esto durante meses y meses, exclamó llorando: «¡La Virgen, ha sido la Virgen!». Iguales alegrías y lágrimas fueron las de los hijos y de su madre. Tranquilizados un poco los ánimos y organizada de nuevo la marcha de su casa, se dirigieron con su esposo al consultorio médico «Juan XXIII», de Tarragona. Grande fue la sorpresa de los médicos al verla en aquel nuevo estado: se miraban mutuamente, registraban fichas, hablaban con otros compañeros médicos… Y a la pregunta de José: «¿Qué opinan de esta revisión?», contestaron que la llaga estaba cerrada, completamente restañada, pero que debían examinar y son­dear más detalladamente el proceso. Le suprimieron toda medicación y le dijeron que no volviera hasta dentro de ocho meses. Antes iba a visitarse cada 15 días y le recetaban gran cantidad de medicamentos. Los que conocimos su anterior estado: no poder levantarse, arrastrar un pie después de otro con gran dificultad, collar metálico para sos­tener la, cabeza… y ahora la vemos con la cabeza erguida moviéndola de un lado a otro sin dificultad, su andar ligero… podemos repetir el juicio de Teresa: «¡Es Ella, es la Virgen, es mi Madre!»

«¿TEMES A DIOS? ARRÓJATE EN LOS BRAZOS DE MARÍA», dice San Bernardo. Y es que la Virgen nos concede todas las gracias para amar a Dios de verdad. No olvides saludarla diariamente, cada mañana y cada noche, con las TRES AVEMARÍAS, pidiendo tu salvación eterna.