P.José María Alba

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 221’, octubre de 1997

Carta abierta al director de abc

Muy Sr. mío:

Con profundo desagrado acabo de leer la nota periodística de ABC de fecha 16 de julio, pág. 67, sobre el difunto Obispo José Guerra Campos al que intitula con motivo de su muerte “el último obispo del antiguo régimen.

Peor ceje una mentira es un conjunto de medias verdades. He conocido a D. José Guerra mucho más íntimamente de lo que puede imaginarse cualquier redactor de ABC. Puedo decir que fue nombrado Obispo muy contra su voluntad, por obedecer al Sr. Nuncio Ribieri y ante la insistencia personal del Papá, Sé perfectamente cómo resistió a ser nombrado Procurador en Cortes. Cedió a ello tras dos viajes a Roma donde la Secretaría de Estado le constriñó a la aceptación como lo deseaban también los obispos españoles, a fin de orientar moralmente las leyes que se promulgaran, en unión con otros beneméritos obispos.

En Roma no se problematizó ese cargo con razonamientos políticos, sino que se vio la propuesta del Gobierno español como la cosa más natural a semejanza de otros países católicos donde señores obispos ocupan cargos de representación política para orientar al cuerpo legislativo, como ocurre en Bélgica, Argentina y otras naciones católicas. Y nada digamos del derecho de presentación de obispos que tenían hasta presidentes socialistas como en Francia para alguna determinada diócesis. Todo en Roma se veía con naturalidad y se le argumentó así a Mns. Guerra para vencer sus reparos.

Las jornadas de Zaragoza no fueron anticonciliares. Hay un libro en forma de tesis del eminente Dr. Luis Madrid Corcuera que demuestra la infamia de esa afirmación. Nunca hubo enfrentamiento con el cardenal Tarancón. En veintisiete años jamás le oí una palabra de descrédito o de murmuración. “La verdad os hará libres” fue siempre su máxima. Eso unido a su superioridad teológica e intelectual y a su ejemplaridad de vida cebó la envidia de algunos. Él con caridad nunca respondió a la envidia. Como fue libre, tal vez fuera molesto para algunos hombres de la Iglesia más áulicos, más acomodaticios, o comprometidos con los socialismos reinantes y nacionalismos. El no intervino jamás en la creación de algún partido político muy grato a algún obispo auxiliar, ni apoyó al separatismo anticristiano, como algún prelado residencial, ni bautizó a ningún nieto de Franco, como algún cardenal. Por eso fue libre siempre para hablar evangélicamente sin condicionamientos mundanos.

Él dijo que a quien públicamente le pidiera las razones de su ausencia de la Conferencia Episcopal, le respondería públicamente, documentadamente, con todas las razones y motivos. Todavía hasta el día de su muerte, ningún prelado, ningún Nuncio del Papa se lo ha pedido. Todos sabían muy bien que no se trataba de “opiniones” como se dice en la nota, sino de algo muy serio que afectaba a la misma conciencia y entraña del magisterio católico.

Monseñor Guerra no quiso tener ningún “peso específico”. Fue un obispo leal a la Iglesia, leal a la patria, evangélico y santo. Yo no fui su confesor habitual, aunque tuve que saber muchas cosas de sus sufrimientos, de su santidad, de sus heroísmos callados, y de la enorme caballerosidad y nobleza de su vida.

Los buenos católicos, los buenos españoles debemos honrar su memoria.

Atentamente.