P.José María Alba

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 224, enero de 1998

Terminamos el año 1997 dedicado al Señor y entramos en el año de 1998 dedicado a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo.

Esta preparación para el tercer milenio de la Iglesia va cubriendo sus etapas que culminarán un día dichoso en la conversión a la fe católica de todo el mundo. Veinte siglos de fe de la Iglesia con la extensión de ella por toda la tierra nos anuncian que estamos próximos al cumplimento de la promesa de Dios Padre: “Te daré en posesión todos los confines de la Tierra”. Europa, las Américas, Oceanía, Asia, África han recibido la semilla del Evangelio. Esa siembra ha fructificado en santidad admirable en todos los continentes. Nada digamos de la Europa del Este y la del Oeste. Las dos Américas regadas con la sangre de los mártires, desde los mártires del Canadá hasta los mártires del Paraguay y los misioneros de la pampa argentina. Mártires del Japón y de Corea, mártires de China y de Indochino, Mártires de Salsete en la India, los seiscientos mártires bautizados por S. Francisco Javier. Los mártires antiguos y modernos de todos los países dominados por el islam, los mártires de Uganda, los mártires de las islas del océano Pacífico… Toda la tierra está santificada por la sangre de Cristo en sus mártires y por la oblación diaria de Cristo en las 300.000 misas que se celebran diariamente en todo el mundo.

¿Qué nos dicen estos hechos? Que al mismo tiempo que se propaga La apostasía en la sociedad humana, se ha realizado la predicación del Evangelio en toda la superficie del planeta, con la sangre, con la predicación y con el ejemplo de los santos empezando con los Apóstoles y concluyendo con Teresa de Calcuta y Juan Pablo II y sus ochenta viajes misioneros. Todo ello significa que Se están ya cumpliendo los tiempos finales de los pueblos gentiles, es decir los que no son judíos, y se aproxima la gran conversión del pueblo judío, de Rusia y de todos los otros pueblos que aún no han entrado en la Iglesia, sin que su cultura se haya impregnada todavía de la fe católica.

Meditemos esta realidad que nos enseña que vivimos uno de los momentos estelares de la historia de los hombres, de la historia de la salvación. Nosotros hemos de vivir más piadosamente y con renovada esperanza en el poder de Dios que se manifiesta más misericordioso en la debilidad de los que a Él se entregan. Oremos y esperemos.